“Hay personas que han llorado en el taxi, por eso digo que a veces somos el paño de lágrimas porque saben que es poco probable que nos volvamos a encontrar y nos cuentan sus cosas, dejo que se desahoguen y solo escucho”, contó el taxista Rubén Romero.
Su trayectoria como trabajador del volante -dijo- es de seis años y a lo largo de este tiempo ha vivido muchas anécdotas con sus clientes que perdió la cuenta, pero lo que más recuerda y platica con tristeza es el caso de una señora de la tercera edad que entró en depresión.
“Me gusta mi trabajo y disfruto relacionarme con otras personas, me gusta escucharlas. Hay personas que cuentan los problemas que tienen con su pareja o en su familia; en una ocasión una señora me dijo ‘ya estoy en un punto donde ya no soy importante para mi familia, ya no quisiera estar aquí’ y empezó a llorar, porque dijo que sus hijos malagradecidos no veían por ella”.
En otro caso, refirió Rubén, se encontró con una mujer joven que salió de su casa con su bebé en brazos y sin preguntar subió al vehículo y pidió al conductor apresurar porque quería escapar de su pareja, que los siguió a bordo de un automóvil particular.
Aunque Rubén aceleró dice que más adelante se detuvo a petición de la pasajera al percatarse de que su pareja los perseguía. “Me dijo: ‘párese porque no nos va a dejar en paz’, se bajó llorando con su bebé y se fue con su pareja”.
Rubén, quien trabaja con el servicio de radiotaxi, comentó que por la crisis económica que ocasionó la pandemia de covid-19 hubo días en los que con mucho esfuerzo realizó cuatro viajes en todo el día; sin embargo, no dejó el volante porque no podía llegar a su casa con las manos vacías.