Noviembre, dices espíritus en tus letras. Adviertes, extinción, añoranza y festividad. Eres hembra; la maternidad del humus, del pasto, del agua. Germinas poemas en mis huesos, reverberas en mi edad. El crujido de la hojarasca que tiras nos mete escalofríos a la sangre. Con pétalos de cempasúchil marcas el camino que desandamos al morir; despedida de impávidos soles. Dejas en mi premonición la semilla de cientos de posibles, tranquilas y suaves muertes. A diario revivo de esos breves decesos a los que me fugo con una tímida y satisfecha sonrisa en los labios.
Noviembre el templo de las dulces tristezas, de las osamentas florecientes, de las voces, cuerpos y tactos evocados. En tu tiempo las estrellas iluminan el cielo y nosotros aquí sujetos a este lapso de aliento imitamos tal fulgor con veladoras. Oramos para que el universo no se olvide de nosotros y asidos a una cadena generacional nos negamos a que la desaparición nos venza, pero al final lo hace.
Noviembre en tus atardeceres el universo nos aplasta obligándonos a recordar que el principio de todo es la oscuridad. Muestras las puertas que nos aterra abrir. Cierras o destapas angustias. Gritas o guardas silencio. Eres la única verdad. Las almas se asientan en el transcurso de tus andares sobre las cosas, empolvándolas de espectros y la vida permanece somnolienta prendida a la melancolía.
En noviembre siempre llueve, aunque no caiga agua de las nubes. Hace más frío que en invierno y nieva incluso en el hemisferio más cálido de la galaxia. En noviembre todos morimos, aunque no sea verdad.
Noviembre todos tus días son una noche y toda tu noche un desierto blanco que canta la dulzura del sueño hipotérmico. Contigo siguiéndome los pasos veo a mi futuro cadáver desintegrándose. Contigo cubriéndome reflexiono profundo hasta que me cala la tumba que ocuparé, hasta que me duelen las presencias de quienes miro y perderé algún día. Contigo transcurriéndome duelen más las fotografías y los ecos de los que no están.
En noviembre el aullido es una mujer pálida y etérea acariciando el suceder de cada uno con una opresión de deuda en el pecho. Cabalgamos en un silbido y su melena de céfiros nos acaricia el rostro. Queridísima reina oscura, dueña los anocheceres, ama de los ojos cerrados, de los olvidos, de los amores que no fueron o se quedaron pendientes. En noviembre podemos mecer al dolor de la pérdida; creer en la esperanza que nace de la neblina, del no poder ver más allá.
Noviembre eres la pesadilla de los débiles y el palacio de los que se atreven a morir sin miedo. Eres territorio de los que se despiden cariñosamente todos los días, de los que aman a cada rato, de los que tienen fuego en la sangre.
Noviembre me hiciste de la carne de mis padres, de fantasmas infinitos, de finales ajenos, de efímeras alegrías, de prolongados llantos. Noviembre eres mi casa, mi guarida, mi cama, mi sepulcro. Noviembre eres la sonrisa de mi amado, el amor de mi madre, el abrazo de mi padre, la alegría de mi hermana. Noviembre tú me trajiste. Abrazas mi vida y me entregaste en tu segundo día al mundo. Noviembre eres muerte.
Muerte eres mi ciudad; surco laberintos buscándote.
Muerte eres mi creadora; no tengo recato por regresar a ti.
Muerte eres mi amuleto; no le temo a nada.
Experimento el folklor de este sitio con miles de matices, de emociones, de sentimientos y con cada arruga se renueva lo diverso. Segura estoy de que no me decepcionarás en el siguiente destino. Viajo pasajera de ti. La sonrisa es la ventana del cuerpo por donde se asoma el esqueleto y el esqueleto son trozos de blanco hielo que se derretirá.
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