En alguna ocasión ya he recomendado a un autor nórdico: Lars Gustafsson (Västerås, Suecia, 1936) y su aclamada novela Muerte de un apicultor (1978). Algo hay en la literatura de los países escandinavos que enamora: acaso la sutileza y la belleza de sus imágenes, el poder de sus historias. O quizá la lejanía que nos representa esa región del mundo, hallar páginas tan cálidas en un montón de nieve.
Esta semana mi sugerencia es una obra noruega: Salir a robar caballos (Bruguera, 2007; traducción de Cristina Gómez Baggethun), de Per Petterson (Oslo, 1952). De entrada, aun cuando se dice que un libro no se debe juzgar por su portada ni por su título, esta novela atrae por ambas partes.
La historia es narrada por Trond Sender, un hombre de 67 años que enviudó poco tiempo antes debido a un accidente. Ante esa situación, decide instalarse en una cabaña situada en la frontera entre Noruega y Suecia, en medio del bosque, ante la inminente llegada del año 2000 (la historia transcurre en 1999).
Ese lugar, lejano, en noviembre, con un manto de nieve de fondo y árboles que saludan al viento, Trond decide adecuarlo para poder vivir allí. En esa soledad casi absoluta –se hace compañía de su perra, con la que pasea–, el personaje regresa el tiempo hasta su adolescencia, a sus 15 años.
El año es 1948, tres años después de que los alemanes abandonaron Noruega durante la ocupación de la Segunda Guerra Mundial. El padre de Trond fue miembro de la resistencia contra los nazis.
En aquellos días, el entonces adolescente había entablado amistad con Jon, pero éste desaparece de su vida repentinamente; sin saber por qué, el amigo odiaba a su padre –el de Trond.
Trond luego descubre el origen del odio, la razón de esa animadversión de Jon hacia su padre. En ese descubrimiento, en las nuevas experiencias, Trond se convierte en un hombre durante aquel verano de 1948.
La novela se deja leer rápido; hay imágenes memorables, un ambiente en apariencia hostil –nieve, soledad–, pero que el autor aprovecha para hacer de dicha condición una zona cálida, con los recuerdos de Trond y su imposibilidad de recibir el nuevo milenio acompañado de su esposa.
El libro no exige mucho en sí y en cambio permite una lectura agradable; no hay pretensiones más allá de una buena lectura por parte del autor. Es una novela bastante recomendable para quien gusta de historias nostálgicas con imágenes poéticas.
Como colofón hay que añadir que la edición en español de Salir a robar caballos corrió a cargo del grupo Ediciones B en 2007 (Bruguera y Zeta), con una traducción de Cristina Gómez Baggethun. Además, esta obra fue galardonada con los dos principales premios de Noruega: el Premio de Literatura de la Crítica Noruega y el Premio de los Libreros al Mejor Libro del Año. Su traducción al inglés, en 2006, le valió el Independent Foreign Fiction Price y en 2007 el IMPAC de Dublín.
Ahí queda la recomendación para este incipiente otoño, algo que nos permita recobrar la fuerza que nos exigirá el invierno.