En el quehacer arquitectónico damos sentido a la construcción física del espacio buscando la belleza, la proporción, la sensibilidad, la escala, la luz, la sombra, el color, la emoción. Es en este proceso cuando se decide qué es arquitectura y que no, acorde a los intelectuales de la arquitectura. Pero, en muchos casos, me he cuestionado si la arquitectura puede ser algo más, algo fuera de los cánones arquitectónicos. En mi labor como arquitecto he encontrado casos fuera de lo que uno podría considerar bello, sensible o proporcionado. En mi visión, la arquitectura es sensible desde que el creador lo imagina; puede parecer un tema irrelevante, pero con el paso del tiempo he cuestionado drásticamente los cánones arquitectónicos e intento entender la otra cara de la arquitectura, lo que uno jamás vería como tal.
La analogía a la que quiero llegar es la construcción física hecha por las personas que menos tienen, etiquétese como: vagabundo, sin hogar, mendigo, hombre de la calle o como lo quiera llamar.
La concepción de la arquitectura parte del interés de una persona, un sueño o de la acción misma por verla hecha realidad. En los detalles más mínimos, aunque los cánones lo cataloguen impuro o sin belleza, se puede percibir la base de la arquitectura: un muro, un techo, un piso y el símbolo sagrado que cada persona decida.
Las personas en situación de calle entienden la habitabilidad de una manera ¡extrema!
Su percepción constructiva es nata, ya que la espacialidad rige a sus necesidades. En lo general, los materiales de sus refugios nacen de los desechos sólidos, como madera, cartón, plástico, acero, entre otros. Lo interesante es la maestría del uso de estos materiales, la mezcla de sistemas constructivos y el diseño que componen con profunda identidad en cada una de sus obras.
La arquitectura no siempre debe responder los cánones de belleza que nos imponen, en mi creencia la arquitectura es la naturaleza misma de las situaciones cotidianas del ser humano.