Tendemos a crear vínculos con objetos, seres vivos y lugares, porque cuando los relacionamos a nuestros recuerdos volvemos a estar allí, en ese instante que tanto disfrutamos. Los recuerdos están ligados a sentimientos que son un conjunto de conexiones sensoriales y emocionales. Mientras más estemos en contacto con cosas tangibles relacionadas a ellos, más vívidos son. Sucede frecuentemente con objetos, por eso a veces nos cuesta desasirnos de las cosas. Al tocarlos, observarlos, olerlos, oírlos, etcétera, nos transportan.
La acción de recordar necesita ser ejercitada porque si no nuestro cerebro borra esa información, poco a poco se va diluyendo, a menos que haya sido un evento muy trascendente. Cuando rememoramos un evento realmente lo que hacemos es recordar nuestro último recuerdo de él. En lo personal me encantaría poder evocar más momentos de cuando era pequeña. A veces es frustrante que los recuerdos que tengo de ciertas épocas apenas y sean un puñado, principalmente esos en que conviví con personas que ya fallecieron. Por lo mismo creo que escribir un diario es algo que tu yo del futuro te puede agradecer muchísimo.
Seguramente te ha sucedido que escribiste algo que no volviste a leer hasta años después y no te reconoces en esa escritura, como si alguien más lo hubiera hecho. Y por más que te esfuerces no puedes recordar detalles. Por el contrario, están esos instantes en que un olor o sonido, o lo que sea que esté muy guardado en el sótano de nuestro cerebro, nos detona un recuerdo que ya habíamos olvidado ¡simplemente una sensación fenomenal!
Tengo vinculada mi infancia a un nudo donde el arte, la literatura y la naturaleza convergen. Aunque no fui la niña más estimulada en estos aspectos al menos tenía lo básico a mi alcance, lo necesario para poder echar a volar mi imaginación. Pero lo importante es que estaba rodeada de familiares que, aunque ellos practicaban muy poco estas aptitudes, reaccionaban con amor ante mi curiosidad.
El hábito de la lectura está fuertemente relacionado al amor que hay entre personas, casi siempre de la familia. Por eso es difícil que un maestro o alguien ajeno al niño pueda inspirar esta actividad. La lectura jamás debe ser forzada, hay que ser conscientes de que el proceso es lento y paulatino. No despiertas un día siendo amante de la lectura y ya.
En mi casa siempre hubo animales: perros, gatos, conejos, patos, pájaros, peces, pollos, guajolotes y los diversos bichos que visitan los jardines; como los dichosos mayates. Seguro que los conocen: son escarabajos verdes, grandes y muy zumbadores, insectos que están aferrados en la niña que fui a los cuatro años como cuando en ese entonces sus patitas espinosas se atoraban en mi ropa.
Tengo tres recuerdos en particular que entretejen libros, animales y naturaleza. El primero es mi papá leyéndome libros juveniles e infantiles de aventuras antes de ir a dormir. El segundo es yo en el jardín en compañía de mi perra mestiza llamada Laika recortando y prendiéndole fuego con una lupa a un libro que me encantaba y que no era para recortarse. El tercero es yo sentada en el jardín calcando las ilustraciones de un libro de vida salvaje.
El fin de semana anterior me invitaron a hacer una lectura en voz alta para conmemorar el día internacional del agua y el cuarto festival del río Cuautla. Decidí leer un libro relacionado a los perros que se llama La historia del mundo en 50 perros de la autora Mackenzi Lee, de la editorial Diana, y por supuesto que me hice acompañar por la mejor, mi perra de raza labrador, Dori.
Hay perros que con sólo verlos detonan las ganas de acariciarlos y este es el caso de los labradores, son perros que son amorosos y siempre están felices. Dori es la perra más cariñosa que he conocido. Además, es ideal para estar en compañía de niños. Disfruta mucho que la apapachen y si las caricias vienen acompañadas de algún bocadillo, mucho mejor.
Es un estímulo fuerte y agradable relacionar a perros dóciles y socializados con el acto de la lectura. Leerle a alguien en voz alta es un acto de amor, aunque para quienes lo hacemos ya sepan leer solitos. La persona que lee para alguien está dedicando su tiempo a elegir el libro adecuado para los oyentes, modula su voz y trata de transmitir el texto lo mejor que puede, incluso puede buscar el lugar idóneo para hacerlo.
En esta ocasión la lectura en voz alta que realicé fue en el balneario El Almeal, en Cuautla, Morelos. Estábamos rodeados de hermosos árboles, agua de manantial y sonido de pájaros. A Dori le encanta que le lean historias, es excelente escuchándolas y no juzga a nadie si su lectura no es del todo clara. Bueno, al menos eso creo.
En España esta iniciativa tiene años practicándose, tienen perros que ayudan a niños en la lectura en bibliotecas públicas, asilos, hospitales, escuelas etc., en fin, donde los necesiten. La Therapy Dogs International ha dicho que los perros son excelentes para este trabajo.
En la página de Infotecarios leí: “En este 2015, la Biblioteca Benjamín Franklin de la ciudad de México, brindó por vez primera el taller Leo de pelos de lectura asistida con perros. Tannia Puig, responsable de dicho taller, menciona que esta práctica puede ayudar a contrarrestar ciertos elementos que hacen poco efectivas las estrategias tradicionales para el desarrollo de las habilidades lectoras en los niños, pues no hay formalismos, ni tedio, ni evaluación, ni presión. Así la lectura con perros se transforma en una actividad lúdica, afectiva, de socialización y de fortalecimiento para la seguridad y autoestima del individuo”
Imaginen que alguien durante su infancia hubiera estimulado en ustedes la lectura en compañía de su mejor amigo perruno. Magnífico ¿no creen?
Los recuerdos y vínculos fantásticos que tendrían con la lectura, el perro y con quien los haya acercado esa experiencia.
En mí sucedió algo parecido con los animales y la naturaleza. Es algo que agradezco muchísimo y enlazo fuertemente con mi familia, principalmente con mi padre, que falleció cuando yo tenía ocho años. Una razón más para amar los libros.
Animales en la biblioteca – IFT (infotecarios.com)