Oculto entre la espesura de la ribera de la laguna de Catemaco, frente a la isla de Tanagre, hay un grupo de bungalós maltrechos que se levantan entre las ciénagas aferrados a sobrevivir. Un sitio alejado del ajetreo turístico y con la suficiente mala fama para que muchos le guarden respeto: lancheros, prostitutas, charlatanes, y alguno que otro miserable al que le alcanzan las monedas para comprar un plato de arroz con frijoles y una cerveza. A media noche abre sus puertas para los desamparados de la vida. El nombre de tal madriguera es El Gozoso.
Una madrugada a finales de octubre todo transcurre como siempre entre humo de tabaco y marihuana, olor a orines, carcajadas, música y borrachos. La Gringa Nati Dobol es la dueña del tugurio, así como de otros locales donde se concretan transacciones ilegales disfrazadas con facha de centros holísticos hippies. Es una mujer de 40 años, robusta, alta, mal encarada, güera, con el cabello siempre trenzado y sujeto en lo alto; una extranjera que todavía no ha perdido el acento. Al parecer La Gringa Nati Dobol está presente; algunos vieron a sus gallinas detrás de la cortina de carrizos que está al fondo, más allá de la barra del bar. Sólo en El Gozoso la puedes encontrar si es que ella quiere ser encontrada.
Se corre el rumor que La Gringa Nati Dobol es bruja y que el pacto que ha hecho con el diablo impide que la atrapen en todos sus embustes; una cosa más por la cual es temida. Los de más experiencia bien saben que cuando esas gallinas negras, raquíticas y desplumadas aparecen, quiere decir que la patrona anda cerca. Esos animales son sus protectores, algo así como sus talismanes.
Catemaco es conocido, más que por sus brujos, por los promotores de los mismos. En cualquier lugar que haya turistas cerca de la laguna hay un emisario prolijo en embustes invitándole por trecientos pesos a una consulta con el brujo más poderoso de la isla, que convenientemente se ubica a tan sólo quince minutos de donde sea que hayan encontrado a los ingenuos. Gancho para llevarlos a algún otro sitio y culminar el asalto o engatusarlos para que den más dinero bajo presagios favorecedores.
Los verdaderos brujos ni siquiera se acercan a la laguna, no les gustan los turistas y por supuesto que no cobran sus servicios con dinero. Viven en lo más profundo de la Sierra de Santa Marta protegidos por la bruma de la selva.
Esa madrugada, a las tres de la mañana, súbitamente se azota la puerta de El Gozoso. Algo normal y nada sorpresivo, porque a veces el norte es así de violento en su llegada. Lo que no es normal es ver entrar a esa vieja pordiosera obesa y despeinada, envuelta en andrajos, que avanza cojeando sosteniéndose de una vara de manglar nudosa. Pero a esa presencia sólo la temieron algunos, los que se quedaron callados, los que sintieron una mordida en el estómago, la sangre fría en sus venas y el cuero cabelludo crispado al instante de verla. El escándalo de la rocola, las risas malsanas de los yonquis y las putillas jóvenes no disminuyó hasta que a uno de los que se les había ido el aliento silenció la música. Algunos tardaron en reaccionar ante el pánico de los otros, pero sólo pasaron segundos antes de que quedaran con el mismo rostro de espanto.
La pordiosera mira, con el ojo que no tiene carnosidades amarillentas, directo a la cortina de bambú. Su respiración es acompasada por pequeños gruñidos y gorgoreas. De sus ropas salen hormigas rojas que le recorren el cuerpo y se extienden en el piso a su alrededor. La puerta detrás de ella enloquece; comienza a azotarse de manera rápida y violenta. La Gringa Nati Dobol ha salido inmediatamente y está detrás de la barra.
― ¡¿Qué haces aquí, desgraciada?! ―grita La Gringa Nati Dobol.
La pordiosera deja caer la parte inferior de sus andrajos. Todos ven sus genitales y extremidades; una pierna arrugada y reumática y la otra de guajolote. Algunos chillan e intentan escapar, pero puertas y ventanas se han sellado de golpe.
―No te salvaran tus gallinas hambrientas, ni los caracoles, ni los amuletos y maleficios mal hechos de tu brujo protector―respondió la pordiosera. ―No te cansaste de buscarme incomodando mi selva con tu insistente codicia. Te arrastraste ante mí para que hiciera lo que sólo yo puedo. Y lo hice por lo que prometiste a cambio. Ya no puedes demorar más. Vengo a hacerte cumplir.
La Gringa Nati Dobol está petrificada. La criatura que tiene enfrente es la Momelzcopinqui, una antiquísima bruja prehispánica habitante del sur.
― ¡Lárgate, malnacida! ―la voz le temblaba a La Gringa Nati Dobol― No te daré ningún niño de mi carne. Jamás engendré.
―El plazo para esa moneda ha declinado. ¡Pagarás, de otra forma, pero pagarás!
De un movimiento, la verdadera bruja se destornilló la pata de guajolote, la cual torció los dedos de manera antinatural para avanzar. La pata de un salto se lanza a La Gringa Nati Dobol y la toma del cuello, al tiempo que la bruja extiende sus brazos para maldecir a la deudora. Los dedos se le dislocan uno a uno para efectuar movimientos serpenteantes. La Momelzcopinqui comienza su maleficio.
― ¡Te conjuro Moyohualitoani, él que se comide en la noche! ¡Te conjuro y te ofrezco la vida de esta hembra que es mía bajo la ley de su propia palabra!
¡Aúllo sus nombres Cihuanotzqui, Xochihua, Cihuatlatole!
¡Los proclamo dueños de esta blasfema que condenó su paz a cambio de mis favores!
¡Que su lengua sea tu sirviente Temacpalitotí! ¡Hazla danzar en la palma de tu garra!
¡Hagan de sus mentiras un verdugo! ¡Vengan por su sombra arrebatadores de luz Pixe, Nonotzale!
¡Cómanle el corazón!
¡Su hermana Momelzcopinqui, los llama!
¡Su hermana Momelzcopinqui, los ofrenda!
La pata de guajolote levanta a La Gringa Nati Dobol en el aire y la azota en la barra rompiendo vasos y botellas. La mujer intenta desasirse de la fuerza que la estrangula. Su cuerpo comienza a convulsionar. Abre y cierra las piernas con movimientos obscenos. La pata la suelta, pero ella ya está en trance. Comienzan las arcadas espasmódicas. Su boca se hace un profundo pozo de donde escapa un alarido orgásmico que da paso a la lengua que sale retorciéndose como sanguijuela de ciénaga; sale, sale y sale. La mujer permanece totalmente arqueada hacia atrás en una posición de casi fractura. La lengua una anguila. La lengua una soga que se enrosca alrededor de su cuello y cuerpo. La Gringa Nati Dobol intenta atrapar un poco de oxígeno agitando los brazos al aire desesperada hasta que colapsa. Se derrumba y queda torcida con la cara morada, los ojos desorbitados y su lengua abrazándola como boa constrictor.
Nadie vio irse a la Momelzcopinqui. Lo único que queda de ella es su pata de guajolote tirada a un lado del cadáver. Los miserables espectadores no se quieren mover, no quieren ni respirar. Han transcurrido horas. Nadie ha salido de El Gozoso, se mantienen alejados del cuerpo mientras cuchichean. Un yonqui se atreve a dar algunos pasos hacia La Gringa Nati Dobol. Está amaneciendo. Poco a poco los más intrépidos se acercan, los otros no tardan en salir e irse corriendo. A un intrépido se le ocurre mover la pata de guajolote con el pie. De un salto, la pata se yergue, brinca por todo el lugar aterrorizando a los rezagados y finalmente escapa por la ventana rompiendo el cristal. Las gallinas negras de La Gringa Nati Dobol al poco tiempo llegan a picotearle el cuerpo y sacarle los ojos.
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