Muchos de los problemas que surgen en las relaciones humanas tienen que ver con la dificultad para encontrar un equilibrio entre las necesidades de estabilidad, seguridad, duración, pertenencia, compromiso y las necesidades de cambiar, renovarse, aventurarse libremente hacia lo que nos atrae, mudarse y dejar de estar atrapado en un solo lugar o con una persona o grupo de personas.
Crear una vida segura, en la que haya estabilidad, en que los compromisos se cumplen y los acuerdos son a largo plazo y entonces podernos garantizar que la familia, la relación de pareja, la relación laboral va a seguir, vamos a tener la seguridad de que amanezcamos allí al otro día y las cosas sigan igual y necesitemos hacer maletas e irnos.
La familia es un espacio de pertenencia, la relación de pareja, los amigos, la escuela. Hay diversos grupos humanos en que la estabilidad, lo duradero de los acuerdos nos permite seguir juntos y garantizarnos la continuidad de los planes, de los proyectos y de los objetivos que se concertaron quizá desde el principio o que se dan por sentados.
Por ejemplo, tener la seguridad de que mañana habrá comida, quién nos cuide o nos ame, que los quehaceres que mantienen el lugar limpio y funcional se hayan hecho y que las funciones de cada uno para mantener el bienestar continúen.
Todo esto suena obvio hasta que vemos a las parejas peleando por querer ambos trabajar, cuando vemos a los jóvenes sin compromiso ir por allí y por acá “picando”, divirtiéndose pero sin invertir en su futuro, en una vida estable y segura o en sólidos compromisos con sus pares.
La emancipación de la mujer y su deseo de destacar en la vida profesional ha roto la estabilidad de muchos matrimonios que se basaban en un dominio masculino que dictaba el rumbo y que proveía lo necesario para que la mujer cumpliera su misión en la casa y así lograr tener seguro el hogar, el reparto de las funciones que permitiera dar un lugar seguro a los hijos para crecer, para criarlos con amor y firmes valores morales, asentados en la definición de las funciones de cada uno, sus derechos y sus obligaciones.
El hombre abusó del poder, la mujer reclamó al extremo de invadir territorios masculinos, su derecho y su libertad, de ir, de venir, de pensar. El problema hoy es que ya no se sabe quién se ocupará de qué territorio, lo cual da inestabilidad, fragilidad a las actuales relaciones que se basan para mantenerse quién sabe en qué. A veces ya ni el amor frena el deseo de ser libres tanto de hombres como de mujeres. El problema es que los hijos requieren funciones de los padres definidas, estabilidad, sentido de pertenencia. Y los seres humanos por muy libres que seamos no podemos vivir siempre en relaciones “free”, la verdad es que si te enamoras no quieres que tu amor se vaya con otro(a) o que se vaya y no tenga tiempo para estar contigo porque se fue a “ser libre” con sus amigos(as).
¿Cómo definir los límites entre lo que quiero y lo que debo, entre lo que me da seguridad y el ser libre para ir y venir sin que nada me restrinja?
La forma en que cada quien resuelve este dilema define los problemas que enfrenta. Hay quienes pueden seguir queriendo ser eternamente los niños que quieren gozar de la vida y no tener responsabilidades. Pero para poderlo hacer necesitan que haya quien se ocupe de sus responsabilidades. Nadie puede sostener una total libertad más que a costa de quien carga aquello que nos mantiene seguros y estables.
La libertad consiste en escoger a qué atarnos. Esas ataduras generan compromisos que no podemos eludir sin graves repercusiones en los conflictos emocionales que vivimos… lo veremos en la segunda parte.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al tel. 01 312 3 30 72 54
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