En ocasiones los medios y quienes los integramos somos cuidadosos en el manejo de información, hacemos referencia a los medios que se precien de serlo, porque existen bodrios que viven, lucran y especulan con el dolor humano, auténticos buitres. Incluso sus directivos cuentan, a diferencia de la sociedad completa, con seguridad del Estado para que les cuiden hasta la compra en panaderías o puestos de fritangas. Excesivos como suelen serlo quienes no tienen vertebración periodística pero les sobra cinismo en la comercialización de la sangre. Traen patrullas y policías cargándoles el mandado. Mientras que la sociedad enferme de miedo.
Hace unos cuantos días hablamos del conocimiento de cinco secuestros en Cuernavaca, algunos de ellos con final feliz para las familias al recuperar a sus seres queridos pero con las maletas listas para vivir lejos de aquí. Y hablamos de gente aquí nacida, hecha, que quiere su tierra, a la que el pánico le obliga a huir. Nos enteramos de otros sucedidos en la periferia de la capital, sobre todo en Zapata, Xochitepec, Temixco y Jiutepec. Cada día y varios. A un señor en Zapata le secuestraron uno de sus hijos, le pidieron todo, quedaron al fin en dos millones de pesos. Le consuela la promesa de los plagiarios que dijeron que con él no había problema, “ya pagó su derecho de piso”. Pero el fin de semana hubo en Temixco una serie de eventos que indican que los hizo una misma pandilla; fue masivo y es bastante grave.
No conocemos detalles, pero les diremos que cerca de 20 jóvenes fueron levantados, con engaños algunos, otros al paso, todos golpeados y arrumbados en alguna vivienda de cualquier colonia del municipio, donde comenzaron desde los mismos celulares de las víctimas a contactar familiares. Cuota única: 20 mil pesos. Casi todos habían conseguido con parientes y vecinos lo que parece una módica cifra para semejante delito, pero la mayoría optó por enviar a otras ciudades con familiares a sus hijos. Y juntan para pagar lo que pidieron. O sea que los delincuentes ni siquiera planearon el plagio, fue al azar, el que se atraviese, lo que hace más tensa la situación. Claro que no lo vemos publicado porque, más claro, ni quien se atreva a levantar denuncia.
Lo anterior nos lleva a pensar que en el reacomodo de fuerzas entre los grandes grupos, algunos de tercero o cuarto orden hacen de las suyas y se reparten 400 mil o más pesos en un día. O los dos millones de Emiliano Zapata. O los cinco que exigían en Cuernavaca a una honorable familia. Lo repetimos: ¿Quién va a denunciar? Los tienen bajo la vista los delincuentes. ¿Y las Policías? No están, no van, no existen. Completo estado de indefensión. ¿Y por qué no denuncian? Creen que si lo hacen, se acelerará la maquinaria de venganza de los plagiarios, a quienes creen ver en todas partes.
Lo que nos vamos enterando (que tampoco es agradable, son cargas que emocionalmente lastiman, pero éste es el quehacer que escogimos) nos lleva a los recuerdos que hicieron renunciar a Jorge Carrillo Olea al cargo de gobernador. Lo que sucede hoy lo rebasa, multiplica, es arbitrario, excesivo y grave. Obviamente que todo parece estar en calma porque no hay denuncia y, por lo tanto, desaparece la información. Conocidos, varios, viven en esta desesperanza, que se van, que se quedan, que desean tener herramientas de defensa, que cómo le hacen. ¿Qué decirles?
Innegable lo que sucede en el país. Nos gustaría que Morelos –que es donde siempre hemos vivido y esperemos más aquí— fuese la excepción. Nos enterábamos que aquí le dio por vivir, en los 60, a Sam Giancana, jefe de la mafia de Nueva York, aprehendido en Tepoztlán por el FBI y policías mexicanos. Que a principios de los 90 establecieron sus residencias jefes de cárteles como Amado Carrillo Fuentes y los hermanos Arellano Félix. Pero no había ningún derramamiento. Más reciente se conocía que negocios nocturnos, sobre todo antros de moda, recibían a gente aparentemente rara pero que, entre susurros, sabían que era “La Barbie” y sus amigos. Se divertían, entre tanto asistente. Pero empezaron los ajustes, las delaciones y convirtieron a Morelos en un set de guerra verdadera.
Hoy, para descanso de televidentes y lectores, tenemos varias semanas –sino es que meses-- sin que cuelguen cuerpos en puentes transitados, pero un ramal de la delincuencia organizada –o hacen que parezca de ésta-- hace de las suyas y plagia sin ton ni son. Es grave, mucho, tanto que si quienes mandan en el estado y el país escucharan La Voz de La Calle, modificarían o empacarían sus pertenencias con mayor humildad. Se van y nos dejan un caos verdadero. ¿Habrá justicia para los que han sido vejados? Quién sabe. Pero esperamos que también para los que permitieron que se dieran estas ingratas condiciones aparezca la ley y cómo aplicarla. Los otros criminales, que entintan su papel con sangre y lágrimas del pueblo, lo menos que merecen es el repudio y vivir con la confianza que traen uniformados cargándoles la bolsa de comestibles.
Esto último lo señalamos porque lo vimos: un pequeño y vulgar hombrecillo con cargo ejecutivo en El Rastro de los Medios traía jodidos a un par de policías estatales con las bolsas del súper, en tanto él tomaba un helado. Ésa sí es no contar o tener poca madre.