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el techo se queda mascando la caída de una esperanza.

Di Benedetto, en «As»

Al hablar de literatura argentina es altamente probable que dos nombres sobresalgan de inmediato: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Quizás son las figuras más conocidas de las letras de ese país y dos destacados que contribuyeron al boom latinoamericano y a la «curiosidad» por acercar al europeo a las letras no paridas en ese continente.

No obstante, hay otros talentosos escritores argentinos que actualmente están casi olvidados, salvo por loables esfuerzos de editoriales no mediáticas que buscan rescatar su obra y colocarlos en el sitio que se merecen. Me refiero a Robert Arlt (1900-1942) y a Antonio Di Benedetto (1922-1986).

El primero es contemporáneo de Borges, aunque fallecido más de cuarenta años antes que el autor de El Aleph. Entre sus obras destacan las novelas El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931). Por fortuna, las tres se pueden conseguir: de la primera hay una edición del otrora Conaculta de su colección Clásicos para Hoy, mientras que de las otras dos existen ediciones en Losada.

Arlt también destacó como cuentista. Quizás su libro más célebre en este género es El jorobadito (1933), del que existe una edición de la argentina Altamira en su colección Letra Mayor que se distribuye en México y que se dio a la tarea de reeditar varias obras del escritor.

En lo referente a Antonio Di Benedetto, he de decir que hasta no hace mucho se trataba de un nombre completamente desconocido para mí. Sin embargo, el afortunado hallazgo de una de sus obras me permitió descubrir a uno de los mejores escritores latinoamericanos que he leído.

Por tal motivo, esta semana me permito recomendar Caballo en el salitral (Bruguera, 1981), una antología que reúne catorce cuentos del escritor mendocino, cuya figura fuera de Argentina no es lo conocida que debiera ser, pues se trata de un cuentista que raya en la perfección.

De entrada llamó mi atención que como preámbulo en esta edición de Bruguera hay tres cartas que Borges, Cortázar y Manuel Mujica Láinez enviaron a Di Benedetto con motivo de la publicación del cuento «Aballay». El primero le dijo: «Usted ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome». Luego, el autor de Rayuela señala: «[…] y la gran maravilla es que se retrocede hacia adelante, hacia cada uno de nosotros mismos con nuestras culpas y con nuestras muertes».

Láinez, por su parte, también respecto de «Aballay», escribió: «Das con él una imagen de nuestro hombre de campo […], y lo alcanzas con una perfecta sobriedad de recursos que asombra».

«Aballay» es un cuento que se desarrolla en tierras no conquistadas de la pampa argentina, de hombres a caballo que ven en la venganza y el duelo la forma de justicia. Una de las virtudes de Di Benedetto es su lenguaje: a veces parco, otras altamente poético. Es un narrador nato, sin frases adornadas que terminan por edulcorar de más el texto.

En este relato aborda la historia de Aballay, un vagabundo que, cansado de vivir en «el mal camino», un día recibe «una señal divina» que lo mueve a buscar otra forma de vida. Dicha señal es el encuentro con un predicador, quien le habla de la vida de los antiguos penitentes. Convencido por esas historias, Aballay decide seguir su vida a bordo de su caballo, sin volver a bajar nunca más.

Así, recorre sitios, siempre encima del animal. No volverá a poner los pies en la tierra, decide. La prosa de Di Benedetto asombra y envuelve desde la primera página. El lector sabe que está ante un enorme cuentista.

El cuento que da título a la antología, «Caballo en el salitral», narra la travesía de un jamelgo entre un campo lleno de piedras y peñascos filosos. Arrastra un carro. El relato se vuelve agónico y doloroso, pero su belleza narrativa hace de la muerte una familiar forma de igualarnos.

«Enroscado» es un texto conmovedor. Aquí ya no están presentes la pampa ni lo rural. Se trata de un cuento urbano, con una enorme carga nostálgica. Cuenta la historia de un hombre y su hijo que abandonan su hogar tras la muerte de la madre del niño.

Ante ello deciden mudarse a una pensión.

Ya instalados, el hijo comienza a tener comportamientos que en un principio el padre supone que son consecuencia de la muerte de la madre. Sin embargo, conforme avanzan los días, se vuelve preocupante: el niño casi no habla, se queda con la mirada perdida en cualquier punto, no gusta del juego…

Así, el hombre decide trasladarse a otra pensión, pero nada cambia. El pequeño parece ser víctima de miedos que sólo él conoce. No transmite ningún sentimiento a su padre, se resguarda en sí mismo.

El libro está completado por los siguientes cuentos: «No», «Amigo enemigo», «El abandono y la pasividad», «Falta de vocación», «Obstinado visor», «Felino de Indias», «Pez», «Volamos», «As», «El juicio de Dios» y «Pintor o pintado».

En cada texto quedan de manifiestos el talento y la calidad de Antonio Di Benedetto como narrador de primer orden. En todos los cuentos hay enseñanzas de cómo se deben acomodar las palabras para que una historia sea leída con claridad y verdadero placer. Estamos, pues, ante un escritor de altos vuelos.

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