Un hombre lleva una vida tranquila en una ciudad –quizás en Viena, o en Praga, o aun en Budapest»–, al lado de su esposa. Cierta mañana, mientras se miraba en el espejo, descubre una mancha negra en un diente. A partir de entonces, la vida del protagonista da giros que no se saben cuándo van a parar.
El anterior es al argumento de la novela que me permito recomendar esta semana: Círculos perturbados (1987; Muchnik Editores, 1990, con traducción de Jesús Ruiz), del austriaco Herbert Selkowitsch (Viena, 1918).
El protagonista es Martin Svoboda, un hombre en apariencia ejemplar que labora como cajero en una fábrica de paños. La vida junto a su esposa transcurre en calma; diríase que se trata de un matrimonio ideal. Un día, la mujer le comunica que es probable que esté embarazada de su primer hijo. La noticia los alegra, sin mayores cambios.
Sin embargo, una mañana, se abre el primer círculo perturbado: Martin descubre un punto negro en un diente y decide acudir al dentista para que revise de qué se trata. Una vez en la consulta, el profesional le suelta una pregunta que lo perturba: «¿Padeció usted alguna vez de una enfermedad venérea?»
El dentista le explica que mientras revisaba su dentadura descubrió unos puntos blancos indicativos de gonorrea. Tal aseveración sacude al paciente, pues no considera que haya motivo alguno para tal padecimiento.
A partir de entonces, la historia asume como protagonista el comportamiento de Sovoboda, quien, ejemplar ante los otros, no da crédito a tener dicho mal. Desde ese día se vuelve presa de sus pensamientos, lo abandona la calma que apenas unas horas antes formaba parte de su vida, se envuelve en un mundo de angustia.
Tras el diagnóstico, el dentista le recomienda a Martin que acuda con un especialista, amigo suyo, para tener una opinión más certera. Sin embargo, eso da pie a la apertura de otro círculo: en la clínica, Martin se encuentra a Meander, un periodista un tanto incómodo que se sorprende al verlo en ese lugar, ya que no es sitio para él.
El encuentro con el periodista suma otra inquietud a Svoboda: ¿dirá que lo vio allí, hablará de él a sus amistades? Esto cava otro pozo de angustia en la psique del personaje, quien siente cierta repulsión por el hombre que está ante él. Sin embargo, éste aprovecha la ocasión para pedirle un favor que deviene en una especie de trato: que recomiende con su jefe al hijo de la mujer con la que sostiene una relación. Svoboda sabe que ello le garantizaría el silencio de su interlocutor.
Después de un rato, el hombre ingresa a la consulta con el especialista. Martin ya no es la misma persona; hay en él una carga de perturbación que le impide mirar el mundo como lo veía un par de días atrás.
La mancha negra en el diente descubre otros mundos ante Svoboda, que es presa de la angustia, de sus pensamientos, de todo aquello que se forma en su mente.
Hay que destacar el estilo de Selkowitsch, que contiene la tensión y la libera en dosis a lo largo de la novela, lo que hace una lectura por momentos angustiante, con un Martin sacado acaso de un mundo kafkiano.
Aunque apenas si lo menciona, el autor ambientó la novela en la acechanza del nazismo en Viena. No hay alusión alguna al sistema alemán ni a la guerra; es tan sólo como una sombra que, lejana, alcanzará ese lugar en algún momento.
La trama de Círculos perturbados es sencilla, pero el autor lleva cada suceso con un estilo que atrapa y no decae; por el contrario, conforme avanzan las páginas, la tensión y el interés crecen y conquistan cimas desde las que se disfruta de una lectura completa, con sorpresas y un hondo conocimiento del ser humano, con todos los demonios que los rodean.