Desde las alturas las paredes amenazan con sus varillas: como un clavadista en el aire o como un soldado herido que no termina de caer jamás.
Es inevitable levantar los ojos y enganchar la mirada en las puntas, para después buscar la acera. Todos pasábamos de camino a casa por esa calle y la avenida rumbo al puente fracturado.
Algunos resultaron heridos ese día. Esperaban en la parada de la ruta un transporte. Del autobús verde aplastado por media barda rescataron a varias personas prensadas. También hubo muertos.
El martes 19 de septiembre, a las 13:14:40 ahí, en esa encrucijada de avenida Morelos y la calle Santos Degollado se apareció la muerte y desmoronó parte de este edificio llamado Torre Latinoamericana: todo se llenó polvo, sangre, llanto, terror.
Ahora el área está acordonada, como con vendas para heridos o enfermos. Todos pasamos por ahí y levantamos la cabeza, luego continuamos nuestro camino, llevando en nuestra memoria un derrumbe y llanto.
Un día de estos quitarán estas cintas y podremos atravesar por esta calle como los hemos hecho siempre, aunque nuestras calles ya no sean las mismas, nosotros ya no somos los mismos después del terremoto: algo se rompió en nuestro interior, muy adentro de nosotros algo no para de moverse.