La Tinta Insomne

Yo que he servido al rey de Inglaterra

El XX fue un siglo bélico, absurdo, de retrocesos, pero también de avances y muy importante en lo que se refiere a la creación artística: nacieron cualquier cantidad de movimientos vanguardistas; se desarrollaron ideas filosóficas y líneas de pensamiento diversas; la música adoptó nuevas formas y la literatura conoció otras maneras de contar historias.

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 Éstos son algunos ejemplos significativos de lo que el siglo pasado significó para el arte en general. No obstante, las imposiciones ideológicas impidieron que salieran a la luz obras que no encajaban en el pensamiento de quienes estaban en el poder.

Es verdad que el comunismo «aplastó» a cualquier cantidad de artistas, por ser considerados «burgueses» o por revelarse contra esa ideología mediante sus creaciones. Pero no es exclusivo del comunismo: en Estados Unidos –imperio del avasallante capitalismo– también ha habido (y los hay todavía) casos de censura y de prohibición (Henry Miller es acaso uno de los ejemplos más ilustrativos en este sentido). Es decir, toda forma de imposición termina por ser totalitaria y reduce al individuo a la invisibilidad.

Ahora bien, aquella censura contra escritores, puntualmente, en los países de Europa del Este dominados por el ideal soviético, mantuvo una gran cantidad de autores en las sombras, cuya obra fue prácticamente desconocida en el Occidente hasta antes de 1989, pues a partir de la caída del Muro de Berlín muchas editoriales se volcaron a explorar lo que escribían los autores de aquellos países y con ello aparecieron obras de calidad indiscutible.

Los ejemplos son bastantes. Sin embargo, en esta ocasión me referiré a uno solo: Bohumil Hrabal (1914-1997). Este autor, nacido en la antigua Checoslovaquia, es considerado uno de los «tesoros» de la literatura centroeuropea del siglo XX, poco valorado, a decir verdad, pese a que Milan Kundera, acaso el más famoso de los autores de aquel país (después de Kafka, por supuesto), se ha referido a él como uno de sus maestros.

Hrabal fue criticado por su postura «tibia» ante el gobierno comunista que se plantó en su país y que en cierto periodo prohibió sus libros. Sin embargo, el escritor prefería publicar y se adentró en su casa, en medio del bosque, donde se dice que sufría y sentía miedo. Se desempeñó en cualquier cantidad de oficios con la idea de convivir con la gente más sencilla de su tierra (se dice que detestaba las altas esferas) y llevar esas experiencias a sus obras.

De ese periodo en su casa del bosque datan dos de sus novelas más importantes: Yo que he servido al rey de Inglaterra (1971) y Una soledad demasiado ruidosa (1977). La primera es la recomendación que hago esta semana.

La novela cuenta la historia del jovencísimo Ditie, que se inicia como aprendiz de camarero en un hotel importante que es frecuentado por diversas figuras públicas. Allí adquiere los conocimientos de un maître que sólo sabe responder de una forma cuando el joven lo cuestiona: «Yo he servido al rey de Inglaterra».

La primera parte del libro pudiera tomarse como una novela de aprendizaje: Ditie es instruido no sólo en el oficio de camarero, sino en el amor, cuando conoce el sexo a través de una prostituta por la que siente afecto. Es en uno de sus encuentros donde se desarrolla una de las escenas más poderosas de la novela y uno se da cuenta de la fuerza poética de Hrabal.

En el hotel, el protagonista y narrador descubre la importancia del dinero en cuanto a alcanzar objetivos, conseguir casi cualquier cosa y, sobre todo, se da cuenta de que otorga poder a las personas. De allí le nace la idea de convertirse en un hombre rico y para ello comienza a aplicar sus conocimientos de aprendiz de camarero. Pronto cambia de hoteles y empieza a hacerse de dinero.

Aunado a la ficción, Hrabal hace un recorrido histórico de la época: la ocupación nazi, la resistencia y la posterior llegada del comunismo; el cambio de ideales para salvar la vida; las persecuciones y los horrores del nazismo, etc.

La obra está conformada por cinco partes, con el estilo peculiar de Hrabal: por momentos tierno, de humor, con vuelcos de tristeza y arrebatos. Hay escenas que rayan en lo surreal (un salón del hotel repleto de muchachas desnudas y hombres «importantes» acariciándolas) y otras en lo absurdo (el hijo de Ditie, que se casó con una nazi, está empeñado en martillar el piso como única diversión).

Así es el estilo del checo y esta novela es una pequeña muestra del talento de aquel hombre que prefería beber cerveza en la taberna «El Tigre Dorado» que frecuentar los altos círculos sociales.

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