Sociedad

Un diario visual


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Un diario visual
Fotógraf@/ FRANCISCO MORENO
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Desde niño tuvo la fortuna de formar parte de una familia pequeña y amorosa; su círculo inmediato le procuró seguridad, bienestar y afecto, y eso le garantizó desarrollar sus aptitudes con firmeza y certeza; el mundo era grato. Pero llegado el momento, los amigos sustituyeron ese núcleo, y la convivencia natural lo llevó a la calle, donde halló a los otros, que se convirtieron en prioridad. Raúl trabó amistad con niños de su edad, en ese vínculo que se forja con complicidades, confianza, juego y cariño; vivió su entorno urbano como una experiencia nueva; amaba a sus amigos de manera diferente a como amaba a su familia. No era consciente de que estaba fortaleciendo otras relaciones, esas que forjamos de manera voluntaria y que procuramos. De ellas emergen nuevas sensaciones, el erotismo, la entrega, los secretos, el compañerismo sellado con sangre; los amigos entonces se convirtieron en espejo de sus sueños, fueron sus aliados y cómplices.

            Por desgracia, como parte de la ley de vida, en la calle, entre las emociones que se descubren, no faltan el dolor físico, la ira, el enojo y la frustración. La calle ofrece violencia, acoso y mentira; en algunos casos por primera vez aparece el espectro del que ya hemos oído hablar, y que cuando conocemos de cerca nos parece brutal e incompresible: la muerte.

            Raúl vivió y creció en un polígono urbano de Cuernavaca, que curiosamente tiene el nombre de un revolucionario zapatista que murió en una disputa por armamento; el joven Antonio Barona fue acribillado poco después de una partida de billar, mientras comía pozole con sus amigos en el mercado; el sello de su trágica muerte a los 29 años se convirtió en presagio de la colonia que lleva su nombre.

            La mancuerna de experiencias brutales, más la necesidad de expresar las emociones que éstas le generaban, fue una de las razones que llevaron a Raúl a buscar una manera de mantener la presencia de aquellos amigos que habían desaparecido o fueron asesinados; era una forma de mantenerlos vivos. El recuerdo permite que alguien que ya no está se haga presente; otra forma es crear una imagen de él. Cuando olvidamos a alguien y deja de haber testimonios visuales de su vida, es cuando se pierde para siempre.

            Para entonces Raúl reconocía que verbalizar o escribir sobre ellos no era su fuerte, debía hallar la forma de dejar testimonio de sus amigos y de sus experiencias. Su entorno citadino le dio las primeras señales: muros grafitados, paredes convertidas en murales en clave, más la posesión de una publicación que describía el grafiti fueron su iniciación. Encontró en este lenguaje un medio que lo hizo sentir complacido, además de que le permitió descubrir que tenía una gran habilidad para desarrollarlo. Dibujar fue la clave para mantener viva la presencia de sus amigos y para verter en sus obras los fantasmas que pululaban en sus sueños. Fue así como inició un diario visual de su vida.

            La secuencia que llevó a Raúl a convertirse en artista visual es corta, pues a partir de ese hallazgo buscó talleres de dibujo y pintura en el Centro Morelense de las Artes (cma), y poco tiempo después incursionó en estudios superiores en el Instituto Botticelli. Ahí tuvo la fortuna de encontrar a los mentores que le darían las llaves que abren algunas de las viejas tradiciones pictóricas: el dibujo y la perspectiva, y una más que se convirtió en reto y meta: aprender técnicas de grabado.

            Este joven creador, oriundo de Cuernavaca, tuvo la fortuna de ser discípulo de Pavel Mora, de Iván Gardea y de Carlos Fink; y si a ello agregamos que el temperamento de Raúl Pineda es tenaz y perseverante, la amalgama da origen a una esmerada y pulida formación artística. El dibujo, la composición y la técnica de mezzotinta se convirtieron en los últimos años en sus compañeros. Pero no es el tiempo sino el afán, la dedicación, la disciplina y el trabajo los que hacen a un artista, pues las musas sólo llegan cuando estás entregado a tus pasiones, y eso es lo que a él le sucedió, pues si bien su producción artística no llega a más de cincuenta obras, las que hasta ahora ha realizado dejan ver a un hombre que tiene mucho por ofrecer, que dar y, por supuesto, que recibir.

            Quizá los reconocimientos y premios que ha recibido sean señales para saberse bueno en su quehacer, pero también pueden convertirse en vanas ilusiones que alimenten al duende voraz que suele crecer en nuestro interior, y que en muchas ocasiones nutre una personalidad ficticia y fatua: el ego. Me atrevo a decir que Raúl Pineda es de los primeros, ojalá que los honores no le hagan perder la brújula.

            El pasado viernes 11 de agosto Raúl Pineda presentó su primera exposición individual en el Museo de Arte Contemporáneo Juan Soriano (mmac). “Delirio de ½ noche” es el nombre de la muestra conformada por once obras. Sí, sólo once piezas, pero el número de ellas no las hace menores, pues el trabajo que representa cada una hace magnífica esta exhibición de gabinete. Nueve piezas elaboradas en esa vieja técnica de grabado llamada mezzotinta, dos excelentes dibujos con carboncillo, y una vitrina con algunas muestras del proceso, apuntes en un cuadernillo y otros grabados de menor tamaño la conforman. En estas obras Raúl logra traducir esos recuerdos de adolescente y exhibe los fantasmas que descansan de día pero aparecen en sus viajes nocturnos.

            La labor que representa la mezzotinta es compleja; demanda esmero y mucho cuidado, pero justo es el medio en el cual Pineda se desenvuelve mejor; quizá la placa graneada, el raedor y bruñidor, más sus bocetos previos, lo hacen zambullirse tanto en sus recuerdos como en la labor de explotar sus talentos. Las obras expuestas son en blanco y negro, en donde en este último Pineda hace surgir la luz, metáfora de sus anhelos y catarsis de sus angustias.

            Y si bien esta técnica es difícil en su ejecución, eso se complementa con una evidente calidad en su dibujo. Los trazos, composiciones y claroscuros que el espectador observa no dejan de sorprender, pues no solo es la técnica y sus procesos, sino también la temática que aborda en cada pieza. Vemos cómo Pineda se arroja con paciencia sobre la placa para plasmar en ella rostros yacentes y manos, cuerpos que flotan en aguas turbias, cabezas cercenadas y otras con huellas de violencia, orificios por los que una bala horadó la vida, gesticulaciones de dolor, lamentos sin sonido, jóvenes congelados por la muerte, acompañados con alas y vasijas, un rostro que busca el último halo de oxígeno para no sucumbir ahogado. Los trazos, líneas y tonalidades dan a cada pieza una fuerza que no cae en lo grotesco. En las obras de Pineda se aprecia el cuidado que evidencia el amor que descubrió en las calles, esas experiencias que le revelaron la lamentable tragedia que sufre nuestro país, en forma de femicidios, despojos y secuestros, así como toda la violencia social que se vive día a día, y de la cual, por desgracia, Morelos es puntero en las dramáticas estadísticas.

            Los grabados y dibujos de Pineda son la evidencia de que es posible convertir este lamentable acontecer en motivo de reflexión y conciencia; dan cuenta de cómo el arte es medio y fin que provoca, que despierta letargos y rompe alienaciones, no como obras contestarias o de denuncia, sino como testimonios de momentos y acontecimientos. Las once piezas de Raúl Pineda duelen, pero no para llevarnos al lamento estéril, sino para que percibamos y asimilemos cómo nuestra realidad, en su eterno vaivén, nos ofrece oportunidades para transformarla en algo mejor, ya sea en un lugar más habitable, en una colonia más limpia, en un Estado más tranquilo y próspero; una realidad que nos permita salir a las calles con los amigos, sin miedo, porque sabemos que los veremos mañana. Las once piezas nos permiten asirnos al anhelo de un provenir más luminoso, que no sea congoja, sino uno en el que podamos jugar villar y comer pozole sin temor a enfrentarnos a los demonios de la delincuencia.

            “Delirio de ½ noche” es resultado de un equipo, pues para lograr un adecuado montaje museístico y correcto discurso visual se requiere la colaboración de personas como Orlando Martínez, subdirector de Exposiciones y Museografía; de Antonio Outón, subdirector de Investigación; y de Ángel Ramírez Nova, director de Colección y Registro, todos miembros del mmac. Gracias a ellos y a sus respectivos equipos esta exposición es digna de verse, y más aún, pues llegará a su término el próximo 8 de octubre, fecha en la que será trasladada al Museo de Arte Contemporáneo Primer Depósito, en Guanajuato, nada menos que para la apertura del próximo Festival Internacional Cervantino.

            Enhorabuena, Raúl, hay tanto por decir aún, que esperamos con paciente expectativa tus nuevas obras.

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Francisco Moreno

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