Sociedad
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9-M: Miedo al vacío


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“Aún se escuchan los llantos, los gritos, las mentadas de madre de voces gravísimas sonando en las altas paredes y en el cielo azul de la ciudad…”

El vacío, el silencio, la nada, el no estar como la conjugación en presente de haber estado o haber sido, fueron las palabras presentes el lunes 9 de marzo en Cuernavaca; mayor fue el énfasis del paro nacional convocado por organizaciones civiles y adoptado por empresas, gobierno y paraestatales, después del tsunami de mujeres que llenó todo en Cuernavaca el domingo, día internacional de la Mujer.

En la paredes de las calle cuelgan aún telas, papeles de las gigantescas olas femeninas que pasaron por la ciudad; aún se escuchan los llantos, los gritos, las mentadas de madre de voces gravísimas sonando en las altas paredes y en el cielo azul de la ciudad de la Eterna Primavera, donde nunca se había reunido la cantidad de mujeres por un solo objetivo.

A las 10 de la mañana del día 9 las calles del centro eran un enorme set para alguna película apocalíptica “holivudence”. Muchas mujeres decidieron no presentarse a laborar; algunos negocios en donde todos los días uno podía observar a vendedoras o demostradoras al frente ahora estaban cerradas o atendidas por algún varón sin sal:

“De tres vino una, que se fue a desayunar y me dejó solo y mi alma”, dijo un dependiente de una farmacia.

Yo salí de mi caverna como cualquier animal periodístico, armado con mi cámara, mi celular, mi memoria, y con las imágenes de fotos y unas palabras de mi hija en el muro de Facebook:

“Cuando escribí con pluma indeleble en mi piel los nombres de las mujeres que asesinaron en lo que va del 2020, pensé en cada una de ellas y en cómo las traía conmigo en la marcha. Llegando al contingente, pedí a algunas de las chicas que me rodeaban que también escribieran su nombre, y las sentí mis amigas, mis compañeras y mis hermanas. Sentí sus manos en mi piel y honor en sus nombres. Escribí el nombre de mi mamá en mi pierna izquierda junto con el de muchas otras mujeres que conozco, y pensé que estaría orgullosa de mí. Escribí mi nombre. Pero también pensé, mientras escribían, que no eran sólo nombres, sino mujeres. Y que seguramente me iba a costar mucho trabajo borrarlos, que no quería borrarlos, porque siempre se iban a quedar en mí. Después de crema, alcohol y un baño, el sol hizo de las suyas y me dejó los gritos de las mujeres que me rodearon hoy en la marcha. Las más de mil piernas que caminaron bajo el sol. Las chicas, las pequeñas, las grandes. Las mujeres desde su balcón que agitaban sus manos con el "Mujer, escucha, ésta es tu lucha" compartiendo miradas llenas de lágrimas y orgullo.

“No se me van a borrar.

“No nos van a borrar, y que sepan que no es fácil. Que las que ya no están son cicatrices que penetran hasta lo más hondo de nuestra piel.

“No son cifras, son nombres.

“No son números, son mujeres.”

Anduve por las calles de Cuernavaca reporteando, atravesado de ausencias y de un terrible miedo al vacío, sin ella, sin Aurora, huérfano, con el eco del mensaje de Fernanda repitiéndose en cada uno de mis pasos y en cada uno de mis latidos como la cinta de una grabadora descompuesta:

”Pa: Te amo mucho. Hoy tengo el privilegio de escribirte esto como despedida. Regreso el 9 pero podría no hacerlo nunca.”

Hoy es 9 de marzo de 2020, antes de poner el punto final, faltan seis horas y 22 minutos para que acabe este día.

 

 

 

 

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Máximo Cerdio

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