Apenas, la necesidad nos llevó a un despacho de una de las hermanas para redactar la columna. Ahí vimos una fotografía clásica de los que asistimos a escuelas primarias federales, con un letrero rústico con la leyenda: “Escuela Melchor Ocampo. 4° A 1961” y un título: “La Cultura del ESFUERZO”. Abajo, firmado por su autor: Tomás Osorio Avilés.
Por la noche lo iniciamos y nos fuimos encontrando con los sitios comunes, los amigos comunes, las costumbres iguales, y valoramos en la extensión debida el tamaño de Tomás. Presente su imagen, sobre todo, con “el diablo” y las pepsis ayudando a su tío Melesio Avilés, el responsable de surtir el mercado “ALM” y parte del centro. Con él siempre ayudándole y cuidando que no se cayeran las cajas, su hermano Mauro sentado en los escalones que llevaban a los sanitarios de las fondas, uno de los menores Emigdio. Platicábamos con Tomás y le recordaba a Esteban “El Piteco” los años en la “Academia Vela” y de una pintoresca dama a quien llamábamos “La Teacher”, en el corazón del barrio de Zarco. Eran dos pequeños cuartos con una tabla larga de madera delgada, que a cada momento derrumbábamos los niños, todos de esa calle, de las colindantes Clavijero y Salazar, del mercado viejo “Benito Juárez”. El tío de Tomás, Melesio, se encargaba de un negocio de los más populares de lo que llamábamos el Pasaje Lido a un lado de la Mercería “La Japonesa”, al que denominaban “Tarro y Taco”.
Nos metimos en las páginas para encontrarnos con personajes famosos del pueblo como el bofe Clemente “Huitlacoche” Cruz, del barrio de Gualupita, una auténtica amenaza de las calles no sólo porque dominaba el arte que hizo famoso “El Marqués de Quensberry”, sino también porque cargaba una punta filosa y ocasionalmente se le veía con los judiciales muy cerca, decían que les ayudaba “aventando gente”. En los rumbos de Los Arcos, uno de los lugares más bonitos de Cuernavaca, le decían “El Copetes”. Tenemos vivas tres imágenes del “Huitlacoche”:
1.- Cuando noqueó a Ramón “Firpo” Pérez en la Arena Isabel disputándose el título pluma del estado y Pérez quedó semiciego y con males que le apresuraron la muerte. El boxeo no es un juego, es uno de los deportes con mayores riesgos. “El Firpo” tenía un negocio de verdura en ambos mercados.
2.- Una tarde-noche que un servidor regresaba de la secundaria “Zapata” (donde estudiaron Tomás y su cuñado Javier Demesa, Ráfaga Moreno, “El Grillo” Zamilpa de La Estación, Luis y Valentín Jaramillo de Amatitlán, Óscar Gedillo Alfonzo, primo hermano de la maestra Elba Esther y de Immer Sergio, nativo de Las Margaritas, Chiapas), y mero en el círculo de los bares y pulcatas se escenificaba uno de los pleitos callejeros más cruentos –aunque de un sólo lado-- que vivimos a esos 13 años: Roberto “El Fifirichi” Porcayo le cobraba a Clemente Cruz las puñaladas que pusieron muy grave a su hermano Toño “El Gallo” (ambos hoy jubilados del Sindicato Mexicano de Electricistas) durante una fiesta en una vecindad de Leandro Valle, donde vivían los famosos “Perros” Balcazar, semanas atrás. “El Fifi” hizo pedazos a Cruz, que era auxiliado por su sufrida madre que en la refriega se llevó algún empujón. Desde la entrada de “Las Cumbres de Morelos”, propiedad de un gran amigo hoy día del columnista, el también jubilado del aguerrido SME, Benito “El Garrobo” Nájera Quiroz, hijo de Don Beny, un pintoresco personaje, terror de las féminas a pesar de su metro y cacho, “El Huitlacoche” y “El Fifi” llegaban hasta la “Popular” del reconocido “Pasitos” y alcanzaban la pulquería de Carlos Cuaglia y “La Barca” que en algún momento tuvo un español apodado “El Moro”.
3.- Sentado en su silla de ruedas en la entrada a Gualupita y al parque “Melchor Ocampo”, con su mamá a un lado. Lo balearon y un proyectil le rompió la columna vertebral. Así terminó el ex campeón pluma de Morelos, cinturón que perdió noqueado por el cuautlense Reyes Hernández, un explosivo ponchador por cierto.
Muchos personajes de estos retrata Tomás en su tránsito desde el niño que trabajaba para ayudar en el gasto familiar hasta el dos veces diputado local, otra legislador federal, el maestro de generaciones de abogados de la Universidad de Morelos, el locutor, reportero deportivo, analista editorial, secretario del líder del Senado. El ejercicio de Tomás por dejar constancia de identidad a sus hijas y siguientes generaciones, lo tenemos que hacer todos. Él ya cumplió y nos pone el ejemplo y la tarea. Lamenta el que escribe no ser parte de ese libro, pero la familia Jaramillo completa es vista con cariño y lo reconocemos todos, desde los ojos de un niño, de un joven, que se abría camino con su propio esfuerzo, no robándole tiempo ni espacio a nadie, con el que compartimos eventos inolvidables.
El prólogo lo hizo otro Hijo del Mercado y producto neto de la Cultura del Esfuerzo, el doctor Jorge Arizmendi García, hoy diputado del Congreso local, pero siempre en la tarea de crecimiento en todos los niveles. En las mejores manos no pudo quedar. Un abrazo y una felicitación a Tomás Osorio. Seguramente sembró un árbol, ha hecho otros libros, pero tuvo un hijo que suma a sus tres niñas.