No hay ninguna necesidad. Los que medio recordamos lo que ahí era antes de la construcción, que la vimos abandonada en sus cimientos una parte de la década de los sesenta, que presenciamos el traslado de muebles y la burocracia del hermoso, histórico, pero disfuncional Palacio de Cortés a lo que es hoy la sede del Poder Ejecutivo. Y claro que conocemos del transcurrir que acomodan los tres poderes hasta que Lauro Ortega ordena la construcción del Legislativo en la calle Matamoros y el Judicial en Leyva, dándole dignidad a los otros poderes, que amontonados en el mezzanine y segundo piso, hacían una obligada romería a este lugar.
Detalles que parecieran menores pero importantes. Los sanitarios del Palacio de Gobierno eran los mismos de Moisés Martínez, “Moy el boletero” o “El rey feo”, personaje épico de Cuernavaca, un ícono, que lo mismo sacaba boletos en los viejos cines Alameda, Morelos y Ocampo, que martes, jueves y domingos en la Arena Isabel para las funciones de lucha libre, y los últimos años de su vida (que los vivió en lo que era la Alianza de Barrios, donde se le veló con todo el protocolo litúrgico y popular en lo que fuera el Salón Modelo de la vieja zona de tolerancia, y acompañó a sepultarlo en La Paz, con los respectivos honores y la presencia inolvidable de don Pepe Gutiérrez Sandoval, entonces pionero y referencia histórica del periodismo morelense y el imprescindible don Benito García Barba, maestro de muchos de nosotros).
“Cuñadito, te quiero dar la queja que ya no me dejan entrar al baño en Palacio, están unos guaruras que hasta me han ofendido”, nos dijo alguna mañana por el zócalo. Fuimos con otros colegas para preguntar por qué a Moy, el que daba diario de comer a las palomas en el quiosco y era además de imprescindible un espectáculo, le negaban el acceso a un lugar que es del pueblo, como bien dice ahora el gobernador Ramírez Garrido Abreu, su casa pues. “Son órdenes de arriba” y volteaban hacia el cielo, seguramente buscando “al señor”, y pensábamos que hasta en esos menores detalles tenía que ver la falta de conocimiento de cómo piensan los morelenses del entonces ejecutivo Jorge Carrillo Olea. Y pronto supimos que a los lustradores de calzado de Corripio, también los echaron y no se diga a los vendedores ambulantes. Y así ha sido.
No hemos preguntado pero lo haremos y lo transmitiremos aquí si las puertas se han abierto de par en par o siguen los sujetos de vigilancia con corte militar y seco hablar en las entradas principales y la de Galeana. Las pequeñas grandes, cosas como tener un sanitario si se trabaja en la calle. Claro, los baños del Gobierno no tienen la capacidad para todos, sin embargo, así era, Moy, los boleros, comerciantes y hasta periodistas les daban un uso que agradecía que ahí estuviera el Palacio de Gobierno, que siempre ha sido la casa del pueblo, y sus sanitarios, también del pueblo, por simple añadidura.
Escuchamos con la llegada de Luis Graco Ramírez Garrido Abreu que el Palacio de Gobierno se llamaría, a partir de ese momento “La Casa del Pueblo”. No está mal, pero los morelenses estamos acostumbrados a llamarlo Palacio de Gobierno y nadie nos va a obligar a que le pongamos el que ya de manera oficial comienza a ser clásico “(antes Palacio de Gobierno)”. ¿Antes de quién o de qué? O dirían los chavos “¿de parte de quién?”. No es con ocurrencias o estados de ánimo, se deben presentar razones que convenzan a todos, primero a los que han tenido como su casa este edificio, que son 12 gobernadores, contando desde don Emilio Riva Palacio; y si no vean: Emilio, Felipe Rivera Crespo, Armando León Bejarano, Lauro Ortega, Antonio Riva Palacio, Jorge Carrillo Olea, Jorge Morales Barud, Jorge Arturo García Rubí, Sergio Estrada Cajigal Ramírez, Marco Antonio Adame Castillo y Luis Graco Ramírez Garrido Abreu. Y antes, en Palacio de Cortés –lo que sí era un atentado a un sitio histórico- ni decimos cuántos más, pero mencionamos algunos, Norberto López Avelar, Rodolfo López de Nava, Jesús Castillo, Ernesto Escobar Muñoz, don Vicente Estrada Cajigal.
Bueno, una pequeña consulta valiera, y que la iniciaran con los que han visto pasar a los 12 gobernadores que mencionamos y cuando menos, a uno o dos de antes –los que despachaban en Palacio de Cortés—y ahí está Corripio. Cualquier empleado del Gobierno puede decirle a Graco quién es Corripio, que baje a darle lustre a sus cacles y le pregunte al líder histórico de los boleros: ¿Qué te gusta más, Palacio de Gobierno o Casa del Pueblo?”. No hemos saludado a Corripio hace rato, pero si él dice que está bien Casa del Pueblo, en esta columna va a ser lo primero que pongamos, sin comillas ni paréntesis. Pero si no… pues hay que seguirle buscando y primero ganarse el derecho de piso –porque lo electoral es otra cosa, este, el de piso, tiene que ver con la identidad y destino, el orgullo—para poder enviar una iniciativa al Congreso o porque así tendrá que ser si le cambia el nombre. No sabemos el procedimiento legal, pero en el juicio popular, a la gente se le consulta, primero a los del entorno y después, obligado preguntarles a los demás.
Con tantita humildad se logra, pero si se le agregan razones de carácter histórico, hoy de funcionalidad, se podría entender. En tanto, el que escribe conoce ese edificio, que nos servía en sus principios para jugar en sus pasillos “cuartas” y “retachados” con las viejas monedas de veinte centavos, grandototas, o los tostones plateados y las “pesetas” con su balanza bien grabada. Ya más adelantaditos, para romancear con la novia en sus amplios corredores que lo circundan y de paso disfrutar de vistas preciosas como la calle Galeana y esa formación urbana sobre lo que seguro era un pequeño monte que lleva la calle de Hidalgo, a los rumbos del “Revu” y la Catedral. Por cierto, no sabemos si le permitan al ciudadano caminar por esos corredores que, para quedar en las mismas, también son nuestros. Y aquí nos jalamos las orejas: ¿Cómo no saber si camina la gente? No cabe duda, hasta los presuntuosos como el que escribe del origen y nuestra identidad, estamos aturdidos de tanto escándalo. Así nos traen los malos que, también para variar, no sabemos dónde mero están, son sombras que aparecen de la nada.
Ese es otro tema, en tanto lo más pronto posible –seguro hoy mismo—daremos una vuelta por el centro para corroborar si no hay sorpresas en la construcción y el lugar del Palacio de Gobierno que siempre ha sido nuestra casa, solamente que nadie había enviado el aviso.