Pero debemos ser cuidadosos para evitar climas como los que se vivieron en los tiempos de Armando León Bejarano, el más méndigo, desarraigado, deshonesto y frívolo gobernador. Entonces, la procuraduría estaba en manos de un administrador de empresas de voz chillona llamado Armando Sánchez Rosales; la Policía Judicial al frente tenía a Luis Villaseñor Quiroga, reconocido antes y después como parte del narcotráfico, dedicado al asalto de bancos y al secuestro, incluso estuvo preso por uno de estos delitos. Lleno de fuereños bandidos como Raúl Morales del Río (que se fue millonario en cientos) y el propio hijo del gobernante, Armando Bejarano Almada, sin siquiera unos meses de residencia en la entidad, esa administración del reconocido médico traumatólogo (antes de ser funcionario en la SSA y volverse endiabladamente ratero manejando las adquisiciones y que el grupo Atlacomulco del estado de México nos perjudicara enviándolo a Morelos) suegro del ex presidente de Costa Rica, Ángel Rafael Calderón Fournier.
Nada más para que no se vaya liso don Bejarano, les recordamos que cuando huye de la justicia mexicana (lo acusaban de evasión fiscal para hacerle menor la carga) se escondió en Costa Rica, mismo lugar que recibió al fugitivo Rafael Caro Quintero (cuando se inventa la palabra cártel) que asesinó al agente de la DEA méxico-americano Enrique “Kiki” Camarena. Sí, justo en los días que otro Rafael, éste de apellidos Aguilar Guajardo, desde su cargo de delegado de la Dirección Federal de Seguridad en Morelos, controlaba con la ayuda de Villaseñor y sus agentes, el trasiego de la droga sudamericana –que dicen hacía escala en tierras ticas—y el abasto de turbosina para sus aeronaves desde el oriente del estado, en Temoac y Tetela del Volcán.
Estamos haciendo referencia a 30 o más años atrás, que la palabra cocaína solamente conocida en ámbitos empresariales, políticos y policíacos altos, comenzó a hacerse común, al ser los funcionarios del gobierno de Bejarano los primeros en consumirla y compartirla en estas tierras. Hoy es palabra común y no digamos su consumo, por lo que suceden tantas cosas.
No es generar escándalo, pero Morelos, así de pronto, se convirtió en plaza del narcotráfico, escenario de guerras entre bandos rivales, de policías sin confianza, de muertos sin liga con el crimen…
No es invención, todos lo saben, lo huelen y hasta lo sentimos. Si nos basamos en lo que hemos visto en los últimos 30 años desde esta condición informativa, la sospecha real de que el crimen organizado tenía el control de la entidad desde el gobierno, quizá con Bejarano. Cuando menos existen evidencias que así era, ya por sus policías o sus nexos familiares en Costa Rica. Se decía que en una avanzada allá por 1991 no sólo llegaron algunos que serían funcionarios tres años después sino también jefes del narcotráfico como Amado Carrillo Fuentes “El Señor de los Cielos”. Aquí tenían residencias sus lugartenientes como Gilberto Ontiveros “El Greñas” de los primeros capturados y llevados a Almoloya de Juárez. Se decía de otros, pero no sucedía lo que hoy: que se suman muertos cada hora y la tierra de Emiliano Zapata se tiñe de sangre.
En las dos últimas administraciones jefes policíacos de relieve han sido presos por la autoridad federal y siguen o mueren en prisión sin chance de salida, lo que indica que sí estaban adentro. Conociendo asimismo el origen de los dos últimos gobernadores, Sergio Estrada Cajigal Ramírez y Marco Antonio Adame Castillo y su vertebración social y familiar, casi apostaríamos a que son ajenos a vínculos con la alta delincuencia, pero dos puntos importantes de señalar:
No metemos las manos al fuego por funcionarios de ambas administraciones.
Y es en estos once años cuando se ha recrudecido la violencia, pero nunca como en los últimos tres años, cada vez más y más constante.
Le duele al ciudadano común, llámese empresario u obrero, comerciante o ama de casa, lo que está pasando, pero es distinto lo que siente el que es funcionario al ciudadano estándar. Un hecho es que la batalla ha sido dolorosa para la nación con saldo en contra, no del gobierno que la instrumentó, pero si de una sociedad que cada vez pierde más y más el respeto de lo que llaman instituciones, estas mismas que han abandonado a todos, enloquecidos como se encuentran en sus jornadas bélicas. ¿Dónde se perdió el control? Porque es obvio que lo había, no sabemos si desde el gobierno o si se acordaban operadores, pero no se olía el pánico social por las calles del país y Morelos es parte de México. Una confesión: jamás creímos que lo que redactábamos en 84—85, la guadajalarización de Morelos o la colombianización de México, nos iba no sólo a alcanzar sino a rebasar por ambos lados del camino.
Morelos y México no lo merecen.