Hace algunas semanas descubrí y leí un libro que escribió Fernando Zertuche. se trata de “Jaime Torres Bodet. Realidad y Destino”. Lo tengo porque me dijeron que en él se hace mención de mi abuelo, Pedro Moreno Souza, quien fundó algunas escuelas rurales y fue parte de las “Misiones Culturales” que promovió José Vasconcelos. En dicho libro, además, encontré una foto fechada en 1932, sin créditos de autoría, en la que aparecen diversos “intelectuales”, amigos y maestros del escritor, ensayista, poeta, académico y funcionario mexicano Jaime Torres Bodet.
Si bien esa imagen de hace más de ocho décadas hizo repasar nuevamente en mi cabeza el concepto del “intelectual”, no pude evitar extrapolarlo a los que hoy tratan de ejercer, de una u otra forma, esa relevante tarea.
Me queda claro que este adjetivo tiene múltiples definiciones, pero no deja de tener un significado de peso en toda sociedad pensante, inquieta y con cierto grado de conciencia política. Sin embargo, hoy se aplica indistintamente a aquellos sujetos que dictan sendos discursos y opiniones a vuela pluma, comentócratas, opinólogos y periodistas zalameros, a noveles escritores que subidos apenas sobre un ladrillo creen que su voz es la “verdad”, pero sobre todo, hoy se cree que todo cuanto se dice, escribe, y argumenta es producto de un análisis, reflexión y cultivo de las ideas, elementos que dan cuenta de aquel que, sin decirlo, es un verdadero “intelectual”.
Lo peor del caso es que si el intelectual es, aunque no necesariamente, un producto de la academia y la reflexión crítica, del cultivo del conocimiento, la lectura y la libertad de pensamiento, no son estas, hoy en día, las premisas que los forman. Hoy la mayoría cree lo que dice un locutor famoso, una actriz despechada, un youtuber exitoso, un periodista chayotero, un diputado analfabeta, una editora insensible, un comentarista de radio con alto rating, un columnista tendencioso, millones de facebuqueros y twitteros, así como tantos y tantos personajes que expresan sus opiniones sin una base crítica, veraz, sensata, articulada, razonada y sensible.
Pero para acabarla de joder, me pregunto cómo, ante un evidente y crudo contexto nacional de violencia, delincuencia, secuestros, represión a la libertad de expresión, asesinato de periodistas disidentes, precariedad intelectual de nuestros jóvenes, feminicidios, misoginia, machismo exacerbado, adicciones, recesión económica, populismo barato y jodido, mentiras por verdades y datos necios, el huésped que se aloja en Palacio Nacional puede señalar que “somos una de la naciones con el mayor nivel de consciencia política del mundo”.
Frente a este escenario, me pregunto, dónde están hoy los Torres Bodet, los Samuel Ramos, los Enrique Diez Canedo, los Salvador Novo, los Mariano Azuela, los Julio Torri, los Jorge Cuesta y los José Gorostiza. Muy por el contrario, se van los últimos intelectuales y académicos, los Octavio Paz, León Portilla, y otros que nos dejan en una orfandad que raya en el abandono.
Jean Paul Sartre dijo en su libro “Los intelectuales y la política” que “Un hombre no es nada si no es un ser que duda. Pero también debe ser fiel a alguna cosa. Un intelectual... es esto: alguien que es fiel a una realidad política y social, pero que no deja de ponerla en duda. Claro está que puede presentarse una contradicción entre su fidelidad y su duda; pero esto es algo positivo, es una contradicción fructífera. Si hay fidelidad pero no hay duda, la cosa no va bien, se deja de ser un hombre libre.”
Por su parte, Gabriel Zaid, en un artículo intitulado "Intelectuales" en la revista Vuelta de 1990, escribió que “El intelectual no es sólo la persona especialmente inteligente, inclinada a la vida intelectual o especialista en el trabajo intelectual, sino que son algo así como la inteligencia pública de la sociedad civil. Las características de un intelectual están determinadas no por su capacidad, sino por su función social, que consiste en construir espejos de interés para la sociedad, para hacerla pensante, crítica, imaginativa, creadora y en movimiento. Por eso son considerados como la conciencia de la sociedad.”
El umbral entre lo público y lo privado hoy es una suerte de torbellino con rémoras que anuncian un brote sicótico social; vivimos, salvo contadas excepciones, una orfandad intelectual.