El fin de año se vislumbra a lo lejos. A finales y principios de año los retos y las metas sobrevuelan por la cabeza de muchas personas que se plantean realizar cosas fuera de lo ordinario. En los lectores no es distinto y buscan acercarse a autores nuevos, a obras distintas. A fin de cuentas, ampliar el horizonte literario.
Durante algunos años he dedicado este espacio a reseñar libros que –considero– merecen una oportunidad para llegar a las manos de otros lectores. Reseñas que en mayor número han sido dedicadas a escritores de los que poco se conoce por estas tierras, pero cuya calidad es incuestionable, y cuyas obras han caído en mis manos por múltiples circunstancias.
Así pues, semana tras semana, he repasado a algunos autores de Europa del Este, de los Bacanes, centroeuropeos y alguno que otro nórdico. En esta ocasión traeré a cuento una obra maestra de la literatura húngara.
La historia es la de un hombre que pierde sus documentos de identidad: luego entonces, no existe. Así ocurre con Andrei Bodor, el protagonista de El distrito de Sinistra (Acantilado, 2003), del autor húngaro de origen rumano Ádám Bodor (1936).
Andrei llega al distrito en bicicleta, con la intención de encontrar a su hijo adoptivo. Allí le otorgan una nueva identidad, pero debe desempeñar diversos cargos, tales como recolector de frutos del bosque o guardián de cadáveres de la morgue. Ello a cambio de permanecer en el territorio, que aguarda personajes y paisajes de pesadilla o de ensueño, según se vea.
Hay que destacar que Ádám Bodor es un maestro para recrear atmósferas asfixiantes (La visita del arzobispo [2005], La sección [2007], ambas en Acantilado) y atrapar al lector desde las primeras líneas de sus historias.
Ese ambiente se respira en Sinistra, un lugar entre las montañas donde parece que el tiempo está detenido y no hay contacto con otro mundo que no sea el de la sociedad que habita dicho sitio.
Sinistra es una región en la que viven seres que rayan en lo surreal: hombres de piel gris, una mujer completamente cubierta de cabello, personas que se mantienen inmóviles durante horas, hombres que intercambian mensajes secretos dentro de peces, bebedores de aguardiente adulterado: todo ello entre zonas nevadas y también soleadas, montañas, cielo plomizo…
En medio de ese ambiente onírico, el lector descubre poco a poco que el distrito Sinistra es un lugar acaso sin tiempo –aun cuando Andrei permanece allí durante varios años–, como detenido en la historia; un sitio regido por leyes que resultan absurdas, de mundos kafkianos.
Así, Ádám Bodor recrea un microcosmos en cuyo espacio caben todos los mundos donde está prohibido pensar abiertamente, decir las ideas: es, en suma, una crítica a todo régimen represor que disuelve la comunidad y apuesta por el individualismo, por la falta de empatía de unos y de otros.
Andrei recorre el distrito durante muchos años. Las emociones que expresa son parcas, casi nulas: parece que una presencia invisible lo sigue todo el tiempo y ello lo imposibilita para decir el mundo. Pero se permite contar los sucesos más simples con un tono poético: «Había empezado a nevar, los copos de nieve se derretían sobre mi rostro y detrás de las nubes se vislumbraba la presurosa luna».
De este tipo de frases está cargada la novela. De manera que de la atmósfera, por más asfixiante que resulte, emanan sensaciones de remanso, acaso de paz. Sostiene encuentros y diálogos con cualquier cantidad de seres, habitantes y autoridades de Sinistra que no están dispuestos a cambiar el mundo en el que se encuentran inmersos.
El distrito de Sinistra es una gran novela para acompañarnos en este otoño.