Esa ventana por donde llegan los gritos del sol con dificultad a través de la espesura de las plantas es un ojo enorme despertando. Una profunda bestia escondida que abre el parpado silencioso y espía sin que nadie sepa su presencia. Acecha algo que se le está escapando.
Esa ventana opaca a las demás sin ser la más grande. Su posición de privilegio la ha vuelto sabia. En su pupila vuelan enjauladas imágenes cotidianas, cosas que piensa y otros viven.
Yo habito el ojo navegante de luz melancólica. Guardian del jardín posterior, de la breva, de la palmera y los geranios.
Allí hay secretos que se deben proteger. Un puente inaccesible que se ensancha de un lado a otro desde la introspección a la realidad. El único vinculo para llegar a la niña solitaria dentro de ese dragón que es el dragón mismo sin más.
La niña pasa las horas observando, mientras acaricia a un pequeño conejo, un lugar al que no puede llegar. Cristal, barrera de un tiempo a otro. Cancelería, hierro forjado que sostiene la inocencia y el asombro de la ausencia.
La distancia de un mundo a otro es interminable y se hace una larga espera cuando el ojo se vuelve a cerrar.
Queda una rendija y deja escapar luces frágiles que iluminan a los fantasmas amorosos que viven en el jardín al otro lado de la ventana.
Al fondo, entre la exuberancia, hay otra ventana, la habitación en donde esa niña fue muy feliz en un tiempo que se le está olvidando.
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