Hace poco, investigando sobre literatura de viajes en carretera me encontré con el canal de YouTube de unos españoles que viajan en furgoneta a través de Latinoamérica. Ver sus videos recorriendo México me entusiasmo mucho porque siempre pensé que hacer un recorrido así por mi país era prácticamente imposible sin terminar embolsado a lado de la carretera. La verdad es que si imaginaba una aventura así la imaginaba en otro país, como por ejemplo en Canadá.
Después de ver algunos de sus videos me desvié del tema principal y comencé a checar blogs y artículos de mochileros, etc. Encontré muchos tips para viajar seguros en México (dentro de lo que cabe) con poco dinero. Me alegró que hay infinidad de fuentes que se pueden consultar al respecto. También encontré testimonios tanto buenos como malos; para mi sorpresa fueron más los buenos que los malos. Sin embargo, todas las noticias que he visto sobre el aumento de la violencia en México me impidieron creer totalmente en tanta belleza, pero tampoco puedo negar que me dio esperanzas para volver a salir a carretera en un viaje extenso. Lo que aprecié en las diferentes páginas es que en México todavía hay muchísima gente buena onda, amables y sin malas intenciones que pueden hacer de un viaje mochilero una experiencia bellísima.
Otra cosa que fue como agua fresca en esa búsqueda de aventuras en carretera fue encontrarme historias de personas que viajan en furgoneta durante grandes jornadas con sus mascotas, principalmente gatos y perros. Estoy segura que es algo increíble porque yo misma lo he hecho en trayectos cortos, no más de cinco horas en carretera, y la verdad viajar con las perrhijas es toda una odisea. Otra cosa muy diferente es viajar con Lucy, mi gata, porque no le agrada el asunto, pero seguro que, si nos ponemos de acuerdo ella y yo, podríamos lograr la manera para que le encuentre el gusto.
Me encantaría viajar por las carreteras de mi país a lado de mi esposo, mi mamá, mis dos perras y mi gata (aunque se resista), pero a pesar de mi buen animo hay factores que en la actualidad que no quiero tomar a la ligera. El covid es el primero para que lo piense muchísimo, pero no el único, la inseguridad es una gran limitante y una razón de mucho peso.
Cómo extraño esa época en que alguien más se preocupaba y no yo, cuando pensaba que el mayor peligro era perder de vista a mi mamá. Cuando somos adultos debemos tomar en cuenta muchas cosas para un viaje de esa naturaleza, de niños sólo nos ocupábamos de disfrutar y punto.
Por eso creo que los viajes con niños o animales son mejores y más divertidos, porque nos contagian de su buen humor e inocencia.
Claro, siempre y cuando te gusten los niños y los animales, porque si no puede convertirse en un verdadero infierno. En lo que a mí respecta ese disfrute depende del tipo de educación que tengan tanto padres y dueños de los respectivos.
Esto me hace recordar un libro que quiero leer hace mucho tiempo y por una cosa u otra no lo consigo. Se llama El arte de conducir bajo la lluvia, trata de un perro sabio y de su humano que es piloto de autos de carreras. Les dejo el fragmento que leí en una reseña y me cautivo; me recordó muchísimo a mi tan querido perro Atlas. Espero leerlo pronto y darles mi opinión.
“…En Mongolia, cuando un perro muere es enterrado en lo alto de la montaña para que nadie pueda pisar su tumba. El dueño del perro le susurra al oído que desea que se reencarne, en su próxima vida, en un hombre. Hasta entonces, el alma del perro es libre de vagar por la tierra y sus paisajes, durante el tiempo que quiera. Sólo algunos perros se reencarnan en hombres, únicamente los que están listos para ello. Yo estoy listo. Esto lo aprendí viendo un programa de National Geographic en la televisión, así que debe de ser verdad. Vivo con Danny, y he aprendido tanto de él… he aprendido los principios para ser un buen piloto de carreras. Equilibrio, anticipación, paciencia. Éstas son lecciones muy importantes, tanto para la vida como para una pista de carreras…”