Exactamente 10 años después, Rodríguez Castañeda –todavía jefe de redacción de Proceso— presentó en el Jardín Borda su libro “¡Prensa Vendida!”, donde da a conocer el origen de lo que hoy es lo que llamamos “Día de la Libertad de Expresión”. Ambas ocasiones el que escribe tuvo el honor de compartir la mesa con Rafael, la primera al frente de un grupo de colegas que formábamos “La Vanguardia de Periodistas de Morelos” y la segunda comentando el valioso documento. Así varios conocimos como de un desayuno donde los empresarios de los medios escritos de la capital envolverían al presidente Miguel Alemán Valdés para que los apoyara con papel para sus rotativas.
Encuentro meloso donde los empresarios llenaron de buenos adjetivos al mandatario, lo nombraron “Adalid de las Libertades” y lograron al final del mismo, el ansiado apoyo que multiplicaría sus ganancias. Es cuando PIPSA, la paraestatal que dotaba de material a las rotativas, se convierte prácticamente en reguladora de contenidos a cambio de regalo. No faltó el director y dueño que reptara al extremo y dijese al residente Alemán algo así como: “Señor, estamos ante un acontecimiento histórico, no podemos pasar inadvertido este día, así que ponemos a su consideración repetirlo el próximo año, el 7 de junio y si usted lo considera propio a partir de hoy con los compañeros lo llamaremos Día de la Libertad de Prensa”. Aplauso y hurras. Alemán solamente sonreía. Los tenía en sus pies, era su salvador.
A partir de entonces vinieron la réplicas que degeneraron en aludes y no hay rincón del país que no destaque el 7 de junio. El origen es penoso. A partir de esa ocasión hubo colegas que no regresaron a los desayunos formales con las autoridades, porque parecía que a los periodistas les concedían una gracia. Se hace costumbre, así que tanto informadores como funcionarios, usan el día y, lo tenemos que decir, suceden también acciones favorables, como la de anteayer en el Congreso Local que ya en los siguientes días podremos compartir con ustedes documentada, amables lectores.
El formato ha cambiado en diversos lugares. Es una convivencia donde se escuchan mensajes, uno que otro reclamo, pero es más de encuentros que de disposiciones del gremio para rendirse. Debemos valorar y reconocer lo que han hecho las agrupaciones de periodistas morelenses, que se ha reformado el artículo segundo que protege la identidad de la fuente (como director del diario de enfrente, tocó a un servidor recibir al MP y acogerse a ese artículo, en aquel momento reciente conquista de los incansables Teodoros, Justinos, Carlos David, Macieles, Dulces, Chuchos, que son los mismos que velan por los intereses de todos. Nos cuidan y protegen. La gratitud es sincera, porque a muchos se nos quedaron en el camino las ansias de hacer defensas inteligentes como las hacen ellos, era más el encontronazo con las consecuencias de heridas en los dos frentes, que propuestas que lleven a las leyes y se apliquen. Por ello, sería mezquino no reconocerlos y respetarlos.
Cuando Rafael Rodríguez Castañeda en aquel 1993 comentaba su anterior visita, la rica comida servida por “La Güera” al día siguiente, sacamos un papelito que llevábamos en el bolsillo de la camisa: “Vaya curiosidad, fue exactamente este día, hace 10 años Rafael”, le comentamos. En efecto, coincidencia, porque la editorial y los organizadores de la presentación –como faltaría el incansable y querido nacho Suárez Huape— tenían sólo esa fecha en la agenda.
Un libro que causó escozor entre los dueños que continuaban la práctica de la lisonja y el sablazo, pero estamos seguros cambió la percepción de muchos periodistas, sobre todo que tomaron la fecha como un referente, pero no con la ansiedad, el gusto, la emoción del 7 de junio de 1980 en el hotel Casa de Piedra que almorzábamos con Armando León Bejarano y sus esbirros. Pero lo justificamos: bendita ignorancia.
A propósito hace ya años que Rafael Rodríguez Castañeda es el director general de Proceso y se nota porqué Julio Scherer así lo determinó. Es un periodista completo.