Jojutla, Morelos.- Entre los escombros de las construcciones demolidas hay objetos cotidianos que llevan a historias de personas que quizá ya no existen o se han marchado o tal vez caminan entre los restos de la ciudad devastada.
Son casi las doce del día en la cabecera de este municipio. Hay unas zapatillas color salmón o guinda sobre los trozos de ladrillos: están usadas, pero en buen estado. Son de una mujer de talla pequeña, delgada porque el soporte del tacón no está aplanado.
¿Con qué color las combinaría? Con una falda o un vestido blanco o de plano guinda o negro.
También hay un zapato grande de una botarga que bailaba cumbia y merengue en la puerta de una farmacia que vendía medicinas baratas; cerca de allí un colchón bloquea el paso de una vivienda.
Más adelante hay una construcción aún en pie, pero seleccionada para demoler. Allí hay un sanitario: la pared que daba a la calle se cayó y dejó expuesta la taza del excusado.
Cuadras a la redonda, en una esquina, también hay una taza de baño rota a la que le han sembrado unas tablas de madera: tenía una bandera de franela o plástico, pero ahora no tiene nada: al fondo hay escombros y unas casitas de campaña azules cubren a esta familia que lo ha perdido todo.
A casi dos meses de que ocurrió el sismo, los pobladores no se reponen del desastre: algunos perdieron a sus familiares, otros sus cosas o sus casas, sus trabajos.
Los que habían pensado que el terremoto no les había quitado nada, han perdido a la ciudad bulliciosa y movida que era Jojutla, principalmente el centro de la cabecera municipal.
Ahora que están tirando la mayoría de las casas, negocios y edificios de esta área, en vez de los negocios donde la gente acostumbraba surtirse hay escombro amontonado y enormes máquinas retroexcavadoras que permanecen aisladas como bestias en reposo.
Los pobladores atraviesan el centro con la vista en el suelo, no sólo para evitar los trozos de cemento y varillas tiradas en medio de la calle, sino porque es difícil levantar la mirada y aceptar que gran parte de la ciudad ya no existe, al menos como se le conocía y transitaba.
-No nos han dado tiempo de recuperarnos. A mí sólo se me cuarteó mi casa, pero mi vecino si tuvo pérdida total, y no ha parado desde el día 20 de septiembre. Es muy poco el dinero que vamos a recibir por nuestras casas. Costó veinte o treinta años ir arreglándolas y eran mejores épocas, ahora va a costar el doble o más.
En las zonas de desastre donde quedan restos de muertos, los buitres y los perros merodean en busca de rastros de alimentos.
Aquí, en el centro de la ciudad, huele a caño, a combustible y a plástico quemado. El ambiente es triste y el sabor del ambiente es amargo.
Es muy frecuente ver en el suelo, caminando, a palomas que habían hecho de este sitio su hogar. Ahora se juntan en pareja o en grupitos de cuatro o cinco miembros. Van al mismo lugar todos los días: las 10 de la mañana o las 15:00 horas, frente a la estación donde estaban los Pullman de Morelos, en la calle Constitución del 57; ahí buscan los pedazos de pan o de tortilla del desayuno o almuerzo que les arrojan los policías que evitan los robos o los obreros que trabajan en la demolición.
En las esquinas es fácil observar varillas de metal que emergen de lo que fueron las columnas de las construcciones: son como las raíces de árboles arrancados de tajo por algún fenómeno de la naturaleza que puede regresar en cualquier momento y cuyo origen está más allá de cualquier en entendimiento humano.