Sociedad
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De cómo Taurus do Brasil introdujo el alma de Juan Gabriel en un niño


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A los 11 años Christian era “raro” pero normal. Sus modos “quebradizos” no preocupaban a sus padres. ellos creían que era influencia de la cercanía de su primogénito con una gran cantidad de mujeres que conformaban su familia.

Sus amigos de la escuela, sus vecinos y algunos familiares sabían que era gay.

Desde chiquito pedía, en secreto, las sobras de maquillaje de sus tías. Pasaba horas, escondido, arreglándose. Algunas veces en reuniones con niñas de su edad o adolescentes, llegó a maquillarse y a competir con ellas porque pensaba que tenía talento para combinar colores y aplicar en su cara morena la cantidad justa de cosméticos.

También desde muy pequeño comenzó a ponerse ropa de sus primas: las tomaba “prestadas” sólo para medírselas y frente al espejo observaba detenidamente lo bien que le quedaba; cerraba los ojos y se transportaba envuelto en la sensación de bienestar que le provocaban en su piel las pantaletas, los vestidos, las faldas, las blusas.

Ya en la preadolescencia sus primas y sus tías le regalaban prendas que habían dejado de usar o que no les gustaba. Christian las tomaba y hacía pequeños arreglos o las combinaba de una manera distinta, para que parecieran nuevas o a la moda.

El perifoneo del pueblo anunció por todas las calles la llegada desde Sao Paulo, Brasil, de el Hipnotizador más grande del Mundo, el maestro Taurus do Brasil, que venía de gira de Centro América a México: “Este sábado 15 de junio, en el teatro del pueblo. Evento para toda la familia. ¡Compre sus boletos en preventa, hay descuentos!”

Había lleno total en el lugar de los grandes eventos. Pobres y ricos llevaban sus mejores galas y a toda la familia.

Las fanfarrias sonaron en el teatro oloroso a petróleo.

Enseguida, la voz del anunciador: “Damas y caballeros; con ustedes el más grande hipnotista de todos los tiempos; el maestro de maestros traído directamente de Sao Paulo Brasil. ¡Taurus do Brasil!”

El escenario se iluminó con una redonda luna sobre el hombre de corta estatura, delgado y de traje negro.

Una segunda luz cubrió cerca de veinte sillas vacías. Enseguida, todas las luces se encendieron.

Con un español costurado con portugués, el maestro saludó a la concurrencia y pidió que cincuenta voluntarios subieran al escenario y ocuparan los asientos. En seguida se formó un rumor y ruidos de movimientos y pasos: las sillas fueron ocupadas.

“Siéntese, cierre los ojos. La cabeza echada un poco hacia atrás. Pegue su brazo al costado, ahora suba su antebrazo y extienda la mano, no despegue el brazo de su costado. La mano hacia arriba”, ordenaba el maestro con una voz pausada.

“Relájese. Respiri por la boca, non tenemos que tener la boca cerrada. Escuche mi voz, suéltese. Yo cuento hasta tres y usted se duerme, Respiri bien profundo, hondo, cada vez más escuchamos la voz. Escuchamos la voz. Respire. Suelte la cabeza, flojito. Preste atención a mi voz, deje su mente en blanco, siga essete ritmo de rispiación. Cada vez más escuchamos la voz” el hipnotista se paseaba entre los voluntarios hablando en un tono de amapola.

“El sueño llega más y más. Manténgase. Ahora voy a contar de uno a veinte, cuando cuente de diecinueve a cero usted dormirá, uno, dos, tres cuatro cinco, diez; usted siente la boca seca, siente que el sueño poco a poco llega a su conciencia, once, doce, trece… veinte. Duérmase, duérmase. Caen los brazos, escuchamos a voz, diecinueve, dieciocho, …Duérmase, cae su brazo y usté si duermi. Non desvié la atención de mi voz. Ocho, siete, seis cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Duérmase, cae el brazo. Usté si duermi, respiri bien profundo. Su cuerpo empieza flotar en el aire, su cuerpo se aleja, escuchamos la voz, el sueño llega más profundo…”

“Ahora todos están en el cine. Hay una pilícula. De terror, una pilícula dil Santo contra las momias de Guanajuato”, decía mientras los hipnotizados se abrazaban unos de otros.

“Il Santo está distraído y el hombre lobo está detrás de él, lo va a matar si no se da cuenta”, narraba, y los espectadores lanzaron un grito de terror: “¡Nooooo!”

El público se moría de risa. Algunos miraban con asombro.

“Ahora ya non istamos en le pilícula de Il Santo; ahora istamos en la pilícula di Cantinflas. Se llama El bolerod e Raquel. Mirin cómo baila Cantinflas con la muchacha. Qui risa nos da, nos mata de la risa Cantinflas”.

El maestro esbozaba una sonrisa, los hipnotizados se morían de la risa y el público era un mar de carcajadas.

Taurus siguió con otras dinámicas grupales y cuando acabó comenzó a despertar a la gente. Algunos se quedaron dormidos y tardaron un poco más en volver a la conciencia.

Los asistentes regresaron relajados a sus asientos por pedimento de Taurus.

Con este asombroso acto el boleto quedaba pagado, pero había más.

El maestro escogió entre el público a tres personas: dos muchachos y una joven, y los invitó a subir. Los tres aceptaron. Los sentó adelante, en tres sillas, y comenzó a dormirlos:

“Siéntese, cierre los ojos. La cabeza echada un poco hacia atrás. Pegue su brazo al costado, ahora suba su antebrazo y extienda la mano, non despegue el brazo…”

En pocos minutos los voluntarios quedaron totalmente en trance.

Taurus se acercó a los tres y tocando el hombro a uno de los chicos dijo: “Tú eres Luis Miguel y vas a cantar con Sheena Easton ‘Me gustas tal como eres’”. Tú eres Sheena Easton, le dijo a la chica mientras tocaba su hombro.

Se escuchó en el fondo de la canción del momento en todo el teatro. Sentados y con los ojos cerrados, los voluntarios se abrazaron y comenzaron a gesticular como si fueran el mismísimo Luis Miguel y Sheena Easton. La canción terminó y la pareja guardó silencio.

Taurus se acercó a Christian y le dijo: “Tú eres Juan Gabriel y cantarás la Canción ‘Querida’” (muy de moda en aquel tiempo).

Los primeros compases suaves y lentos de la canción comenzaron a sonar. Christian estaba sentado y con los ojos cerrados. Bajó la cabeza y en el momento justo tomó el micrófono imaginario con las dos manos, como si cogiera un plátano macho y comenzó a cantar como Juan Gabriel.

Hubo un silencio del público.

Después, se levantó del asiento y luego se paró y actuó como el “Divo de Juárez”. Se contoneaba mientras avanzaba hacia el público. Pestañeaba como lo hacía el michoacano y arrojaba besos al público como arcoíris de flores. Al final de la canción se arrodilló como lo hiciera el cantautor, luego se levantó y se fue a sentar como si nada hubiera ocurrido.

El chorro de aplausos que el público arrojó al hipnotista y a Juan Gabriel fue memorable.

Taurus despertó a los chicos, les agradeció y los mandó a sus asientos. La gente les brindó un aplauso largo.

En seguida el gran profesor se despidió. Y el público le brindó una ovación prolongadísima: había conquistado a otro pueblo más con su prodigioso acto de hipnotismo de masas.

Los habitantes de ese pueblo regresaron a sus hogares desmenuzando la actuación del mejor hipnotista del mundo, la cenaron, fue tema de alcoba y motivo de plática durante varios días.

Para los padres de Christian el trance en que había entrado su hijo fue una broma. Se rieron como nunca, pero conforme fue pasando el tiempo observaron que su vástago actuaba de una manera rara: su voz, su cuerpo, su manera de vestir y de comportarse eran más afeminadas. En una ocasión, durante la merienda, vieron (o imaginaron) que sus pestañas estaban risadas y tenía ligeramente encendidos de rojos los labios.

Una vez que Christian regresaba de la escuela a su casa, un grupo de vagos del barrio le cerró el paso y le silbó al pasar. Él no se molestó, al contrario, enfatizó más sus afeminados movimientos de cadera frente a ellos y se abrió paso como si fuese una diva francesa. Sus progenitores lo observaron todo desde la ventana.

Al día siguiente los padres de Christian se presentaron ante la comandancia de la Policía. Llevaban al muchacho a fuerza. Pidieron levantar un acta en contra de Milton Motta Peligrinetti o Taurus do Brasil, como se hacía llamar, porque había hipnotizado a su menor hijo, le había metido el alma de Juan Gabriel, pero no cumplió con la promesa de sacársela.

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Máximo Cerdio

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