Este modelo de hacerse justicia cobró vigencia a principios de los 90’s cuando se estableció en diferentes puntos de nuestra geografía, sin embargo fue “inaugurada” 26 años atrás, una tarde de 1974 en el Poblado de Temoac, cuando los pobladores encerraron, torturaron y mataron a cuatro sujetos que acudían, por enésima ocasión, a extorsionar al curandero del pueblo.
Los amarrados de Tetela del Volcán salvaron la vida, pertenecen a esa escoria que sin escrúpulo alguno cometen uno de los delitos más sentidos por la sociedad, el secuestro. Tres de ellos -incluida la mujer- son vecinos de ahí. Fue la nota que desplaza momentáneamente el furor priista, que aniquila las intenciones de otros actores políticos como los dirigentes del PAN por bajar del pedestal a sus contrincantes partidistas. Ante la dimensión de la acción, mostrada por la modernidad que hace 20 y menos hace 36 años se podía, lo que pasó en Tetela del Volcán corrió por el internet con toda su crudeza que lo capturaron eficazmente los medios electrónicos.
Esta vez no fueron tareas de inteligencia de policías, se trató del mismo pueblo que se movilizó para evitar el plagio y de paso sancionar de manera violenta a los infractores. No dejan duda las imágenes, con una persona micrófono en mano cual director de orquesta, maestro de ceremonia o jefe del pelotón de fusilamiento, animando el evento. Desatado el frenesí, atados al palo del sacrificio, con la hoguera casi en su punto, los delincuentes vivieron minutos y horas de terror, similar al que sus víctimas, vendadas de los ojos, amordazadas y amarradas, tirados cual fardos en el piso, ven transcurrir lentamente el tiempo en tanto la banda logra su objetivo y les permiten regresar con sus seres queridos. Dirían entre la gente común donde nos contamos, por fortuna: “una sopa de su propio chocolate”.
A ojo de buen cubero, los golpes presentados por la banda de secuestradores, a lenguaje de médico legista “no tardan más de 15 días en sanar” lo que transformaría al posible delito de linchamiento en unas simples “lesiones leves”.
Bueno, tenemos presente aquel suceso de 1974 (o 1973, lo corroboraremos), porque eran días que la nota roja de los diarios locales –La Voz de don pepe Gutiérrez y El Avance de los hermanos Alfonso y José Antonio García Bueno- manejaba en el contexto de la nota hasta los nombres de los judiciales responsables de la captura. Una información de la época iniciaba más o menos así: “El día de ayer los agentes de la policía judicial Juan Salgado Vázquez, Domitilo Landa, Hilario Coria y José Luis Marchán, bajo el mando del comandante Raymundo Ceballos García, detuvieron a la banda de “Los Viborones” de la comunidad de Tlayca en la región oriente del Estado, dedicados al robo a mano armada, abigeato y homicidio. El agente del ministerio público, el licenciado Heliodoro Brito Román, el popular “Chilindrina” los puso disposición del juez primero penal, el señor José de Jesús Gaona Olivares”.
La gente que leía conocía a los policías, al MP, al juez, al reportero y al dueño del periódico de su preferencia. Éramos en Morelos una sociedad pequeña, tradicional, todavía provinciana. Así que lo que pasó en Temoac no obstante el lento recorrido de la información, se conocía en las calles a través de esa maravilla de la comunicación como sigue siendo el chisme, con sus clásicas anteposiciones: “No me creas, pero…” o el “a mí no me consta pero fulano me dijo…”.
Una breve reseña a la distancia de una nota que seguramente leímos de Luis Díaz López en El Avance complementada por Nicolás Hernández Reyes en “Alarma”:
Dos policías judiciales del estado y dos empleados de la mueblería Cuauhtémoc instalada en la subida de Salazar en el centro, llegaron a la vivienda del curandero principal –dicen que hacía limpias, curaba del mal de ojo y de sustos- de Temoac. Iban por su “entre” de cada mes. Habían subido la cuota. El curandero no tenía dinero, les dijo que iba a casa de una vecina para entregárselos. Los policías y sus acompañantes estaban acostumbrados, sólo que esta vez, el señor se había cansado y lo había comentado con los vecinos del poblado, así que les tenían guardada una sorpresa.
En lugar de la cuota lo que llegó a los extorsionadores fueron las campanas de la iglesia, que sonaban de manera especial que no alcanzaban a entender. Se vieron rodeados por decenas de lugareños que los sometieron y llevaron a golpes hasta la plaza del pueblo; los tundieron, arrastraron y metieron a una improvisada cárcel en el sótano de la ayudantía. Siguieron las campanas y la gente se fue agolpando. Los gritos no cesaban en tanto policías y sus madrinas se tiraban en un rincón. Los llamaron para que se asomaran. Lo hicieron y fueron recibidos con los brutales piquetes de bieldos y picos. Se arrinconaron. Surgió la idea: grandes bolsas de chile guajillo sacadas del principal tendajón fueron incendiadas y arrojadas a la improvisada prisión.
No tuvieron otra. Enfrentaban el acero de los picos o se ahogaban con el chile. Los agujerearon. Los mataron pues. Luego fueron exhibidos en la plaza principal ante la algarabía de la población que entre cervezas y aguardiente de la región festejaban quién sabe qué cosa. Pasaron las horas y la gente empezó a irse a sus casas hasta que se quedaron los cuatro cadáveres. Así los encontraron las autoridades judiciales. No hubo detenidos. Los pobladores actuaron en contra de extorsionadores, podría decirse. Fue el primer linchamiento que nos impresionó. Luego vinieron otros hasta hacer de Morelos, tristemente, un líder nacional. Por cierto, dos años después, el sátrapa gobernador Armando León Bejarano Valadés y los diputados de la época hicieron de Temoac el municipio número 33.