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Estados Unidos: el paraíso y la muerte para los migrantes


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Estados Unidos: el paraíso y la muerte para los migrantes


Estados Unidos: el paraíso y la muerte para los migrantes
Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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Jojutla. Este año ha sido el más mortal para los migrantes que quieren cruzar Estados Unidos. Para muchos, el ya tan trillado “sueño americano se convirtió en un “descanso” del que nunca van a despertar.

De acuerdo con datos de la Patrulla Fronteriza, al menos 853 migrantes sin documentos murieron en los últimos 12 meses en la frontera de México con Estados Unidos. Está cifra casi dobla a la de 2021, en la que hubo 546 decesos.

Los datos sólo incluyen a migrantes identificados o procesados en territorio estadounidense, no a los que han fallecido en territorio fronterizo mexicano; en total, el número de muertos podría incluso duplicarse.

Algunos han fallecido por caídas o accidentes en los muros levantados en la frontera.

Muchos se han ahogado en el río Bravo (o río Grande, como es llamado en Estados Unidos), otros han muerto por las altas temperaturas en el desierto.

A su vez, la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) detuvo en el año fiscal de 2022 un número inédito de dos millones 766 mil 582 de indocumentados.

En la frontera sudoeste, desde Texas a California, las autoridades realizaron dos millones 378 mil 944 detenciones, un aumento de 37.1 por ciento sobre las cifras del periodo fiscal 2021.

En todo el periodo fiscal 2022, las autoridades efectuaron 224 mil 607 detenciones de migrantes cubanos, un contingente que alcanzó su cima en abril con 35 mil 02 capturas, según las cifras de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras.

En el año fiscal que terminó hubo 823 mil 057 capturas de migrantes mexicanos, 238 mil 061 capturas guatemaltecos, 214 mil 975 de hondureños, 164 mil 600 de nicaragüenses, 130 mil 971 de colombianos, y 97 mil 197 capturas de salvadoreños.

Las cifras de 2022 muestran un millón 993 mil 694 capturas de adultos que viajaban solos, un aumento de 50% sobre el año anterior.

En el periodo fiscal que terminó hubo 614 mil 023 capturas de unidades familiares, comparado con 483 mil 846 en el año anterior.

Las autoridades efectuaron en el último año 152 mil 880 detenciones de menores de edad que viajaban solos, una cifra casi similar a la del período fiscal anterior.

 

La triste historia de Lázaro

Hasta hace un poco más de un año, en promedio, un “guía” o “coyote” o “pollero”, estaba cobrando entre ocho mil y 10 mil dólares por pasar a una persona a Estados Unidos.

En un reportaje publicado el 31 de diciembre del año pasado, en Morelos Migrante Noticias, documentamos la travesía de Lázaro Pérez Estefes, un migrante de 27 años, originario de San Pedrito, Municipio de Agua Blanca de Iturbide, Hidalgo, que viajó por 12 días hacia Estados Unidos. En el reportaje de varias páginas se documenta a detalle los problemas por los que tuvo que atravesar, el resumen, para el caso, es el siguiente:

Salió con su hermano Rey de su casa el día martes 15 de enero de 2019 a las tres de la madrugada, llegaron a Tulancingo, Hidalgo, en donde los esperaban cinco migrantes más. Luego viajaron en autobús a la central camionera de Querétaro, allí compraron boletos de camión para Ciudad Acuña, Coahuila, pero se bajaron antes, en el pueblo de Santa Rosita. De allí fueron llevados en una camioneta a una casa en donde descasaron, comieron y se prepararon. Salieron a las nueve de la noche, escoltados por un guía y elementos de Ejército Mexicano, quienes los escoltaron por algunas horas y a quienes les pagaron 10 mil pesos por migrante, llegando a las 8 de la mañana a las márgenes del río Bravo, luego cruzaron nadando. Después caminaron seis noches por el desierto acompañados por un guía y cargando una mochila con un peso de entre 20 o 30 kilos con comida, agua, suero y aguardiente. Llegaron por la madrugada a un lugar en Texas, en donde el guía los entregó a unas personas que ya los estaba esperando en una camioneta, los levantaron y los llevaron a un refugio en donde descansaron y esperaron a que los polleros dieran la orden de moverlos, una vez que se liquidaran los ocho mil dólares que piden por persona.

De allí los movieron en camionetas, a varias partes de Estados Unidos. Lázaro y su hermano fueron trasladados a Chicago.

Lázaro trabajó muy duro para pagar los ocho mil dólares que le cobraron por cruzar la frontera.

En julio de 2021, cuando apenas había acabado de pagar su deuda, sufrió un paro cerebral que lo dejó en coma.

Lázaro regresó a su comunidad en una ambulancia el 4 de noviembre de 2021, y permanece en una cama médica, donde sus familiares lo alimentan y lo cuidan.

 

Morelos

De acuerdo con Alfonso Seiva García, presidente de la Coalición de Migrantes Mexicanos, solamente en Chicago, Illinois, hay aproximadamente 17 mil morelenses, de diversos municipios.

Yareli Bahena Martínez, directora de Visas y Pasaportes para Adultos Mayores, dijo, en entrevista, que de acuerdo con la información que circula en los consulados de México en Estados Unidos, hay aproximadamente 38 millones de mexicanos, 250 mil son paisanos de Morelos, y los principales municipios expulsores son Axochiapan, Tepalcingo, Jonacatepec, Temixco, Cuernavaca y Jantetelco; “de Jojutla, por los trámites que hemos realizado y visto que se realizan son pocos, aproximadamente 500, pero hay mucho más que están allá sin documentación”, explicó.

En más de tres décadas de migración, las circunstancias han cambiado mucho en términos de costos, seguridad, riesgos, entre otros aspectos, como se puede observar de este caso que documentamos por medio de una entrevista a un migrante originario de Jojutla (la historia es real, pero los nombres verdaderos se reservan, por razones de seguridad).

 

Juan, el migrante

“Mi situación económica era muy complicada y había decidido ir a Estados Unidos. Unos conocidos se enteraron y me pidieron que llevara a unas personas, y yo acepté. No recibí un solo peso por ayudarlos, eran familias que yo había conocido y que cruzaron la frontera sin documentos y vivían en Los Ángeles, pero querían llevar a sus parientes y se les había complicado, ya que nadie tenía pasaporte o visa norteamericana. Me mandaron dinero para el transporte y alojamiento, y me dijeron que cuando llegara a Tijuana ellos pagarían al “guía”, para que nos pasaran. Me dieron un número de teléfono para hablarles.

Salimos una mañana de la primera semana de enero de 1989, de Jojutla a la Ciudad de México, en autobús. Éramos seis personas, dos jóvenes, una de 18 años, el otro de 20, un niño de 11 años, la otra de ocho y una de cino años; desde que salimos, lleve en mis brazos a esta pequeña.

Llegamos a la terminal de Taxqueña y luego nos fuimos al aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, ahí compramos boletos de avión para la ciudad de Tijuana, Baja California. Nuestro destino final era la ciudad de Los Ángeles, California, Estados Unidos.

Yo ya había ido a Estados Unidos tres veces y conocía más o menos cómo funcionaba el cruce, esa era mi confianza.

En aquella época atravesar por el desierto era relativamente sencillo y barato, no había esos enormes muros que levantó Donald Trump, existía una malla que dividía México de Estados Unidos, y en algunas partes estaba caída.

Salimos del aeropuerto y nos ofrecieron pasarnos al otro lado, había muchas personas ofreciendo este servicio. Yo hice trato con uno que me pareció confiable y nos dijo que sí nos pasaría, nos llevó a un hotel y ordenó que permaneciéramos ahí, que él me avisaría en qué momento podríamos cruzar. Era tarde, pero no anochecía.

El guía se puso de acuerdo con el familiar de las personas que yo llevaba: le pagarían una vez que estuviéramos en Los Ángeles.

Como a las ocho de la noche, el guía y un acompañante llegaron al hotel para trasladarnos, nos llevaron en un coche particular.

El objetivo era llegar a San Isidro, un lugar que se encontraba como a tres horas, caminando, y de ahí a Los Ángeles.

Como los 15 minutos, llegamos a un lugar donde la cerca estaba caída, nos bajamos y comenzamos a caminar, el guía iba adelante. Nos advirtió que si “la migra” (agentes de Migración estadounidense) agarraba a uno, todos debíamos salir para que no se deshiciera el grupo de seis.

Caminamos hora y media, aproximadamente hasta la Laguna de Oxidación. Ahí la migra me agarró y los demás tuvieron que salir, como habíamos quedado.

A los adultos y jóvenes nos esposaron y nos subieron junto con los niños a una camioneta, nos llevaron a una especie de albergue y ahí nos bajaron y nos metieron a unas especies de jaulas en donde había más detenidos: hombres, los niños y niñas los metieron con las mujeres. Nos pidieron datos, nombre y lugar de nacimiento, y al día siguiente, por la mañana, nos regresaron a la garita, en donde nos soltaron para que retornáramos a Tijuana. Regresamos al hotel en taxi.

El guía no dijo que ese mismo día lo intentaríamos nuevamente. A las 10 de la noche fue por nosotros con su acompañante, y de nuevo nos llevaron en un coche hasta el lugar donde estaba la cerca caída, por ahí pasamos. Esta vez el guía llevaba a más personas, éramos como 15.

Caminamos como dos horas y por el camino una persona de Seguridad nos dijo que nos detuviéramos, pero el guía nos dijo que no le hiciéramos caso y nos ordenó que siguiéramos caminando, y le obedecimos.

Como a 200 metros de ahí, poco antes de llegar a la barda de San Isidro, tomamos un descanso y nos sentamos, y a los pocos minutos llegó un camión de la migra y nos levantó y nos llevó al albergue, luego a la garita y nos volvieron a poner en territorio mexicano.

Nos comenzó a entrar la desesperación.

Ese mismo día, por la tarde, lo intentamos de nuevo, cruzamos la barda caída, pero cuando comenzamos a caminar llegaron las patrullas de la migra y un helicóptero sobrevoló. Uno de los muchachos se atoró en la barda, regresé y lo cargué, una de las muchachas perdió su zapato y regresé a buscarlo, lo encontré.

El muchacho se puso a llorar, le dio miedo: “Yo no quería venir”, se lamentó. Yo traté de darle ánimos.

Regresamos al hotel. Al día siguiente llegó una persona que al parecer era el jefe de los guías y nos dijo que o nosotros estábamos “salados” o el guía no era bueno, entonces el guía dijo que él nos pasaría, que tenía un compromiso con nosotros, y le permitieron intentarlo una vez más.

Y así lo hizo. Éramos el grupo de nosotros y otro más; esta vez dos guías nos ayudarían. Salimos de noche, pero el camino se nos hizo mucho más largo, pasamos por el desierto, rodeamos la laguna y varios cerros. Yo me llevé a la niña de cinco años cargando, como en los otros intentos, pero esta vez tardamos más de ocho horas.

A la mitad del camino una de las muchachas me dijo: “Déjeme aquí, yo ya no puedo caminar”. La animamos y le dijimos que nos quedaríamos con ella si no podía, aunque los demás se fueran caminando. Con ayuda, accedió a seguir.

Nos amaneció y estábamos ya en la orilla de la ciudad. Atravesamos un freeway y observamos una camioneta de la migra, el guía nos ordenó seguir caminando. Bordeando, seguimos avanzando, como a las 10 de la mañana llegamos a una casa.

Allí nos alojaron: nos dieron agua y almuerzo; nos la aventamos sin nada, sin comida, sin agua.

Descansamos como una hora y media, después nos comenzaron a sacar en grupos pequeños, a nosotros nos tocó una camioneta.

Llegamos a Los Ángeles en pocos minutos. Ahí hablaron con nuestros familiares para que fueran por nosotros y pagaran, y así lo hicieron.

En esa ocasión tardé cinco meses en volver, no junté todo el dinero que necesitaba, pero sí traje algo.

Los muchachos y los niños que llevé nunca han regresado a Jojutla, y no creo que vuelvan.

Esto fue lo que me contó Juan, el de Jojutla, el 17 de noviembre de 2022.

Aeropuerto de Los Ángeles.

Chicago y lago Michigan.

Chicago. Autopista y transporte férreo.

Edgar Tamayo, migrante morelense ejecutado por inyección letal.

Los Ángeles, California.

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Máximo Cerdio

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