Sociedad

La cruda y real historia del chef Tony Castillo


Lectura 7 - 13 minutos
La cruda y real historia del chef Tony Castillo
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La cruda y real historia del chef Tony Castillo

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“Deberías creer en los ángeles porque posiblemente tengas uno frente a ti”.

Tlaltizapán. José Antonio Castillo Martínez nació en Ticumán el 17 de enero de 1974 y es el más chico de un total de ocho hermanos. Cada año, principalmente en diciembre, veía cómo los familiares de sus vecinos regresaban del extranjero y traían camisas zapatos, pantalones muy bonitos, nuevos y olían rico, a perfumes que desconocía; en ese tiempo él se imaginaba Estados Unidos no como un país ni como una ciudad, sino como una calle larga, muy larga, con tiendas por los dos lados. No se llamaba Tony Castillo y no imaginaba que sería nombrado en Chicago en el 2000 el Chef Internacional del Año, ni que pondría un restaurante en esa ciudad y otro en su pueblo.

Salió de su casa a los 22 años, con una carrera técnica de contabilidad trunca. Después de haber terminado una relación con su pareja, tenía una niña recién nacida. En ese tiempo su mamá, Ynés Martínez, había ido a visitar a un familiar fuera de Morelos, y sin pedirle permiso, se fue a Estados Unidos: su hermana vivía en Arizona y su primo viajaría hacia allá, así que no lo pensó más y se fue con él.

Hace 30 años, viajar al vecino país del norte no era tan riesgoso ni tan caro ni tan complicado, así que los ticumanenses llegaron relativamente rápido y fácil a Arizona. José Antonio recibió en préstamo 10 mil pesos para pagar al “coyote”.

José Antonio pisó Estados Unidos un miércoles 15 de octubre del año 1997, con unas ganas inmensas de superarse y con un sentimiento de culpa por haber abandonado a su hija.

Llegaron por el desierto, por Agua Prieta, Sonora:

“Lo único que yo recuerdo de esta experiencia es que crucé por un túnel. Llegamos a Agua Prieta, y estando allí nos dijeron: ‘Saben qué, mañana a las 4:00 de la mañana nos vamos, tienen que estar listos’, y empezamos a caminar. Estaba muy oscuro. La verdad no recuerdo mucho de esta travesía, llegamos a un punto en el que nos dijeron que teníamos que cruzar, a gatas, por un túnel muy reducido; y así lo hicimos. Me imagino que por arriba había una carretera, porque se sentía la vibración.

Salimos al otro lado finalmente y ahí nos estaba esperando un coche que nos levantó (a mí me tocó en la cajuela) y aproximadamente después de una hora de camino nos dejó en un McDonalds. A los pocos minutos una persona nos llevó a una casa, y ahí nuestros familiares fueron a recogernos.

José Antonio también relató que aunque el viaje no fue un sacrificio, como le sucede a muchos paisanos que cruzan la frontera, hubo momentos en los que sí tuvo miedo: “cuando llegamos a la frontera, mi primo me dijo: ‘Sabes qué, hasta aquí llegamos; de aquí en adelante si tú te ves en la necesidad de huir, de correr, corres. Olvídate que vienes conmigo, porque yo voy a hacer lo mismo’. De entrada lo escuché muy duro, porque habíamos viajado juntos, éramos familia, nos conocíamos, sin embargo, yo ya había tomado una decisión”.

 

Esto no es para mí

“Mi cuñado me llevó a un departamento en donde vivía un amigo suyo. Al principio me recibieron muy bien, porque cuando empiezas a trabajar eres una aportación más para pagar la renta. Había tres habitaciones y éramos 15 personas, casi todos de Morelos; algunos dormían en una sala”.

Estuvo poco tiempo en ese lugar, porque desde el viernes al domingo la mayoría de sus compañeros lo dedicaban a escuchar música y a tomar. Además, “el trabajo de limpieza que yo realizaba era muy mal pagado y agotador, el desierto es mortal. Muchas veces me dije:

‘Esto no es para mí, yo no quiero esto’. Arizona no era el sueño que yo buscaba, por lo que, después de tres meses, decidí viajar a otra ciudad”.

 

La gran enseñanza en Ballston

“En Ballston renté una habitación con una familia de bolivianos. Iba algo entristecido porque había dejado a mis paisanos.

Comencé a trabajar en un restaurante chino, pero mis compañeros no pagaron la renta y nos lanzaron. Tuve que andar por la calle buscando trabajo, sin saber inglés, enfrentándome a una sociedad racista.

Terminé viviendo casi dos meses en un agujero en la estación del metro, junto con algunos indigentes (homeless).

Era un tren subterráneo. Yo bajaba varios metros de escalera hasta un espacio donde me quedaba a dormir. Al lado mío había una mujer de edad muy avanzada, americana. Por noches, cuando me veía acurrucado temblando de frío me cubría con periódicos. Esa mujer, de la que nunca supe el nombre, me enseñó a sobrevivir, aparte de quitarme el frío me regaló un pedacito de imán con el que aprendí a sacar monedas de los parquímetros cuando se llenaban. En ese tiempo, McDonald’s lanzó una promoción especial de hamburguesas pequeñitas de 99 centavos, eran a 2 por 1; con un dólar diario pude sobrevivir más de sesenta días”.

José Antonio relata que hubo un momento en el que no pudo conseguir dinero y no pudo comer por tres días seguidos.

Nunca imaginó regresar a Ticumán derrotado, prefería matarse.

Traía encima haber dejado a su pueblo, a su familia, a su hija recién nacida, no tenía trabajo y estaba solo, en un país lejano, y decidió subirse al tren y planear su muerte.

“En un vagón empecé a llorar. Cerca de mí viajaba un hombre de edad avanzada y se percató de que estaba llorando. Se acercó y me dice ‘Oye, ¿qué te pasa? ¿Te puedo ayudar en algo?’ ‘No creo que me puedas ayudar’, y le comencé a platicar mi situación y que, además, me estaba muriendo de hambre, que tenía tres días que no comía. Entonces, me dijo: ‘¿Crees en los ángeles?’ Y yo respondí que en ese momento no creía ni en Dios. Si existiera y fuera bueno, no permitiría tanta tristeza, tanto dolor. ‘Deberías creer en los ángeles porque posiblemente tengas uno frente a ti’, me dijo. Entonces me invitó a que lo acompañara y fui con él.

Viajamos en el metro y salimos en una estación, luego caminamos y llegamos a un lugar en donde había hombres desnudos, entramos.

En los vestidores me dijo: ‘No eres tan feo, te puede ir muy bien si tú quieres, sólo tienes que ser accesible, cariñoso’, luego me ordenó que me quitara la ropa y si quería me podía tapar con una toalla o trabajar desnudo.

Yo hice lo que me ordenó, me puse una toalla, me fui al bar a una esquina y me puse a limpiar.

Eso trajo como consecuencia que se enojara conmigo y me dijera: ‘¡Es que no sirves para nada!’ luego metió la mano a su bolsillo y sacó 500 dólares y una tarjeta, me los extendió y me dijo: ‘No, aquí no sirves, vete, pregunta por esa persona, y ahí están contratando gente, a lo mejor te pueden dar trabajo de lavaplatos’.

Recibí el dinero, la tarjeta y me fui.

Ese día, comí muy bien, compré hamburguesas grandes.

Al siguiente día llegué al domicilio que había en la tarjeta y pregunté por el nombre que estaba impreso allí.

El dueño del lugar era Kim Attington; me contrató de inmediato y comencé lavando platos, después me enseñaron a operar unas máquinas y fui ascendiendo y aprendiendo bajo su tutela.

 

Los ángeles existen

Los ángeles sí existen, Kim se convirtió en un ángel para mí, gracias a él pude tener acceso a la escuela de gastronomía y ser chef.

Kim me dio educación, me enseñó muchísimo sobre lo que es un negocio y me convirtió en el jefe de cocina en Flat Top Grill.

En ese tiempo, tenían un restaurante en Washington, estaban abriendo uno en Ballston y otro en Chicago. Él me propuso ir a esta ciudad, me dio el cargo de jefe de cocina, pero me dijo que tenía que aprender a hablar inglés.

Hasta ese día, una persona traducía lo que me decía, y él quería hablarme y que yo lo entendiera.

Kim marchó rumbo a Chicago, dijo que regresaba en dos meses y que en ese tiempo ya debería hablar e inglés. Para ello, me regaló un diccionario que aún conservo y unos walkman. Yo tenía que grabar conversaciones, después las escuchaba (y)  las traducía con la ayuda del diccionario. Fue complicado, pero gracias a este señor hablo inglés, gracias a ese señor soy un chef reconocido, y él fue quien me cambió la vida”.

 

Los balazos en Chicago

“El 10 de septiembre de 2001, un día antes del ataque a las torres gemelas de New York, llegué a Chicago, Illinois, como jefe de cocina por la firma Flat Top Grill, que me permitió el acceso al prestigiado colegio francés Le Cordon Blue, para continuar formación profesional culinaria, que había comenzado años antes, en Guanajuato, México, en un reconocido instituto de artes culinarias donde gané una beca.

Llevaba trabajando como seis meses y, en una ocasión, que ya era muy noche, me dirigía a mi departamento ubicado en un edificio, cerca de una estación de tren. Normalmente dejaba mi carro en la parte de enfrente, y ese día no había espacio ahí, así que tuve que darle vuelta a la manzana y busqué un lugar para el coche como a dos cuadras, estacioné el auto y caminé.

En uno de los callejones sin salida vi que había un pleito de pandillas y apresuré el pasó; uno de los pandilleros me vio y me señaló; varios se subieron a un auto blanco y me alcanzaron. Uno de ellos sacó un arma y me disparó tres tiros en la pierna, yo caí y me golpeé la cabeza, perdí el conocimiento.

Amanecí en el hospital. El cirujano me dijo que me iban a amputar la pierna y yo no tuve más que aceptar, sin embargo, uno de los muchachos que trabajaba en el restaurante se enteró que me había baleado y fue a verme.

Estuvimos platicando allí y le enseñé mi pierna, le dije que me la iban a cortar, pero él vio que podía mover un dedo y me dijo que no iba a permitir eso, así que buscó al cirujano y le reclamó; el médico le dijo que si me reconstruían la pierna iba a resultar muy caro, entones mi amigo llamó a Kim, y éste ordenó que me restauraran la pierna; y así sucedió.

Gracias a que fui víctima del crimen en Estados Unidos, tiempo después me dieron una visa U, que tiene como objetivo motivar a las víctimas del crimen a ayudar a las agencias que hacen cumplir la ley a investigar y procesar crímenes sin miedo a ser deportadas. Tiempo después, me otorgaron la ciudadanía norteamericana.

Una vez que me recuperé, Kim me mandó a dirigir un restaurante en Indiana, lo cual significó un cambio muy drástico.

 

Vinieron los éxitos

De ahí en adelante, mi carrera fue en ascenso, fueron años muy duros de trabajo constante, de aprendizajes.

En octubre de 2003, me integré al equipo que dirigía Sodexo para la Universidad de Evanston, Illinois, en el 2005 tomé el cargo como chef ejecutivo del Instituto de Tecnología de Illinois y posteriormente de la Universidad de Aurora, en Aurora, Illinois.

Para 2008 fui premiado como el chef del año al dirigir, como Chef Ejecutivo, la cocina de la prestigiada marca TAKEDA, del consorcio Gucken Heimer Interprices, en Deerfield, Illinois.

El 9 de noviembre de 2012 inicié mi propio restaurante en Highwood, Illinois: Longitud315. Viajé a varios países de América del Sur para dar vida al concepto Longitud315 ‘Fusión de Sur América’.

En la actualidad, Longitud315 es reconocido como uno de los mejores 100 en América por Trip Advisor y el más recomendado en el área del North Shore por Google. En el 2019 Longitud315 fue premiado por su platillo "Churrascos" por Chicagos Best TV.

En 2020 fui nombrado el Chef Internacional del año.

El 9 de mayo de ese año, inauguré, en honor a mi madre finada El Santuario del Chef MX, en Ticumán, un restaurante con cocina internacional de autor, que forma parte de un proyecto que quiero aplicar en todo México.

El 15 de diciembre, la LV Legislatura del Congreso del Estado de Morelos, en sesión solemne, me entregó la ‘Presea Gral. Emiliano Zapata Salazar, Mérito Migrante 2022’, en el renglón de Mérito Empresarial y Comercial”.

 

El regreso a casa

Tony Castillo regresó a Ticumán 17 años después de su partida, y desde ahí ha venido con frecuencia, al grado tal que desde hace algunos años ya vive en Morelos.

“Una de mis hermanas fue por mí al aeropuerto de la Ciudad de México. Pasamos por Oacalco, era temporada de carnaval y vimos a unos chinelos bailando. Fue algo muy bonito”.

Es poseedor de siete especialidades y considera que una gran parte de su éxito está en su conciencia y tenacidad.

“Yo sufría mucho cuando llegué de Ticumán a Estados Unidos, todo me recordaba a mi pueblo y a mi familia, en mi cabeza y en mi alma estaba mi pueblo, mi gente, me resistía a aprender inglés, a reconocer los espacios donde estaba y la gente con la que convivía, era mucho el sufrimiento, pero tomé conciencia de ello, y me comencé a integrar a la sociedad norteamericana, a sus costumbre, a su modo de vida y sólo así pude salir adelante, transformándome, adaptándome para entender cómo funcionaba; creo que si no me hubiera metido de lleno a la vida y dinámica de Estados Unidos no hubiera alcanzado lo que he hecho”.

En la actualidad Tony viven en Morelos y viaja de manera constante a Estados Unidos porque allá tiene uno de sus restaurantes; en Morelos está echando a andar varios proyectos.

Le gusta la vida de la provincia, hacer ejercicio, montar a caballo; entre sus comidas favoritas están los huauzontles capeados: “los podría comer, todos los días, toda la vida; es un platillo que me preparaba mi mamá”, concluyó.

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