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Las últimas vacunas contra el covid-19 en la Lagunilla


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Las últimas vacunas contra el covid-19 en la Lagunilla

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Siento un dolor metálico y leve. El líquido con el que el bicho me la va a pellizcar entra por mi brazo y se expande por mi cuerpo…

Hay una larguísima fila de sombras por la avenida Mariano Matamoros de la colonia Lagunilla. Varios metros adelante, quizá más de 500, la hilera humana da vuelta en la calle Eucalipto y después en la 29 de Febrero. Llovió ayer y el ambiente está húmedo.

Algunas personas descansan sobre bancos o sillas, yo llevo la mía plegable, de metal.

Poco antes de las 6 de la mañana, en la banqueta de la calle Eucalipto, me formo detrás de una pareja de adultos, enseguida llega una mujer de más de 60 años y la acompaña su hija; se ponen atrás de mí. La mayoría va a acompañado, yo voy solo.

Hoy es el tercer y último día de aplicación de la vacuna contra el covid-19 en Cuernavaca. Ayer hubo problemas en este centro de vacunación: a eso de las 12 del día una multitud que no alcanzó vacuna exigía más biológicos, se hablaba de que vacunaron a mil 300 y que en ese lugar había más de dos mil individuos, más, esperando la primera dosis.

Pobladores de la Lagunilla estaba muy molestos, alegaban que ellos que viven en la colonia habían hecho cola varias horas y no alcanzaron vacuna.

En entrevista, hace unos meses, el delegado del gobierno de México en Morelos, Raúl Anaya Rojas, dijo que en la logística participarían los tres órdenes de gobierno, el federal, el estatal y el municipal. A pesar de que en la Lagunilla había tal cantidad de gente, no se vio un solo funcionario que diera información cierta para la gente que exigía vacunas y que bloqueó la avenida por varios minutos ante la inconformidad de los ruteros que, con el claxon, les mentaron la madre.

También se pudo observar a varias personas con chaleco rojo y logos del ayuntamiento de Cuernavaca dando órdenes y formando a quienes lograron entrar para que los vacunaran.

Los vecinos reportaron que mucha gente de otras colonias, inclusive de otros municipios, estaba allí haciendo turno para la vacuna.

Otros más relataron que habían estado haciendo cola en la zona militar y en los otros centros de vacunación y no alcanzaron, por lo que se trasladaron a la Lagunilla con la esperanza de encontrar libre acceso y que en menos de un minuto los vacunarán: lo que hallaron fue una gigantesca fila de personas en ayunas, acaloradas y muy enojadas porque aseguraban que, por el acceso a personas con discapacidad, habían estado metiendo a gente que no hizo turno.

De acuerdo con mis cálculos, me correspondía el lugar 700. Desplegué mi vieja silla: me gusta, es de cantina, seguramente libró heroicas batallas en algún bar de mala muerte, ahora es mi silla de escritorio. La lijé hasta el metal y la voy a pintar de negro, fue una donación de mi amigo el Monstruo.

La sugerencia de traerla fue acertada porque de acá no saldré sino hasta después de las 12 del día.

Hay muchas mujeres en la fila observándome, quizá piensan: "me hubiera traído mi silla o un banco", o tal vez esperan que me apiade y se las preste.

Yo permanezco íntegro, estoico como guardia real inglés, pero sentado. No pienso dar mi silla a nadie.

A las 6.30, por sobre la barda que todos miramos de frente se asoma la copa de un árbol. De ahí sale el gorjeo de un pájaro.

La luz va labrando los rostros de las personas: muchas parejas de 50 a 59 años de edad y algunos ancianos.

La mujer detrás de mí se llama Eleuteria Juárez Juárez, tiene 79 años. Hace más de un mes le pusieron la primera vacuna en las instalaciones de la 24ª. Zona Militar y le dieron cita para ayer. Llegó a las seis de la mañana pero a las nueve le dijeron que no le tocaba y que regresara al día siguiente. Viene de Ocotepec, con su hija. El taxi les cobró 100 pesos por traerlas hasta la Lagunilla. Se recargan en la pared cansada. Yo me paro y le digo que se siente en mi silla y acepta.

El tiempo transcurre y la cola se va dilatando, ahora una neblina inunda la calle y refresca. El pronóstico según mi celular es de un día nublado, pero lo más palpable es que al rato volvamos a estar a merced del sol, que mayo se ha dado vuelo y ha llegado a los 36 grados Celsius en Cuernavaca.

Pasan tamaleros con los botes de metal humeantes, gelatineras y unos niños del barrio que, aprovechando la demanda, salen a vender atole, pan, tortas.

No pueden faltar los perros del barrio, que se arriman como hace miles de años a la humanidad. Acompañan a sus dueños o se echan sobre la calle o la banqueta para descansar o esperan un pedazo de comida.

Las horas pasan como un perezoso atravesando una pista para galgos.

No hay peor manera de perder el tiempo que hacer cola. Esta escena la he vivido: en noviembre pasado llevé al Toponeitor al centro de verificación ubicado en Yautepec de Zaragoza no. 17, en Jiutepec: más de diez horas de mi vida perdidas, para que el vocho no pasará la revisión.

Por fin, a las 8:45 avanzamos. Yo ayudo a Eleuteria y cargo con mi silla de metal. Por tramos le vuelvo a poner la silla y ella se sienta.

-Trajo usted su silla para usté y no se ha sentado.

-No me canso todavía y si me canso me aguanto –le respondo con dos versos octosilábicos.

Personal con chaleco rojo del ayuntamiento de Cuernavaca explica que no abandonemos nuestros lugares porque nos entregaran una ficha y que llenemos correctamente los formularios que previamente imprimimos, después de que nos sacamos o nos sacaron cita para vacunarnos.

Una chica llega repartiendo números enmicados, a mí me toca el número 0596, son las 9:17.

Ahí nos estancamos cerca de una hora. Autos, personas en sillas de rueda -que tenían preferencia y pasaban por un acceso especial- habitantes de la colonia, hombres y mujeres buscando a su familiar entre la fila interminable.

A las 10:10 pasamos un corralito frente a la escuela secundaria número 9 y nos piden nuestra ficha, la entregamos y nos volvemos a repegar a la pared. Yo cargo con mi silla para la mujer que se vacunaría por segunda vez. Los acompañantes se quedan afuera, la hija Eleuteria me encarga a su madre.

Aunque no había vigilancia policiaca todos respetan los turnos, todos menos los perros: son cuatro o cinco y están por todos lados. Hay uno amarillo que, al parecer, sigue a su dueño y ha de vivir cerca porque entraba y salía como “Juan por su casa”.

Una asistente de chaleco rojo nos explica que estaban pasando de 200 en 200, por la sana distancia. “Una vez que los vacunen hay que esperar 20 minutos a que no tenga efectos adversos”, dijo.

A las 11 entramos a la parte trasera de la plaza cívica: hay una cancha, juegos infantiles y un jardín muy descuidados; yo cargo con mi silla de metal. Eleuteria se me pierde. Pasamos en fila y nos sentamos en unas sillas negras.

Ahí unas chicas recién egresadas o estudiantes de alguna carrera relacionadas con la salud nos ayudan a completar el formulario que llevábamos, nos toman la temperatura y el nivel de oxígeno: “bien su presión, bien su nivel de oxígeno, siga así”. Luego nos pasan a la cancha techada, donde esperamos turno para vacunarnos.

Sentados y esperando turnos por línea reconozco a varios vecinos de San Antón. Nos saludamos, vamos pasando de cinco en cinco.

El perro amarillo anda también por ahí, sigue a un hombre de playera roja, pantalón oscuro y gorra blanca que espera sentado que lo vacunen. El perro se le pone enfrente y se echa en el piso, luego enseña la panza o los testículos y después se quedó quieto, mientras la enfermera vacuna a su amo; cuando la enfermera termina el hombre se levanta sujetándose el brazo y el ladrante lo sigue.

A las 11:36 la enfermera se para frente a mi y dice su nombre: señor, soy Victoria. La vacuna contra el coronavirus SARS -COV2, Pfizer, lote EW2245. En seguida hiende la aguja en mi poderoso brazo no dominante; siento un dolor metálico y leve, el líquido con el que el bicho me la va a pellizcar entra por mi brazo y se expande por mi cuerpo, la enfermera maneja el aguijón de acero quirúrgico. Presiono con un algodón remojado en alcohol el lugar de la herida, como me ordena Victoria, y me dirijo a la salida llevando mi silla.

En la explanada frente a la calle estamos los vacunados. Una mujer nos indica que no debemos andar en el sol, que si nos duele tomemos paracetamol, el medicamento preferido por el doctor Félix Aguilar Lozano, y que si tomamos medicinas no debíamos interrumpir su consumo de acuerdo con la prescripción de nuestro médico. También nos entrega un documento con datos de nuestro proceso de vacunación que nos va a servir para la segunda dosis.

Veo a Eleuteria en la misma fila que yo, cuatro o cinco sillas a la izquierda y la saludo.

Cuando la asistente dice: “Está prohibido consumir alcohol por tres días” el ceño de algunos vecinos se frunce.

Media hora después nos permiten salir y el grupo de cuarenta personas nos levantamos y nos dirigimos hacia la calle. Los perros ya no están.

La gente ansiosa espera a sus familiares como si llegaran de un viaje muy largo. Cruzamos la barda móvil de metal; se observan abrazos incluso.

Afuera hay una cola de varias cuadras. Yo me pongo en la espalda mi silla y tomo algunas fotos de registro. Estoy cansado, me duelen las piernas, tengo mucha hambre y sed.

Por un momento imaginé que Yesenia me estaba esperando en el corralito, que me llevaba a casa para hacerme un buen desayuno y que me preguntaba: ¿te dolió?

Por la tarde del 13 de mayo, la Brigada Correcaminos enviaría un boletín en el que anunciaba que éste había sido el último día para vacunar a los adultos de 50 a 59 años de edad, pero que se reprogramaría un día específico para aplicar el biológico y se informaría en próximos días la fecha y sedes, porque aún había personas sin vacunar: en esta jornada de tres días se superó las 52 mil 135 dosis, las cuales representan un mayor porcentaje de lo que se tenía programado de acuerdo con los registros oficiales, incluyendo las reservas con que se contaba de la vacuna Pfizer-BioNTech.

El viernes 14 de mayo a mediodía, el delegado del gobierno de México en Morelos, Raúl Anaya Rojas, anunció que para atender a las personas de entre 49 y 59 años que no pudieron vacunarse contra covid-19, se instalaría el lunes y martes un módulo de vacunación en la delegación de bienestar ubicado en la colonia Buena Vista, pero que atenderá exclusivamente a habitantes de Cuernavaca y sólo habría 800 dosis.

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