El que escribe no se va a cansar de reconocer los esfuerzos de compañeros que se han organizado para mantener la unidad y hacer crecer al gremio. Nos han beneficiado. Sin embargo, tras la firma del protocolo con el gobierno del Estado y otras instancias, luego que en el Congreso Local se han tomado medidas que apoyen a las familias y a los propios informadores en situaciones de salud, principalmente, nos llama la atención que se haga una pasarela con los candidatos al gobierno estatal donde firmen que van a respetar los derechos y las libertades de los periodistas.
¿Por qué, si la Constitución federal y la local los obliga? Respetamos y queremos a los colegas que encabezan estos movimientos, a Teodoro Rentería y a Justino Miranda siempre los vamos a reconocer, pero no obstante la situación de riesgos que vive la prensa y que lo conocemos día a día, más vale las medidas que eviten agresiones y en casos lamentables que subsanen en parte las heridas de la familia, a salir en la foto que tanto necesitan los candidatos y no los periodistas.
Este comentario es con respeto a todos, simplemente no podemos firmar sobre firmas de constituyentes, ni que lo hagan los secretarios de seguridad, los procuradores, los defensores de los derechos humanos, los gobernadores. Es su obligación con todos los ciudadanos, los informadores tenemos que ubicarnos en la condición general: iguales a los demás.
Aprobamos todas las acciones que hagan y las respetamos aun sin estar en los sitios y las reuniones.
Ya en muchas ocasiones nos tocó organizar y sobre todo dar la cara en el conjunto de informadores ante gobernadores y funcionarios arbitrarios con quienes incluso terminábamos a golpes con ellos y sus agentes. Eran otros tiempos. Hoy los funcionarios ignoran o hacen alianzas con criminales de alto rango que los torna más peligrosos.
Para hacer valer la Constitución, las libertades de expresarse y de informar, lo único que debe invocarse es la ley, no es condición ni de los funcionarios ni de los periodistas aparecer como dos sectores de privilegios ante una realidad que lacera: una sociedad frágil, capturada por el miedo y los terrores de la violencia del delito organizado y común, además con impresiones de que sus policías no son de fiar, por los temas que ya conocen todos de jefes en prisión.
El derecho a hacer nuestro quehacer está enmarcado en las leyes, pero es condición individual hacerlo valer y más si se cuenta con el respaldo del gremio. El que escribe vivió muchos años en la lucha por los informadores, ahí supimos que existen leyes y la Constitución que las obliga, pero eran tiempos también difíciles, donde las aceras sobre todo en provincia –diría el maestro Manuel Buendía—se hacían más cortas porque te cruzabas con el jefe de la policía señalado ese día en el medio, o con cualquiera de sus gendarmes listos para meterte un balazo por orden de aquel o para quedar bien con el mismo aquel. Fueron días de persecuciones, de sacar a la familia del país porque había órdenes precisas del gobernador de matar al periodista. Sabemos lo que decimos, lo vivimos.
Por ello la necesidad de unirse. Compartimos con varios que por ahí siguen en la brega, los inicios de la organización, se burlaban de nosotros hasta que no vieron las realidades. El objetivo no era que nos dieran a cada uno un tanque de protección como los de la guerra, se trataba de modernizarnos y para ello hacer talleres y escuchar las experiencias de verdaderos expertos en el medio. Lo demás se daba solo, como la reacción a la agresión a uno de los colegas por un policía y juntarse, en manifestación, cámaras, grabadoras, plumas y libreta listas, para encarar al jefe de la dependencia, darle un apretón, lluvia de preguntas, la grabadora hasta el paladar si era posible y exigirle ahí mismo que pusiera el remedio. Antes, la denuncia y un odio más de un despedido del gobierno.
En efecto hoy las condiciones son diferentes y la delincuencia organizada en determinadas regiones del país la ha emprendido en contra de periodistas. Con dolor y respeto absoluto a las familias, al gremio y a las propias víctimas, cada uno de los que trabajamos en el medio sabemos si existe mar de fondo, si fue por un trabajo periodístico o va por otros senderos. Como dolorosa anécdota, entre la última semana de mayo y la primera de junio de 1994, apenas instalado como gobernador Jorge Carrillo Olea, sucedieron tres asesinatos contra periodistas, todos ellos conocidos, algunos de ellos muy apreciados. Lo primero que se pensó que como militar, el nuevo gobernador enviaba una señal al gremio. No. Cuando se conoció sobre los hechos individualmente, hubo razones ajenas al quehacer informativo que provocan los trágicos desenlaces. La coincidencia fue cronológica y el arribo de una nueva administración. En ese marco fue la primera reunión entre el gremio y Jorge Carrillo Olea el 7 de junio de ese año.
Razones para que un gobernador se preocupara, pero con o sin ellas, Carrillo Olea siempre tuvo una impresión menor de la prensa de Morelos. Y así se fue.
Los candidatos, encantados, van a firmar lo que les lleven y su pose para la foto es más importante. Lo que se escribe aquí es bajo la responsabilidad absoluta del columnista y se abre el espacio para colega o funcionario, incluso candidato, que desee dar su opinión. Piensa un servidor que a una o dos acciones positivas no se le pueden agregar lastres, porque alguno va a ganar el gobierno, en tanto los otros junto con nuestros queridos colegas, van a cansarse de enviar las gráficas a la misma prensa y a todas las redes sociales.
Los derechos a la información son casi centenarios, allá el periodista que los haga valer o no. El otro tema, el protocolo de seguridad es para explicarlo a detalle, porque en una pequeña revisada se encima sobre la misma carta magna, son derechos ya consagrados. Que vengan las mejorías para la parte frágil del gremio, todo ello es bien recibido, pero lo decimos con el cariño y respeto de siempre: no nos prestemos al uso del gremio en días de campañas, sobre todo cuando están a punto de terminarse.
Los protagonistas son ellos, los políticos. El periodista cuando se hace protagonista, normalmente se equivoca. Lo dice la experiencia.