Sociedad

Con la música por dentro: Abel Nava Santos


Lectura 4 - 8 minutos
Con la música por dentro: Abel Nava Santos
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Con la música por dentro: Abel Nava Santos

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Jojutla. En el mercado municipal Benito Juárez hay varias clases de músicos: los que están de manera permanente y otros que pasan por ahí, de vez en cuando, como La Chapulina, de Ciudad Ayala o los cilindreros de la Ciudad de México, que viajan por toda la república; algunos grupitos como el Dueto Ilusión, de Cuautla, que toca como los mismísimos Panchos (que eran tres).

Entre los músicos permanentes está Leticia Calderón Hernández, originaria de un pueblo de Guerrero llamado Iglesia Vieja, que toca muy bien y canta muy afinada cualquier canción de moda y también las viejitas, música ranchera y popular; ella  compuso una canción al sismo de 2017. Su voz aguda y bien entonada atraviesa todos los pasillos.

Los artistas o trovadores urbanos, como les dicen ahora, viven de tocar y cantar, gracias a lo que las gentes les regala.

Una vez que muestran su talento, piden una monedita o ayuda, lo que sea su voluntad. Hay unos que son más académicos: “pido una cooperación voluntaria con un dinero que no afecte a su economía”.

 

Algunos comensales se enojan porque, justo cuando están comiendo, llegan a cantar y a pedirles una moneda.

-Me están agarrando con la cuchara en la boca, cómo me pides que te dé una moneda, me voy a ensuciar las manos…

Hay un músico de la tercera edad que recorre los pasillos del mercado. Es de estatura mediana, usa sombrero, pantalón y camisas de vestir. Se acompaña con un requinto viejo que, a pesar de sus años de tortura, no pierde el buen sonido. Su ejecución es imprecisa y rasposa, no se entiende muy bien lo que canta porque no pronuncia completas las palabras. Quien adivina algunas notas o algunos vocablos le puede seguir el hilo; si uno cierra los ojos se puede imaginar a un mosquito tartamudo.

 

No se les vaya ocurrir darle un peso, porque se encabrona. Toma la moneda enojado y voltea la cara para irse de prisa: “¡No te vayas a quedar pobre!” alcanza a decir entre dientes.

Los cantantes trabajan de preferencia en el mercado Benito Juárez y algunos van a la zona de fondas del Margarita Maza de Juárez. Otros más osados llegan hasta el mercado Riva Palacio, donde hay uno que otro comedero, fondas y muchos locales de ropa o de accesorios para celular y artículos electrónicos; la gente es muy coda, muy pocos cooperan con el músico que va a tocar algo.

Eso es durante el día. Por la noche, los músicos se concentran en el área de estacionamiento de la entrada principal del mercado Margarita Maza de Juárez, porque ahí venden comida. No son muchos los músicos pero sí muy conocidos.

Allí reinaba Fanny Quesada, quien se hacía acompañar con pista y una bocina enorme. Interpretaba música ranchera y canciones populares de moda, con una voz grave muy singular. Comenzó a cantar desde que era pequeña, frente al puesto de comida de su mamá y ahora canta en festivales, en los municipios.

El que no falta es un cantante moreno, bajo de estatura, gordito, que usa ropa y zapatos de vestir más grandes que su talla, lleva un güiro viejo y una especie de peine anaranjado, con el que se acompaña. Sabe que no canta ni toca bien, sabe que quizá nadie le dé una moneda, pero existe una posibilidad de que le regalen algo, así que, canta su mejor canción: “El mojado acaudalado”, del maestro Teodoro Bello. En la cuarta estrofa, después del coro, le echa más ganas cuando dice: Aventurero y mojado/ Hablando muy buen inglés/ Ya me pasié por Atlanta/ Por Oklahoma también./ Decía una güera en Florida/ "I love you mexican man".

Todos los trovadores del mercado municipal Benito Juárez son diferentes, aunque hay unos más diferentes que otros; uno muy distinto es Abel.

 

Abel Nava

Abel Nava Santos es un hombre bajo de estatura, pelo negro, moreno, narigón, que usa bigote y sombrero. Lo he escuchado varias veces tocando en las fondas. Muchos clientes lo ignoran, ni siquiera le dan las gracias cuando agota la última nota o verso, aunque algunas veces tiene suerte y le dan dos o tres monedas, que guarda en su bolsa y agradece.

Luego se pierde por los pasillos de la extensión del mercado, en la oscuridad se confunde con algunos animales que atraviesan por el suelo los reducidos y oscuros pasillos.

“El mercado es como una gran madre, no deja sin comer a ninguno de sus hijos”, dijo alguien una vez en el mercado Adolfo López Mateos, de Cuernavaca.

Abel no toca ni acaricia el acordeón, lo golpea; tampoco canta, Abel grita las canciones.

Abel toca corridos, rancheras, algunas baladas, y es uno de los músicos que pasa la calle y canta muy seguido en el mercado Margarita Maza de Juárez, en la zona de fondas.

En una plática que tuvimos en los andenes de este centro comercial, me dijo que era originario de Guerrero, pero desde muy pequeño ha vivido en Tlaquiltenango y que es músico desde hace más de 30 años.

Abel Nava Santos.

Supe que tocaba el bajo sexto y la guitarra, instrumentos que dominaba bien, que acompañó a varios grupos durante mucho tiempo, pero que con los años se comenzó a separar y ahora anda solo.

Hace cinco años agarró un acordeón que tenía por ahí arrumbado desde hacía diez años, y comenzó a sacarle sonidos; también leyó libros para poder ejecutarlo.

“Me daba miedo porque no sabía yo tocar, pero me aventé y ahora ya”, relató.

“Antes de ser músico trabajaba en el campo. Por aí me iba yo a cortar arroz, caña”, me dijo.

Toca en el mercado, solo, desde hace apenas hace cinco años. “Antes del coronavirus había trabajo, después no podíamos salir a la calle, y si salíamos debíamos ir con cubrebocas y no había dónde tocar ni quien te ayudara con unas monedas, fue muy difícil y tuvimos que trabajar donde se pudiera y mucho tiempo sin trabajar. Todo fue muy triste”

“Después comenzó a haber gente, pero no había dinero, Ahora hay gente en el mercado, pero hay muy poco dinero y es difícil.

Ahorita dicen, quiero ‘Las mañanitas’ y nomás te pagan una canción, antes no era así, querían una hora, luego te pedían tarjeta, antes así era, hora ya ni tarjetas traigo”.

Aunque Abel vive en Tlaquiltenango, se queda a dormir en Jojutla: “Hace poco murió mi esposa, ahora me quedo en Tlatenchi, con mis hijas, ahora tengo nietas”.

Leonardo Martínez Soriano, el León del Acordeón o el Chino, también músico y comerciante de pan en el mercado, me contó que cuando él era niño veía a Abel y le tenía admiración. “Lo veía y escuchaba cantar y tocar y yo quería ser como él, un músico”.

“Abel siempre tocó con buenos músicos, yo lo vi y escuché tocado el bajo sexto y haciendo segunda en dos o tres grupos de calidad.

Hubo un tiempo que lo perdí de vista, no recuerdo cuantos años, pero no lo vi más por estos rumbos del sur, donde todos los músicos nos conocemos.

Me dijeron que se había ido a Estados Unidos.

Un día lo volví a ver en la calle y platicamos como si nada; se acordaba de todo, pero lo comencé a ver algo raro en su rostro, en su andar, en cómo tocaba. Algo le había pasado, pero no tuve la confianza de preguntarle qué había ocurrido”.

Hace aproximadamente 20 días lo vi por última vez. Lo saludé, quedamos que lo buscaría para seguir nuestra plática. He ido casi todos los días a los lugares donde toca y ni sus luces.

-Leo, ¿has visto a Abel? Ya no lo he visto.

-No, yo tampoco. La última vez que lo vi tiene como 15 días

-Espero esté bien.

- Primero Dios, amigo.

Lo que somos no se agota en lo que vemos, lo que conocemos a primera vista; somos lo que no pudimos ser, lo que dicen que somos, lo que no dicen que somos; somos lo que ni nosotros conocemos de nosotros, somos lo que parecemos en un momento del día, en una esquina o frente a unos comensales a los que le cantamos esperando unas monedas para comer, como lo hace Abel.

Músicos en Cuernavaca.

Bajo.

La Chapulina.

Músico en el mercado.

Músico en la calle.

Leticia.

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Máximo Cerdio

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