Anteayer volvió a ser noticia en un desayuno—anuncio donde hace pública su aspiración a ser nominado por el PRI y la nota que leemos afirma que entre los asistentes destacaban quienes integraron aquel gobierno de transición que muchos llamaron de reconciliación y que si bien no dejó huella pública en obra o acciones políticas, sí logró armonizar un tanto los ánimos crispados de una sociedad que empezaba a estar harta, tanto que al término de la administración de Jorge decidió por la alternancia.
Sin duda, el estilo mesurado, su figura agradable y su corte entre rancherón e intelectual, ayudaron en mucho al ixtleco. No trascendió, sin embargo fue tan cuidadoso en no entregarse al apoyo absoluto de su partido, que los que lo suceden, de Acción Nacional, de inmediato le encuentran acomodo y figura tan bien que lo hace en las dos administraciones encabezadas por el partido que destruyó al que él una vez fue presidente en su municipio natal y en su entidad, el PRI. Ahí inició la confusión: o algunos sectores son retrogradas o el contrato entre Morales Barud y sus nuevos patrones es demasiado moderno, más allá de filias partidistas y más cerca del servicio profesional burocrático.
El asunto es que en tanto Jorge trabajaba en los gobiernos lo mismo de coordinador de asesores con Sergio Estrada Cajigal Ramírez, que como secretario de Desarrollo Agropecuario y luego general de gobierno con Marco Adame hasta hace un año y fracción, la gente común, la mayoría pues, lo hacía ya militante del PAN, incluso se comenzaba a mencionar la resistencia de panistas-panistas a recibirlo en su seno. Suponemos que no se registró –o no lo dejaron— porque en cuanto lo reactivan en la nómina como director del CIDHEM que hizo el doctor Ricardo Guerra Tejeda y hoy es una institución forjadora de maestros y doctores de manera expresa, se apareció en “el nuevo” PRI como militante. Obviamente que su presencia generó inquietud. Los priistas decían: “¿Para qué se fue? ¿Por qué aceptó trabajar con el PAN? Había los que recordaban que cuando se hizo cargo de la administración estatal por urgencia y como cuarto en discordia –no quería, casi lo obligan--, poco hizo por su partido, que mantuvo la lejanía igual que Jorge Carrillo Olea que, casi abiertamente, hasta repudiaba los actos priistas y a sus militantes.
Hoy, con el anuncio hecho público, lo menos que debemos es dudar si la decisión viene determinada por Jorge Morales Barud, si es una estrategia elaborada y madurada por el senador del PAN, Adrián Rivera Pérez, para dividir al enemigo a vencer que todos saben son los del triple color, o la más remota: que Jorge Morales la va a jugar “con todo” en su partido de origen, no obstante que en diversos grupos le tienen desconfianza.
Y hay un agregado importantísimo: el preparado, educado y simpático ixtleco ha coqueteado con los frentes de izquierda, que lo ven como excelente alternativa para que reedite en Morelos lo que ha sucedido en Oaxaca con Gabino Cué, en Puebla con Rafael Moreno Valle, en Sinaloa con Malova y recientemente con su contemporáneo de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, con quien compartió ser gobernador emergente y pretende igualarlo regresando a la silla del ejecutivo estatal desde una coalición ajena al PRI.
Hay que despejar escombros del camino, Morales Barud tiene la necesidad personal y la obligación política y ética, de no juguetear con su proyecto, porque de pronto pareciera que entramos en terrenos de la prostitución política de pararse en la esquina o andar por la pasarela a ver quién paga más.
Jorge Morales Barud, el hombre, el hijo, el padre, el amigo, es una persona extraordinaria. Lo corroboró el domingo pasado que celebró su primer tostón, cuando aparecieron de todos colores y sabores en su emotivo festejo. Si la decisión para Morelos fuese para el mejor portado, el que no pelea con nadie, el que se lleva con todos y hace un gobierno como legalmente debiera (para todos, al margen de partidos de origen), nadie le gana a Jorge. Es el ideal. Pero existe el trabajo de partido, los compromisos ideológicos en la práctica y, sobre todo, una condición—requisito que al ixtleco se le dificultaría cumplir: ser leal con la plataforma que lo lanza.