Viajar en moto es conectarse poderosamente con el cuerpo de manera inmediata. Es la sensación de dominar a los elementos de la naturaleza en su versión más salvaje. Sucede un despertar de la conciencia móvil. La conexión entre la mecánica del cuerpo y la mecánica de la máquina debe ser sensible y profunda para resultar exitosa. Poseer la certeza de que moverte de tal o cual manera va a tener una reacción sí o sí en la bestia de metal y que no hay cabida para titubeos; aunque seas principiante tienes que tener toda la actitud. Hay que saber en qué grado desataras las fuerzas del vehículo; con mover un meñique, con inclinar un poco la cadera, con torcer dos o tres milímetros la muñeca sobre el acelerador y qué tanto reaccionan el freno y el clutch a la presión de tus dedos, entre muchos otros factores sumamente sensibles.
Si alguna vez han imaginado como sería volar un dragón creo que pilotear una moto se acerca demasiado, porque en cualquier momento de exceso de confianza el monstruo puede voltearse y arrancarte la cabeza. Mucho de viajar en moto es surcar infiernos. Los aviones son cosa de ángeles, las motos de demonios, y lo relacionado a lo marítimo se lo dejo a seres de otras galaxias.
Para ser sincera, las motos no me llamaban la atención como siempre lo hicieron los aviones o los barcos. Para mí ellas eran diseños hermosos que admirar o temer (lo último debido a que mi padre falleció atropellado por una motocicleta deportiva) pero una vez que me subí a ellas ya no puedo opinar lo mismo. Y qué decir de cuando los destinos son hermosos paisajes que borden las carreteras más que un punto en específico del mapa. Se despierta y burbujea la adrenalina de la felicidad en todo el espíritu.
Mi esposo y yo adquirimos nuestra primera moto hace seis meses, y ahora ya tenemos dos; una para cada quien. Desde el instante en que fuimos por la primera no pude evitar iniciar una bitácora-diario de la experiencia con lujo de detalles y todo tipo de datos complementarios, pero eso es otra historia.
A lo que quiero llegar es que comenzar en el mundo del motociclismo y conducir una de ellas es vivificante. A mis casi 40 años he recopilado un sinfín de experiencias, pensamientos, ideologías, temas, etc. para entretenerme escribiendo el resto de mi existencia y bueno, lo que todavía me falta. Pero la motocicleta le ha metido turbo a mis expectativas. Si quieren rejuvenecer cómprense una moto. Palabra de honor.
Hay un tema que me gustaría abordar hoy, la afinidad y la química que surge entre personas con los mismos gustos. Debo decir que no es lo mismo tener afinidad entre arquitectos, artistas o amantes de los animales (por mencionar algunos de los ámbitos en los que estoy inmersa) que sentir chispas de emoción al estar rodeada de moteros y creo que esto se debe al halo de riesgo en el que se encuentra la actividad. Hay fuego y certeza de lo efímeros que somos en todo momento.
Tengo amigos y amigas que son como mis hermanos de personalidad, que sé continuaré frecuentando hasta que muera, algunos de muchos años y otros muy muy recientes. También están los otros, los que se han quedado en el camino porque simplemente no persiguen los mismos ideales que yo, independientemente de a qué se dediquen.
En todos los lugares y ocupaciones existen personas de espíritus libres, pero creo que entre los motoristas son los más. ¿En que grado alguien que no le teme a conducir una moto podría importarle “el qué dirán”? Me da la impresión que son más sinceros que el resto de la población. Pero no me hagan caso, recuerden que los comportamientos humanos tienen mucho todavía con que sorprendernos. Hay de todo en todos lados.
En la búsqueda de mi motocicleta conocimos a varias personas, la mayoría agradables. No creo que sólo haya sido por el interés de vender, porque la gente con mala vibra, aunque quiera ser buena onda, no le queda.
Hay individuos con los que tienes una conexión increíble desde los primeros instantes, aparte de descubrir que tienes muchas cosas en común. No hablo de amor a primera vista, pero sí de sentir tal comodidad en presencia de ese alguien que terminas por imaginar que ya se conocían de mucho tiempo o que fueron amigos en otra vida.
Bueno, esto nos sucedió simultáneamente a mi esposo y a mí con un motociclista en la búsqueda de mi máquina. No realizamos la compraventa con él, pero eso no fue impedimento para que expresáramos el gusto mutuo de habernos conocido, y que prometiéramos salir a rodar juntos en cuanto se diera la oportunidad, y así fue. Aproximadamente a las dos semanas nos invitó a festejar su cumpleaños en una salida exprés a Zacatlán. No lo dudamos. En ese viaje conocimos a su esposa y a dos de sus amigos. Los cuatro resultaron ser un encanto. Nos quedamos con ganas de más aventuras con ellos.
Esto hace que me pregunte ¿Cuántas personas hay regadas por el país (y no digo mundo para no exagerar) con las que podría hacer click de la misma forma, e iniciar una entrañable amistad ligera, libre y sin complicaciones? Al formular la pregunta, de manera automática recordé aplicaciones de búsqueda de “amigos” pero creo que lo digital no es suficiente para lograr algo de calidad; pienso que se queda a medias. Es imprescindible la interacción en persona. Los primeros encuentros son cuestión de un 100% de espontaneidad y eso es lo genial, lo autentico.
Existe la posibilidad de varias relaciones de amistad increíbles. El punto es encontrarlas y, más que esperar a que sucedan, salir en su búsqueda, pero sin forzar nada.
Ojalá este asunto fuera tan sencillo como ir un día casualmente a buscar una moto y terminar con una amistad a la medida, justo como debes embonar con tu motocicleta.
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