Surge la necesidad de definir la ancianidad como la edad propiamente madura, ya que una cosa es hablar de madurez del organismo, fundamental en los primeros cinco años de vida, y otra la madurez lograda en la vida del anciano. Madurar implica progresar hacia la meta; así, la madurez orgánica tiene peligros externos, mientras que la madurez de la personalidad conlleva peligros constantes.
La palabra madurez despierta expectativas, presenta una meta que todo el mundo desea alcanzar y es intuida como destino último y deseado para todo ser humano. El hombre madura mientras cambia, se hace sabio y bondadoso si se concentra y entra en sí mismo, se vuelve más humano si se encuentra consigo mismo y puede convertirse para los demás seres humanos lo que otros necesitan; además, madura cuando los rasgos esenciales de su ser son iluminados por la inteligencia. La desidia no permite que el hombre se concentre en sí mismo.
También la madurez se vislumbra en el vínculo religioso; de este modo, en la vida cristiana, la madurez se asocia con el misterio de la creación, de la redención y con el camino de la salvación. La fe religiosa da claridad con sus explicaciones, así como seguridad con el fin de la vida que propone. La reflexión enseña el sentido de la existencia.
El hombre tiene la necesidad de descubrir el sentido trascendente de todas las conductas humanas; la personalidad madura es cuando la persona encuentra un sentido y un objetivo. Los ancianos necesitan mantener sus objetivos a pesar de que tienen que disminuir sus actividades.
A pesar del proceso de madurez, que implica cambios, giros, luchas, el hombre sigue siendo el mismo. La evolución de la persona espiritual dependerá de que se abra o se cierre, es decir, de la aceptación consciente y voluntaria de su vida o el no admitir las dificultades de la vida y no estar dispuesto a los encuentros personales; esto puede generar sentimientos en contra de los demás, como la maldad, el odio, el rencor, o la carencia de sentimientos para con otros, como brutalidad, grosería y desinterés.
La madurez no es una etapa a la cual llegamos, sino un proceso continuo que exige vigilancia y atención en todos los momentos de la vida.
Vivir es un verdadero trabajo y todo un arte. Por ello, como existen muchas posibilidades o formas de vivir, debemos aprender a pensar.
Desde el enfoque biológico, vemos marchitar al anciano, pero no advertimos que ha llegado a la etapa de la madurez, de la sensatez, de la prudencia, del buen juicio y del aplomo, la edad del verdadero “fruto del espíritu”, la edad de la sabiduría.
La sabiduría tiene como objetivo práctico que el hombre se conduzca con prudencia y habilidad para prosperar en la vida. En la revelación bíblica, la palabra de Dios es revestida de una forma de sabiduría. El hombre sabio de la Biblia tiene curiosidad por las cosas de la naturaleza. El sabio por excelencia es el experto en el arte de vivir bien. El hombre que reza, que reflexiona en la palabra de Dios, encuentra la sabiduría y desarrolla su espiritualidad por medio de su pensamiento y su querer.
Tengamos una vida plena en nuestra vejez.
Les deseo una Feliz Navidad y un excelente año 2011, lleno de salud y paz.