En los meses más difíciles de la pandemia nunca dejó el trabajo, afirma César.
Eran las dos de la tarde de ayer en el centro de Cuernavaca cuando César consiguió su primer viaje del día, por lo que antes de avanzar se persignó, como ritual para tener un día productivo.
“Es que solo trabajo ocho horas y este es mi primer viaje. Ojalá me dé buena suerte”, dijo al pasajero.
Enseguida comentó que se dedica a esta actividad desde hace nueve años y aunque padeció la crisis económica de la pandemia afirmó que no dejó el volante, sino que, al contrario, trabajó horas extras porque tiene el deber de mantener a su familia.
Afortunadamente -apuntó- varios de sus clientes le dejaban 20, 30 o 50 pesos de propina y así lograba juntar el dinero para comprar el combustible y solventar los gastos de su casa.
“En la pandemia me aferré más al trabajo y aunque no había gente en las calles no pensé en dejarlo, siempre pensé que tengo que aprovechar el poquito trabajo que hay porque tengo a mis hijos de cinco y siete años de edad y ellos tienen que comer”.
Todos los días, dijo, procura que sus clientes viajen a gusto en el vehículo que conduce, pues le gusta que reconozcan su labor en el servicio público.
“Siempre trato de traer limpia mi unidad para que el pasajero vaya contento y después cuando me vean en la calle o me pidan el servicio otra vez digan ‘este joven que me llevó a mi destino’; me gusta que reconozcan mi trabajo”.
César estudió una carrera técnica en turismo, sin embargo, ante la falta de oportunidades, desde hace nueve años trabaja como taxista. Antes laboró en una empresa que se dedicaba a colocar vallas publicitarias en la autopista, pero no le gustó porque consideraba que es una labor arriesgada.