Cuernavaca es uno de los territorios más significativos del país, su ubicación es privilegiada e históricamente posee una cultura deslumbrante desde el sentido antropológico y de los sucesos históricos que acontecieron aquí. Morelos, en general, conserva una arquitectura virreinal, prueba de ello está el Palacio de Cortes con sus más de 450 años de existencia, pero también sus iglesias y casas de la época que aún se conservan y que son parte esencial de la identidad de nuestro territorio.
Nací en la Ciudad de México, pero por cuestiones del destino llegué a Cuernavaca en el año 2004 a los 16 años de edad. Mi arraigo a la cultura y a la ciudad fue inmediato, parecía como si hubiera nacido en esta ciudad. Su gente, su cultura y su ciudad encajaron perfectamente con mi forma de ser. Desde niño he tenido esa inquietud por el aprendizaje a través de la lectura, pero también el interés por aprender de la cultura desde la observación. Este hecho siempre me ha llevado a conocer las ciudades y las cosas en general a través de la caminata. Creo firmemente que una ciudad se conoce por caminar sus calles, parques y edificios y no desde el automóvil. Cuernavaca no fue la excepción, en su momento fue lo primero que hice, caminarla. En el transcurso de los días iba descubriendo cosas que impactaban en mí, pero fue la arquitectura de contraste que iba descubriendo la que mayor impacto tuvo. El contraste se refleja en su sociedad, la arquitectura es, de hecho, un espejo de ella, en partes de la ciudad encontraremos contrastes económicos y sociales a corta distancia, es decir viviendas de escasos recursos colindando con fraccionamientos cerrados de clase alta. Pero está el otro contraste, el cultural, el que converge la historia de nuestro territorio con el contemporáneo o el urbano con el natural, que en su mayoría la naturaleza aporta una fuerte identidad a la ciudad, gracias a su topografía accidentada.
Esto último dan las icónicas barrancas de Cuernavaca que, aunado a sus parques y jardines son parte esencial en la traza urbana de la capital morelense.
Algo que se ha perdido un poco en Cuernavaca es el sentido bohemio y cultural que se vivió el siglo pasado, donde artistas de renombre mundial venían a concebir sus obras maestras, como Gabriel Garcia Márquez con su novela Cien años de soledad; David Alfaro Siqueiros que tenía su taller en Cuernavaca; Malcolm Lowry que escribió Bajo el Volcán en 1947 y así diferentes artistas hacían que la ciudad fuera efervescente para la cultura.
Hoy “mi territorio” es un lugar que entabla un dialogo con las artes visuales, la arquitectura y su historia, un espacio ideal para la diversidad y para la experimentación cultural.