Hace algunos años hubo una tendencia al alza de la literatura nórdica, específicamente en lo referente a la novela negra. Varias editoriales se volcaron a publicar a autores como Henning Mankell, Jo Nesbø, Camila Läckberg, Mari Jungstedt, Jussi Alder-Olsen y Stieg Larsson, por mencionar a algunos.
El auge de estas obras las colocó en cifras de ventas muy elevadas en buena parte del orbe. Un mundo en apariencia ajeno se abrió a los lectores desde tierras gélidas y donde aparentemente el nivel de vida es elevado y no hay delitos.
Sin embargo, con la aparición de los mencionados y otros –muchos– autores, se desveló ante nosotros la realidad. Si bien se trata de ficción en la inmensa mayoría de los casos, la literatura siempre parte de la realidad. En lo tocante a la novela negra o policiaca, la corrupción de los sistemas políticos y judiciales sale a relucir y ello se convierte en una especie de denuncia.
Esta semana me permito recomendar Los perros de Riga (Maxi Tusquets, 2008; traducción de Dea M. Mansten y Amanda Monjonell) del sueco Henning Mankell (Estocolmo, 1948-Gotemburgo, 2015), uno de los autores consentidos por el público gracias a su serie de novelas protagonizadas por el inspector Kurt Wallander.
La historia comienza una fría mañana de febrero de 1991, cuando dos suecos se encuentran en el mar, a bordo de un barco que emplean para el contrabando. De pronto, descubren un bote en el cual hay dos cadáveres.
El hallazgo los hace entrar en dilemas. Por un lado, saben que no deben dejar los cuerpos; por otro, están convencidos de que si los llevan a la policía, habrá preguntas y ello supondría descubrirse como contrabandistas. Ante ello, deciden amarrar el bote a su barco y acercarlo a la costa.
Esa mañana, Kurt Wallander bostezaba en su oficina, cuando lo fue a buscar su compañero Martinson. Éste le dice que acaba de recibir una llamada que califica de extraña: dentro de poco, aparecerán dos cadáveres en la playa.
Así, poco después aparece el bote en la playa de Mossby Strand, Ystad (Suecia). Se trata de dos hombres vestidos con traje que fueron torturados y asesinados de un balazo en el corazón. Llevaban días a la deriva.
Una vez iniciadas las investigaciones, en el departamento forense descubren que los muertos no eran ciudadanos suecos, sino de algún país de Europa del Este, por el tipo de emplaste que llevan en la dentadura.
Pronto saben que eran habitantes de Letonia y que el bote en el que estaban era de fabricación yugoslava. Sin embargo, en las primeras indagatorias, el bote fue robado del sótano de la comisaría, lo que hace suponer que había algo dentro.
Por asuntos diplomáticos, autoridades suecas y letonas entran en contacto para atender el caso. Después envían al mayor letón Liepa a Suecia, donde se relaciona con Wallander.
La estancia de Liepa no es larga, pero sirve para que el inspector sienta cierta empatía por él y percibir que las cosas en Letonia no van bien. (Hay que tomar en cuenta que en 1991 se restableció la independencia de los Estados bálticos, Letonia incluida, y ello generó revueltas y convulsión.)
Cuando el caso sería atraído por Letonia, un suceso da un vuelco a la historia y coloca a Wallander en un vuelo que terminará en Letonia. Puntualmente, en su capital, Riga.
A partir de entonces, Mankell traslada toda la historia a esa ciudad, en el fin de la era comunista. Una de las virtudes del autor es la capacidad para crear una atmósfera como la que se respira en la novela: plomiza, asfixiante, paranoica.
Wallander vive una serie de sucesos que lo marcarán de por vida. Entre ellos, la aparición de Baiba Liepa, esposa del mayor Liepa y por la que siente una fuerte atracción conforme avanzan los días.
Buena parte del libro transcurre en Riga. Con agilidad, Henning muestra un mundo opaco, lastimado, pero en cuyas entrañas se gesta un grupo de personas dispuesto a conseguir la independencia y dejar a un lado la presencia soviética.
En la novela se plantean temas fundamentales como la libertad. Hay una crítica a los sistemas totalitarios, sin que ello lo convierta en un fanático anticomunista. Por el contrario, plantea el fracaso del comunismo no como sistema en sí, sino por quienes estuvieron al frente y torcieron los ideales en aras de hacerse del poder absoluto.
Los perros de Riga es una novela que se lee con fluidez, en un constante estado de alerta, dado que el espionaje y la traición se respiran por sus páginas.