De ahí en fuera, se sabe que es un país europeo, de la región de los Balcanes y que perteneció a la antigua Yugoslavia. Que en la década de los noventa del siglo XX fue protagonista de una de las guerras más sangrientas de la centuria que se fue. Sabemos que, con las heridas aún abiertas por ese conflicto, su selección de futbol les llevó un poco de ilusión, hacia 1998, con su brillante participación en el Mundial de Francia, en el que terminaron en la tercera posición.
Pero poco sabemos de sus culturas, de sus costumbres, de su gente. En este sentido, la literatura cobra un papel relevante para conocer al otro, para saber de otras sociedades y países. En esta ocasión, me permito recomendar un libro que tiene que ver con Croacia: A todos nos falta algo. Antología del cuento croata (Cal y Arena, 2014), cuya compilación corrió a cargo del escritor Román Simić Bodrožić.
El volumen reúne doce relatos de diez autores nacidos en ese país balcánico, los cuales son una muestra de la vida en una sociedad azotada por la guerra y conflictos que llevaron a esa nación a dejar de ser parte de Yugoslavia. En las páginas encontramos desesperanza, incomprensión, un sinsentido acompañado de nihilismo y nula espereza por el porvenir. Se trata, pues, de un libro que deja entrever cuán cortas son las distancias fronterizas a la hora de enfrentarnos al espejo.
El libro abre con «Il silenzio», de Zoran Ferić (1961), en el que se cuenta la historia del funeral de una mujer cuyo esposo se ve en la necesidad de omitir la música por falta de recursos, lo que acarrea una serie de conflictos internos. El narrador es el hijo, quien detalla lo sucedido durante los años posteriores, la peculiar relación que lleva con su padre y un final en el que precisamente se resalta el conmovedor tema musical Il silenzio, del italiano Nini Rosso.
En «Zlatka», la escritora Maja Hrgović (1980) relata la experiencia lésbica del personaje principal –que es la narradora del texto– y Zlatka, la noche del mismo día en el que se conocen, cuando la primera acude a realizarse un lavado de cabello a la estética de la otra mujer. Horas después coinciden en un bar, conviven; tras unos tragos, se van a la casa de Zlatka, donde pasan la noche juntas y experimentan una relación amorosa, contada de gran forma por parte de la autora.
El tercer cuento se titula «Cuando fui la nana Pila, muerta, pero en la flor de la vida», de ZoranMalkoč, y es uno de los más inquietantes, acaso surrealista. En el texto se relata una experiencia sorprendente: un vendedor de libros recorre un pueblo casi abandonado. Llega a una casa, donde es atendido por un anciano quien tiene a su esposa enferma. Muerta, a decir verdad. El viejo tiene la esperanza de que la mujer se cure. El vendedor conoce el caso y se hace pasar por profesional de medicina. Luego transcurren hechos casi insólitos en la historia, con un final sorprendente.
En el cuarto texto, «No hay dios en Susedgrad», Robert Perišić nos entrega una historia que refleja el sentir posterior a la guerra en una sociedad rota. Dos muchachos deciden visitar a su amigo para conocer al hijo de éste. Así, parten hacia Susedgrad, donde se encuentran los signos de la guerra: construcciones dañadas, caminos descuidados, calles solitarias… Es un cuento que muestra la soledad de los sobrevivientes, una búsqueda constante de volver al camino perdido.
Después está «Zorros», del propio compilador Román Simić Bodrožić (1972), otra alusión a la guerra. El personaje narra la desesperación que sobreviene con los bombardeos, la experiencia de escuchar una explosión en el propio patio de tu casa, el dolor por la indiferencia de los otros; buscar, a toda costa, sobrevivir y proteger a los tuyos.
En «Pequeño duende casero» y «Cocodrilo», de Senko Karuza (1957), el autor prefiere abordar temas más cercanos a la demencia, como una forma de escupir a la realidad. Son dos relatos muy breves, dignos de una antología.
En «Vereš», Neven Ušumović (1973) relata la experiencia de un croata en Budapest, donde conoce a un croata. Cuenta las complicaciones de aquellos que, por motivos de guerra, deben abandonar su país natal para buscar sobrevivir en otra nación. Pero, además del dolor por la guerra y la partida, el refugiado se debe enfrentar a los prejuicios de la gente de aquellos sitios adonde se dirigen.
Olja Savičević Ivančević (1974) también aborda la homosexualidad, a través de «Maricones» y «Frontera». En el primero describe cómo un hombre se ve en la necesidad de partir de su tierra debido a los prejuicios y llega el posterior olvido de la familia, la «vergüenza» que les supone un familiar que sostiene una relación homosexual. En el segundo texto está también el tema presente, aunque en éste se relata cómo esa condición provoca que se oculte la realidad y se haga casi cualquier cosa con tal de que un familiar no se vea envuelto en una relación de esa naturaleza. La autora entrega dos historias limpias, con una profunda reflexión acerca de las dificultades que muchas personas tienen para poder disfrutar del amor.
El penúltimo relato es «Bronx: La última parada», de Zoran Pilić (1966), otra historia de la guerra. Conmovedora. Inicia en 1992, en pleno conflicto bélico. A través del radio, soldados se comunican. Se sueltan acertijos. Luego viene una vuelta al pasado por parte de los personajes, hacia 1982. Son los años adolescentes, la escuela. Un profesor autoritario, vengativo y que provoca temor en los alumnos, a los que gusta de atormentar con las calificaciones. Un estudiante se convierte en su blanco, pero el joven no se queda sin respuesta. Lo ataca a través de la forma en la que más le duele: su hija. El amor. Luego la venganza, el martirio. Son enemigos. Pero, en plena guerra, diez años después, se da el reencuentro: el profesor viejo, acabado ya; el alumno, un soldado que combate. Se vuelve un encuentro conmovedor, profundamente humano. El final, para el llanto.
«Soy yo», de Damir Karakaš (1967), cierra el libro de una forma magistral e impactante. Aborda la historia de un hombre que debió abandonar el país como consecuencia de la guerra. Se muda a Canadá. Pero la vida allá no le gusta. Tiempo después, regresa a su tierra. Hay una serie de recuerdos del padre y de su hermano, con quien se reencuentra, pero hay una relación un tanto turbada, de los años de la infancia. El desenlace es sorpresivo.
A todos nos falta algo es una obra cargada de voces frescas –poéticas, surrealistas, conmovedoras– de autores que se han visto inmersos en una guerra dolorosa y absurda. Los doce relatos son pequeñas piezas de un conjunto esplendoroso.