Es insoportable, quiero hacerla desaparecer, pero como no puedo mejor la sacó a pasear. Desadherida de mí se trepa al perro que nos acompaña en el viaje porque el sol de las doce le molesta. A veces se vuelve tan densa que deseo que se pierda durante la caminata. Pienso: “Ojalá que se quede atrapada en la oscuridad de la alcantarilla, en la línea quebrada del poste a punto de caer, en la grieta de la banqueta que el árbol levanta. En la casa ya no podemos habitar las dos. Ha sido contraproducente haber estado encerradas tanto tiempo juntas.
Evitando el contagio del exterior fecunde su amargura. Dejó de ser sombra ligera y volátil. Dejó de jugar con mi Gata. Dejó de hacer figuras de animales sobre el muro. Dejó de acompañarme durante mis lecturas nocturnas. Se metió a la cañería del drenaje atrayendo cucarachas y ratas. Se guardó en los rincones y desde allí comenzó a salitrar las paredes. Ya no se mostraba en su silueta de mí, sin embargo, se expandió membrana sobre todas las habitaciones y oscureció la casa ahuyentaba la luz con su grito mudo de espectro. Tenía migraña a toda hora; se ponía a fundir los focos, a descomponer cualquier fuente de sonido ya fuera la TV, el estéreo, la computadora o mi propia voz. Me tenía enmudecida por capricho. Fue cuando harta de todo salir decidida extraviarla en el camino.
Al principio estuvo renuente, pero opción no tuvo, salí y la arranque contra su voluntad. Ya entrado en confianza y en el camino esa sombra se hizo sombra de rata, se hizo sombra del lobo, se hizo sombra de cucaracha y lo era arrancando algo de mí y del perro. Ejecutaba su oficio vagabundo arrastrándonos con ella una vez que se reconoció habitante del estruendo externo.
Esta sombra, de la que quiero deshacerme, me amarró los ojos, les hizo un nudo llamado monocromía, soy daltónica de la ciudad. Se hizo un tapón en mis oídos y nombró a los cláxones aves, a los gritos cantos y al descontrol productividad. Esta sombra aquí afuera ya no es conocida como mi sombra, es cruel infecta de la enfermedad veloz. Intentando deshacerme de ella ha tomado el control de mis destinos. Voy imparable tras de ella, soy perro famélico que existe sólo para andar a la vera de sus vicios.
La ciudad es un monstruo que ruge. El tiempo se le hace costra de hollín sobre el cuerpo. Los edificios se elevan altísimos dientes grises que mascan smog. El alma pardusca de este monstruo levita pesada atmósfera amarillenta y conspiradora, serpiente lengua relamiéndose los dientes. Avenidas brazos. Calles falanges. Aliento drenaje. Plasma lluvia. Llanto semen y sangre diluyéndose en la costumbre. Las sombras individuales disueltas en la sombra magnánima del bloque de hormigón nos perdemos en la mancha.
Los edificios se levantan en legión. Esqueletos de acero se yerguen rodeados de maquinaria, estruendo, demoliciones. La carne de vidrio y concreto parece formarse del aire. De los cimientos de cada uno surge otro. Espinas inarrancables, petrificadas y adheridas como la muerte a la carne. Sus ventanas y puertas dolientes gritan advenimientos finales.
Ciudad magnetismo de sombras, de hedores y miserias. La piel de la ciudad es un lagarto miserable, de corazón ególatra, sediento de poder y crecimiento. Sus arterias de noches se incendian y su cuerpo resurrecto de cenizas se vuelve de nuevo carbón con brotes encendidos de infierno. Las ciudades son más hermosas entre llamas. Descansa, se regenera para poder gritar a primera hora soy inmortal. Me consume en huellas, me desmorona en pasos en distancia. Envejezco después de cada excursión tengo una arruga más. Oriunda la sombra ha nacido aquí, matriz de aullidos. y yo me olvido de mi humanidad y con los sueños verdes que alguna vez soñé hace una hoguera.
Ahora mi perro y yo avanzamos extensión de la sombra autómatas del silencio en medio del caos. Perdidos de nosotros mismos. La lluvia ácida cae y nos derrite el rostro dibujando la sonrisa irónica y flácida del que ha aceptado la tarea solitaria del fantasma urbano. He abierto la puerta de mi casa para deshacerme de la sombra y he fracasado. Ojalá encontrara la manera de lanzarla afuera sin mí. Ojalá me la hubiera cortado con un hacha. Ojalá la hubiera deshilvanado de mi cuerpo.
Hay días semanas meses en los que no regresó a casa soy manejada por los hilos que se descuelgan de los postes de luz, de los tendederos de las vecindades. que penden amenazantes igual a nidos eléctricos de aves carnívoras. Intento recobrar la memoria recordar como alguna vez la convencí de vivir en los suburbios. Está claro que ser sombra provinciana no le ha gustado
En los aparadores, en los grandes vidrios de la arquitectura la veo reflejada en mí. y atrás, muy atrás de los despojos aun permanezco; una humana más al servicio de su majestad el monstruo devorador de hormigas erguidas. La sombra se me puso como un sello código de barras de mi nacimiento. La sombra de cada uno es la voluntad de la ciudad, son su látigo. Hemos nacido obreros. Un matiz más del gris de la ciudad.
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