Descender al propio infierno es una misión que no toda persona está dispuesta a asumir, aun cuando las oportunidades, a lo largo de una vida, son frecuentes y considerables.
La ficción permite experimentar, describir, suponer situaciones imaginarias, vomitar sobre la hoja en blanco –en el caso de los escritores– y experimentar sensaciones nuevas, asumir la vida del personaje que se describe.
Norman Mailer (1923-2007) es uno de los autores estadounidenses que marcaron la segunda mitad del siglo XX. Escribió narrativa, dramaturgia, ensayo, actuó y fue activista político. Además, el hombre fue uno de los innovadores –junto con Truman Capote– del periodismo literario y en 1980 obtuvo el Premio Pulitzer por su novela La canción del verdugo (1979).
En 1999, el diario español El Mundo lanzó una colección de obras literarias llamada «Las 100 joyas del milenio», conformada por novelas, cuentos, teatro de autores de los más diversos países y épocas.
El número 80 de esta colección es precisamente una novela de Norman Mailer: Los tipos duros no bailan (1985), una de sus obras más conocidas y aclamadas.
Narrada en primera persona, esta novela nos invita al infierno de su protagonista-narrador, Tim Madden, un habitante de Provincetown, sitio costero de Estados Unidos que, salvo el verano, el resto del año está prácticamente vacío.
Cierto día, Tim despierta con una resaca desconcertante que lo pone en alerta. Al moverse, un brazo le duele y observa qué produce ese dolor. Un tatuaje, mal ejecutado, hecho en la juerga de la noche anterior. Se trata de un nombre femenino acaso venido del pasado. Intenta recordar qué hizo las horas previas, en dónde estuvo.
La cosa empeora cuando sube a su Porsche y descubre que en el asiento del copiloto hay manchas de sangre. Confundido, acude a su escondite de marihuana, situado debajo de un árbol, en una zona más bien oculta de la población. Busca relajarse, pero al llegar, en el lugar donde debía estar la droga, encuentra la cabeza de una mujer desconocida con cabellera rubia.
A partir de entonces se sume en estados paranoicos, de angustia, de desesperación… Sin embargo, intenta recrear lo que ocurrió la noche anterior y descubrir quién es la mujer, quién la asesinó, quién lo tatuó, con quién se emborrachó…
Times un escritor más bien decadente, adicto al whisky y a las rubias. En el momento que comienza la historia, han pasado 24 días desde que lo abandonó su esposa, Madeleine, una rubia adicta al sexo a la que echa de menos y recuerda constantemente a través de la narración.
Ese día su vida cambia, inicia el ascenso a su propio infierno y da cuenta de cualquier cantidad de anécdotas en las que sobresalen las figuras de su padre y su esposa.
En la trama encontramos personajes decadentes, del bajo mundo; hay ex boxeadores y se cuenta la anécdota que dará título a la novela. Según la leyenda, cierta noche de la década de los cincuenta, tres campeones del mundo llegaron a un club de Nueva York, donde encontraron al mafioso Frank Costello, acompañado de su novia, una mujer guapísima.
Costello invitó a los tres boxeadores a su mesa y a cada uno de ellos les solicitó que bailaran con la chica. Ante el temor de irritarlo, aceptan. Luego, cuando los tres hubieron bailado, le dijeron al propio Costello que bailara con la joven. Ante dicha petición, se limita a responder: «Los tipos duros no bailan».
La novela crece al paso de las páginas; la tensión aumenta conforme Tim descubre pistas acerca de lo ocurrido la noche anterior y no está dispuesto a detenerse sino hasta descubrir quién asesinó a la mujer y todo lo que ocurrió.
Calificarla sólo como una novela negra o policial sería limitar el talento que Mailer demuestra en esta obra; contiene páginas memorables y momentos en los que no es posible abandonar la lectura.
Los tipos duros no bailanes, en resumidas cuentas, una de las grandes novelas norteamericanas de final del siglo XX.
La obra plantea temas como la decadencia de la sociedad en general, las relaciones tormentosas, el asesinato como un juego perverso, la salvación del individuo en el ascenso del infierno. Hay personas que creen que pueden dañar y manipular a otros, pero ignoran la capacidad de la «víctima» para resistir, descifrar, y, por el contrario, la hacen más fuerte.