Hijos de comerciantes, los muchachos “levantados” fueron sometidos en medio de la nave, llevados por pasillos hasta uno de los estacionamientos, ante la mirada de decenas de comerciantes y clientes. Nadie hizo nada porque no podían hacer nada, simplemente. Llegaron los señores, los detectaron, fueron sin duda hacia ellos, y se los llevaron…
Cualquiera podría darle la lectura que desee, por ejemplo que fue una acción desafiante a la presencia del presidente Calderón en un evento de seguridad. Otra, que lo harían en cualquier momento al interior del mercado o en el sitio que sea. La cosa es que bajo los argumentos que se quieran, fue un evento violento que no sólo marcó el aniversario del gran mercado sino demostró que nadie está seguro, sobre todo quienes tienen, tuvieron o inician un vínculo con la delincuencia. Fue un suceso duro para la familia de los muchachos, pero también quedó otra evidencia: los festejos de los comerciantes seguían en el transcurso de la tarde—noche, sólo que eran pocos los verdaderos comerciantes ahí. La mayoría optó por ir a sus hogares con el nudo en la garganta, ya porque conocían a las víctimas, ya porque saben quiénes son sus padres, ya porque un lugar de trabajo, de mucho movimiento, fue escenario de lo que anotamos.
No conocemos antecedentes de los “levantados”, ni se debe caer en especulaciones, pero esto se da precisamente cuando la ciudad está en apariencia segura por la visita presidencial.
No sirvió la memoria…
LE TOCÓ EL TURNO a Juan Miguel Alcántara Soria, responsable de uno de los programas relevantes del Sistema Nacional de Seguridad; no eran claras las gráficas ni el audio, entonces el presidente Felipe Calderón Hinojosa le llamó la atención:
--“No está claro. Arréglelo”.
Alcántara Soria, panista de siempre, legislador un sinnúmero de ocasiones, respondió arrogante:
--“¡No me hago cargo de eso!”.
La reacción de Calderón fue tácita:
--“¡Entonces, infórmenos!”.
Es ahí donde empezó el suplicio de don Juan Miguel. No sabía de lo que hablaba. Imprecisión tras imprecisión. Fue como cuando un boxeador recibe en el primer asalto un campanazo del rival que no le permite regresar a la pelea y se la pasa cual sonámbulo hasta que el árbitro la detiene. Juan Miguel Alcántara Soria fue puesto en evidencia, en algún lugar tenía que mostrarse la energía presidencial. Se olvidó que no estaba ante su compañero de partido, militante como él de toda la vida, sino que contestaba airadamente al presidente de la república. Pagó su error públicamente, quizá lo remuevan.
Ayer, leyendo La Unión de Morelos, en la página 21 nos encontramos con una de las informaciones que requería don Juan Miguel, es relativa a Morelos, porque en su intervención de Sumiya afirmó que en Morelos, la Procuraduría local había hecho “una sola evaluación”. La realidad, plasmada en una nota, indica que fueron evaluados 272 Ministerios Públicos, 425 policías ministeriales, 186 peritos y 61 mandos medios. Y la misma información señala que todos estos evaluados fueron aprobados. Claro quedó que el licenciado Alcántara Soria resiente la molestia de no ser nombrado procurador general de la república, pero se establece que hicieron bien porque es descuidado y usa como recurso lo que aquel siempre bien recordado don Manuel Buendía marcaba como “el recurso de los pen…”: la memoria.
Ni modo.