Según el mimo Pactú, la Navidad es un sentimiento más que una fecha, por eso, y aunque hace días el 25 de diciembre se haya hundido en el agujero del tiempo, él anda todavía con su gorro-chistera de Santa Clos por las calles del primer cuadro de Cuernavaca.
Esta Navidad estuvo sin espíritu, dice. Mucha gente no sacó un peso de su bolsillo con anorexia para darle a Pactú, o mejor dicho "dejó de contribuir a que la mímica como arte permaneciera".
“Santa me trajo un tren pequeño. Mi padre me regaló un tren grande, muy caro, que mi hermano conserva y no me ha dado porque me lo pueden robar”, dice.
A pesar de Navidad tan flaca y pobre, no faltó quien lo invitara a desayunar en alguno de los negocios a los que entra en los momentos menos oportunos y realiza su extraordinario acto de silencio.
Anda encorvado y arrastra un poco una de sus piernas. El otro día se confió y salió a la calle con una camisa delgada de manga corta, ha sido una de las mañanas más frías de la ciudad, la temperatura era ocho grados Celsius: tiritaba de frío con un cigarro en la mano, fruncido, arrinconado en una migaja que un sol tacaño arrojó en el jardín Juárez.
Ahora el mimo camina saludando y pidiendo unas monedas por la Plaza de Armas, en donde es ya parte del paisaje humano.
El 6 de enero de 2018 va a cumplir 58 años. Va a llegar, claro que va a llegar, porque tiene un objetivo en la vida y porque tiene el pellejo y el alma de tlacuache.