Tlatenchi. En la danza del tecuán, el pitero tiene la misma importancia que cualquier integrante; sin embargo, puede faltar una perra o un zopilote y la danza se ejecuta, pero no hay danza sin pitero.
Por costumbre, los músicos heredan este cargo a sus descendientes o parientes, pero a veces no es posible transmitir estos conocimientos y el grupo, la danza y lo que ésta implica corren peligro de extinción, como sucedió en la comunidad de Tlatenchi, ubicada en Jojutla, Morelos.
Por eso, piteros de otras comunidades están enseñando el oficio a tecuanes jóvenes para dar continuidad a la tradición.
Se quedan sin música
Los tecuanes de Tlatenchi se integraron en 1943, eran pocos: 12, aunque en la actualidad hay 40 integrantes.
Rafael Ávila Martínez (Tigre) y Horacio Díaz Tepazoleta (varañado), en entrevista, relataron que originalmente los fundadores fueron Gilberto Salgado (Peluda), León Hernández (Mamerto), Flor Crespo (La Flor), Armando Díaz Hernández (Panal), Jesús Hernández (la Muela) Miguel Avilés (Chile Seco o Napo), Lázaro Hernández (Choco); en la actualidad sobreviven Gilberto Salgado, León Hernández y Miguel Avilés.
“Para nosotros la danza de los tecuanes es una identidad que van dejando nuestros antepasados por herencia, nos vamos acoplando. Es respeto para nuestro pueblo, nuestra Virgen y nuestra cultura. Simboliza unión entre nosotros, crea una gran identidad”, dijeron.
Mario Ortiz Flores fue el pitero del grupo por más de 35 años, pero falleció el 14 de marzo de 2021 a los 71 años de edad, y dejó a los Tecuanes de Tlatenchi sin músico.
A principio de septiembre de ese año, los coordinadores del grupo buscaron a Pablo Paredes Ocampo, pitero de los tecuanes de Tetelpa, para que los acompañara tocando la flauta y el tambor, pues tenían un compromiso por la fiesta de la Concepción el 7 y 8 de septiembre; Pablo aceptó y desde ese día él y su hijo Diahngo Aurelio Paredes Hernández, también pitero en Tetelpa, apoyan a los tecuanes de Tlatenchi.
“Mi hijo Diahngo Aurelio Paredes y yo estamos apoyando a los tecuanes de Tlatenchi; él sabe, se formó en la tradición, aprendió viendo y escuchando. Como todos nosotros, trae en la sangre la tradición y la danza”, dijo.
Y en esto también está de acuerdo Fernando Mendoza Alemán, coordinador de un grupo de tecuanes de Alpuyeca, quien explicó que ellos tienen dos piteros, Nicolás Mendoza y Alexis Castañeda, y hay niños de 12 años que ya le están dando al tambor y a la flauta para asegurar que la tradición, que se remonta a 1890, no se pierda.
Paredes Ocampo insistió en que no sólo se trata de ir a tocar cuando sus compañeros de Tlatenchi lo llaman, él y su hijo están rescatando los sones y los diálogos de los tecuanes de esa comunidad: “Vemos videos, escuchamos audios y oímos a los viejos que se han acercado para corregirnos y sugerirnos, los familiares de don Mario Ortiz Flores (RIP) nos han ayudado mucho, nos da mucho gusto que la comunidad esté involucrada en el rescate de esta tradición”, expuso.
También menciono que hay ya un niño que está aprendiendo a tocar.
El niño pitero
Pablo Paredes Ocampo está enseñando, desde febrero de este año, a un muchacho de 12 años de edad, de nombre Esteban Morales Díaz, de 12 años; el chico estudia, salió de sexto y va a entrar a la secundaria, platicó en entrevista durante un ensayo en la cancha techada de Tlatenchi.
“Desde que comencé a ensayar con los tecuanes el niño se interesó por la flauta y el tambor y ha ido aprendiendo poco a poco. Sería bueno que practicáramos dos horas, tres veces por semana, pero él no puede descuidar su escuela ni sus actividades en su casa, por eso va lento. Necesitaría aprender los diez sones que hasta el día de hoy hemos rescatado, para tocar ya. Le gusta mucho y aprende rápido”, explicó.
La danza y las variantes
Según Pablo Paredes, básicamente la danza del Tecuán es la representación de la cacería del tigre o del jaguar o del chamán, cada comunidad incorpora sus variantes, por eso no es lo mismo la danza de tecuanes en Tetelpa que en Tlatenchi.
Según él, cada pitero tiene su propia afinación, su propio sonido, sus formas propias de tocar los sones; están dentro de él en armonía con los movimientos del grupo. En la ejecución de la danza del tecuán el pitero está metido en la danza con su música, que forma un elemento más que acompaña los movimientos.
“Yo no puedo tocar tecuanes en Tetelpa con el mismo tambor que toco en Tlatenchi. El tambor que uso para tocar en Tlatenchi es mucho más agudo. Los sones tienen otra intensidad, otra velocidad, la flauta suena distinto”, explicó.
Pero cada grupo de tecuanes, incluso de la misma comunidad, como ocurre entre los de Alpuyeca, por ejemplo, tienen variantes, en la ejecución, en los diálogos y en los sones.
Pablo Paredes relató que en Tetelpa se tocan siete sones de avance de baile más otros seis o siete también para el desarrollo de la danza, incluyendo al Venado, al Varañado, al Tirador, al Rastrero, avances de este Mayeso con Salvadorchi; luego el baile de los Vasallos, el enfrentamiento con el tigre. Son aproximadamente catorce sones entre los de baile y los del desarrollo de la danza.
“En Tlatenchi puede ser más o menos lo mismo, con sus variantes, y en eso se está trabajando. Hasta el momento llevamos 10 sones, hay más, y estamos buscándolos. En relación con los diálogos, estamos corrigiendo algunas partes en náhuatl; los diálogos de Tlatenchi tienen más palabras en español que los de Tetelpa, pero así los practican ellos”.
El pitero
Entre los tecuanes, el pitero es el músico que, por medio de un tamborcillo y una flauta, acompaña al grupo en los diferentes momentos o partes que integran la danza.
El pitero toma su nombre de uno de los dos instrumentos que se emplean en la danza, el pito; es decir, el instrumento de viento que produce un sonido muy agudo; su nombre se origina de la onomatopeya “piiiit” producida por este aparejo.
Para Fernando Mendoza Alemán, coordinador de un grupo de tecuanes de Alpuyeca, el pitero representa 99 por ciento de la danza:
“Se puede sustituir cualquier personaje de los 16, que son los que integran la danza, pero al pitero no”, afirmó.
Pablo Paredes Ocampo, coordinador del grupo de tecuanes de Tetelpa y pitero desde hace más de 37 años, dijo que el pitero es un personaje dentro del grupo, no es más ni menos que un zopilote o una perra, el grupo es el grupo y si falta alguno ya no es un grupo, ya no son tecuanes.
“El pitero no es el jefe, acompaña. Hay ocasiones en que los propios tecuanes me dicen que acelere, que me detenga. No soy yo el que manda y el que decide. Si me preguntas quién es el personaje principal al que todos obedecemos y que no puede faltar, te respondería que es la música, la propia danza, la tradición”, dijo.
Pablo el pitero
Pablo Paredes recordó que en noviembre de 1982, después de que el pitero de su comunidad les informó que ya no iba a participar en la danza, el grupo se reunió frente a la casa de uno de ellos para resolver qué harían, si seguirían danzando o se disolverían. Decidieron continuar.
“Allí con una flauta de plástico y una cubeta vacía me hicieron tocar. Con mucho trabajo y muy desafinado, fuera de tiempo y sin coordinación, pude sacar parte de un son de avance, que no era para entrada ni salida ni toreada. Los compañeros dijeron que al día siguiente por la tarde irían a ensayar en mi casa. Todo esto contra mi voluntad, porque les advertí que no sabía tocar”.
“Se aproximaba diciembre, una de las festividades más importante del pueblo y jamás se había suspendido la danza del tecuán para la virgen, así que al día siguiente, fui a buscar carrizo y construí una flauta como pude. Le soplaba y nada, sólo chillaba. Por causalidad le eché agua y me di cuenta que humedeciéndola agarra mejor sonido. Y comenzó a salir un buen sonido mientras le soplaba. Luego me di cuenta que cuando comienzas a tocar es chillona, pero con la saliva que vas arrojando se asienta y toca mejor. Después de unos minutos, la flauta de carrizo da un sonido más claro.
Cuando llegaron a mi casa los tecuanes ya tenía yo una flauta.
Ya íbamos a ensayar, pero nos dimos cuenta que no teníamos tambor”.
“Alguien dijo por ahí que Edgar, uno de los hijos de Teófilo, el Güero Zavala, tenía un tamborcito de cuero y que fuéramos a pedírselo prestado. Más de cincuenta tecuanes fuimos, todos juntos, a pedir prestado el tambor. Llegamos a casa del Güero, frente al kínder. Salió el Güero y le explicamos y nos dijo que su hijo estaba usando el tambor y que si queríamos el juguete tendríamos que llevar al pequeño. Nos llevamos a los dos. Ya en el camino lo convencimos que nos prestara el juguete y yo lo comencé a tocar”. (Edgar y Fredy, su hermano, hijos del Güero, crecieron y formaron parte de los tecuanes por muchos años.)
“Tuve muchos problemas con la flauta, no la pulí y me lastimó los labios y las encías. Aureliano Marquina, ‘La Abuela’, me dijo: ‘Pídele a la Virgencita, dile que te ayude, es para ella’.
Entonces me encomendé a la virgen y comencé a tocar. Toqué un son y me salió”.
“Los tecuanes estaban ya formados y Guillermo me pidió la entrada. Yo no sabía qué hacer, porque sólo me sabía un son, entonces comencé a recordar cuando bailábamos tecuanes y toqué la entrada pero muy rápido, los danzantes no me podían seguir el ritmo. Yo no tenía coordinación con el tambor.
No supe cómo pero libramos el compromiso. Yo seguí ensayando. Tocaba todos los días, me hice otra flauta y otra, hasta que tuve una que me gustó. El primer año mi flauta era muy chillona. Tocamos el 7 de diciembre de 1987, en la iglesia de San Esteban, en la entrega de la ofrenda”.
“Para alguien que nunca ha escuchado una flauta y un tambor, ni los sones del tecuán, ni los ha visto, tal vez resulte imposible tocar, pero nosotros llevamos ya la danza en la sangre. Desde niños llevamos el sonido del tecuán y el movimiento. En el pueblo, cuando éramos pequeños, jugábamos a ser tecuanes, nuestro cuerpo reacciona cuando escuchamos la flauta y el tambor. Imitábamos a los personajes, como un juego. A los doce o trece años formábamos parte de un grupo grande de niños que teníamos un pandero de cuero y danzábamos; no teníamos flauta, pero silbábamos los sones, los vecinos nos invitaban a sus patios para que tocáramos y bailáramos, nos daban galletas y cocacola. Cuando fuimos grandes, nos integramos al grupo de tecuanes y nos asignaron algún personaje. A pesar que de niño yo imitaba al pitero nunca pensé en ser uno, no me llamaba la atención, pero la necesidad me convirtió en uno”.
Asegurar la continuidad
Pablo Paredes Ocampo explicó que una de las responsabilidades como tecuán y como pitero es “pasar a los descendientes, nuestros hermanos, a nuestro pueblo, los conocimientos para que la tradición continúe”.
También dijo que le construyó al niño Esteban Morales Díaz un tambor de práctica y a estas fechas le está haciendo uno de cuero de chivo, para que conozca el sonido y se vaya acostumbrando; después le enseñará a hacer sus propios instrumentos, porque esa es la tradición.
Diahngo Aurelio Paredes Hernández con tecuanes de Tlatenchi. 7 de septiembre de 2021.
Esteban Morales Díaz y Pablo Paredes.
Pablo Paredes ensayando.
Pablo Paredes y tecuanes de Tlatenchi.
Rafael Ávila Martínez, Pablo Paredes, Esteban Morales y Horacio Díaz.
Tecuanes de Tlatenchi en Tlatizapán.