Sociedad

¿Artista o diletante?


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      No es un secreto que para convertirnos en maestros en alguna materia o disciplina es necesario adquirir los conocimientos, técnicas y procesos inherentes a ella. El desarrollo de la ciencia y su clasificación en naturales, formales y sociales, incluyendo en las últimas a las humanidades, ha transformado el mundo. El saber, aunado a la intuición y a la inquietud, impulsa la exploración y experimentación, y cuando se alcanza la maestría en la ejecución de algún proceso o sistema, el ejecutor inicia una etapa que lo lleva a nuevas preguntas y métodos, cuestionamientos y técnicas que hacen emerger innovaciones y propuestas; es una senda permanente que recorren solo aquellos que nunca se conforman.

        Pero para ser nombrado maestro, no con el uso cotidiano y casi normalizado con el que hoy se adjetiva casi a cualquiera que realiza alguna actividad con cierta habilidad, hay que transitar por un largo y por lo general arduo proceso de aprendizaje. Los gremios de la Edad Media son la base más reconocida en la cronología histórica; los talleres de oficios exigían tareas complejas y obligaciones a sus aprendices, quienes llegaban a ellos a muy temprana edad. Dependiendo de la actividad del maestro, tenían que pasar entre cuatro y diez años con ellos para lograr adquirir el saber suficiente y las habilidades necesarias para ejecutar algo conforme a los estándares y normas más estrictos. Entre estos gremios estaban los pintores.

        El dibujo como cimiento, la evolución del color y su gama cromática, las tonalidades y matices, la luz y sus variantes, texturas, contrastes, composición y geometría, el manejo de los materiales y técnicas, los aglutinantes y pigmentos, el uso de herramientas que van desde el pincel hasta la gubia, los soportes, más una importante lista de saberes, permitían a aprendices llegar a un punto en el que literalmente realizaban obras de gran calidad a la sombra de sus maestros. Es en este punto, cuando ya dominaban el conocimiento técnico, que podían dar cauce a su etapa creativa u original, misma que no todos alcanzaban a desarrollar.

        Si bien hoy nos resulta un tanto romántico este proceso, o quizá ortodoxo, reconozco en él una parte sustantiva en aquellos que sienten la inclinación o atracción hacia la pintura. Recordemos que las academias vinieron a sustituir o cambiar la figura de artesano que tenían los pintores en el Medioevo, y que esta separación les permitió colocarse en un lugar diferente y llevar a cabo un quehacer noble, exclusivo y especial. Pero esta división dio cauce a un saber estructurado y académico que también exigía un sinnúmero de aprendizajes y obligaciones. No desestimo a quienes adquieren un conocimiento al margen de las academias, pues hay otras vías que permiten al ávido novicio adquirirlos, pero son excepciones que van acompañadas de una habilidad que no todos tienen: la aptitud natural para ejecutar algo con facilidad. Los ejemplos sobran.

        Ahora bien, si un pintor o escultor es aquel que estudia, perfecciona, practica y realiza diversas obras plásticas, tales como pinturas, grabados, dibujos y esculturas (la acepción de artes plásticas se ha modificado, pues ahora se describen como artes visuales para incluir las instalaciones, el videoarte, el arte urbano, el arte efímero y el performance, entre otros), entonces los pintores o quienes ejecutan piezas visuales son creadores que utilizan diversos medios expresivos para realizar obras de arte, y por ello se les denomina artistas. Pero ¿a quién se le puede señalar como artista?, o ¿quién puede ostentar con humildad y certeza este adjetivo si consideramos las características que señalábamos antes?

        Vivimos una época en la que muchos y muchas se hacen llamar “artistas”, o así los nombran, adjetivo que es sobreexplotado con frecuencia, razón por la que ha perdido o banalizado su sentido, el cual tiene diversas interpretaciones, y con ello su posible justificación, pero no por ello lo ameritan tantos que no lo son. Cómo llamarlos así solo por haber tomado un par de cursos o talleres para el manejo de la acuarela o el óleo, u otros tantos para “aprender a dibujar”. Hay quienes fueron ayudantes o discípulos en el taller de algún pintor, y por ello creen haber adquirido el bagaje que a aquellos les tomó años acumular. No nos confundamos, no es lo mismo un maestro o artista que un aficionado o un devoto de la pintura que gusta de dibujar y/o pintar.

        Hoy día, ser “artista” es cosa fácil; hay plataformas y tutoriales mediante los que se adquieren ciertos conocimientos, y uno que otro de esos aprendices alcanza la oportunidad de exponer sus obras en algún espacio, y con ello se hacen de un cierto estatus social que los distingue; ganan un prestigio y gozan de un lugar “diferente”, lo cual es atractivo. Pero hay que decirlo: hay quienes aun cuando tienen la facilidad no poseen la creatividad. Por eso hay que mirar con detenimiento las obras de los que hoy se nombran “artistas” para reconocer la diferencia entre uno verdadero y un diletante.

 

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Francisco Moreno

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Ant. Elevado, el riesgo para familias que viven en Los Pilares
Sig. El del taxi es un oficio noble pero muy cansado, aseguró.

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