Sociedad

Micro crónicas


Lectura 7 - 13 minutos
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Satanás en Jojutla.

Su nombre

Dicen que en muchas circunstancias el nombre es lo de menos, pero hay otras en las que lo es todo.

Estuvimos esperando más de 20 minutos bajo el sol, éramos diez clientes. La mujer robusta, morena, de aproximadamente 1.55 de estatura y menos de 35 años, le dijo al proveedor que se llamaba Stefany. La buscó en la base de datos: no estaba.

El proveedor le preguntó su apellido, Martínez, respondió. Comenzó a buscar de nuevo y nada, su nombre no estaba.

La mujer marcó desde su celular a una persona y le preguntó cómo la había registrado, le respondieron y colgó

-Stefany P. Martínez, sin E, no Estéfany sino Stefany.

El proveedor actualizó y buscó de nuevo: nada.

Los que estábamos en la cola, a eso de 10:40 de la mañana en el estacionamiento manifestamos nuestra inconformidad pujando o moviéndonos de un lado a otro.

La mujer que no aparecía, observaba nuestra molestia, pero volteaba la cara hacia el vacío.

El proveedor reseteó el aparato y buscó de nuevo y levantando la voz dijo:

-Martínez sólo hay una: ¡S. Pancracia Martínez!

-Sí, soy yo. Mi marido hizo el pedido –dijo la mujer, que firmó un papel, recibió su pedido y se fue caminando de prisa.

En silencio, varios le mentamos la madre.

 

El garrafón

Para los comerciantes, especialmente para los orientales, el cliente es lo más importante, pero hay muchas zonas primitivas en las que el vendedor prefiere pelear con el cliente que imponerse al proveedor.

Es domingo, por la tarde noche. Nos quedamos sin agua, llevo mi garrafón de plástico de 20 litros. Entro a una tienda de conveniencia donde tengo una tarjeta con puntos acumulados porque soy cliente frecuente desde hace más de dos años.

Hace una semana, compré allí el garrafón, Sólo había uno de la marca Epura, pero el envase estaba un poco desgastado y el mango era de un color azul claro, pertenecía, por tanto, a la generación anterior; pero al garrafón no se le salía ni una gota.

hay dos cajeros, son un adulto y una mujer joven.

-No hay más que éste, no tienen ninguna fuga, Me lo llevo, pero le pido, por favor, que me lo reciba la semana que entra, lo voy a traer así como está. El otro día, en otra tienda de éstas los encargados me rechazaron un garrafón, me dijeron que los proveedores ya no los están recibiendo. Si ya no los reciben deberían retirarlos y sustituirlos por los nuevos, pero no rechazarlos, porque uno que no tiene la culpa, se queda con el garrafón viejo y tienen uno que comprar uno nuevo y cuesta más de 100 pesos, ¿no cree usted?

El cajero asintió y me cobró.

-No se preocupe, se lo recibimos –me dijo esa vez.

Entro a la tienda y hay una joven morena haciendo cuentas en la caja. Le pongo el garrafón de agua viejo, se retira como si el objeto fuera un borracho apestoso y me dice:

-Ese garrafón no sirve. No se lo puedo aceptar.

Le explico: la semana pasada me lo vendieron y me dijeron que me lo iban a aceptar.

-Yo no lo atendí –me dice la cajera.

Le aclaro que efectivamente, fue uno de sus compañeros y me pregunta cuál, al que le doy señas y ella mira extrañada. De pronto sale de una puerta el hombre que me había vendido el garrafón y le digo a la cajera: él.

-Amigo: la semana pasada me vendiste este garrafón, no había más agua, no había más que este, me dijiste que me lo ibas recibir.

El hombre agarró el garrafón del pescuezo, observó toda la estructura y dijo: ésta muy viejo y maltratado, el proveedor no me lo va a recibir, ya tenemos tres con éste.

-Tú me dijiste, la semana pasada, que me lo ibas a recibir.

-¿Tienes el ticket de compra?

-¡Si me hubieras dicho que me lo recibirías con el ticket, lo habría conservado!

-No me lo van a recibir.

-¡Tú me dijiste que lo recibirías!

-No me acuerdo.

-Ahí están tus cámaras. Revisémoslas.

-No te acepto el garrafón…

Le arrebaté de las manos el envase de plástico y salí encabronado de la tienda. Sólo llevaba 50 pesos para comprar agua, el garrafón con envase costaba más de 100 pesos.

Tiene más de un mes que no me paro allí; se llama Oxxo y está frente a la entrada a la Unidad Morelos.

 

En Morelos somos feos

Los juicios donde se enuncia una verdad no siempre son bien vistos: “la verdad no peca, pero incomoda, dice el dicho”. Pero hay verdades tan sólidas que parecen ofensas o mentiras.

En las fondas del mercado municipal Benito Juárez un octogenario da cuenta de la parte final de un caldo de ave de corral. Lleva un sombrero calentano viejo, camisa larga de rayas blancas, pantalón oscuro, huaraches. Su piel es clara a pesar de que con la edad oscurece; sus ojos son claros, es bajo de estatura y flaco, por la edad se ve algo jorobado.

Un hombre delgado, bajito de más de 60 años llega a comer. Es moreno, delgado, Usa cola de caballo, lleva camisa de manga corta blanca estampada y pantalones de mezclilla azul claro.

Se lava las manos y se sienta en las bancas de metal cerca del hombre que acaba de terminar su comida.

-¡Provecho!

-Barriga llena, corazón contento…

-¿Sabroso?

-¡Si!

¿Usted no es de acá, verdad?

-No, ¿Por qué?

-Es usté blanco, fino y de ojos de color. ¡Acá en Morelos, nosotros somos feos! ¿De dónde es?

-De Michoacán; Lázaro Cárdenas; pero hace muchísimos años me vine a Morelos, a Chacampalco.

-Ah, yo vengo de Xicatlán, de allá abajo. Conozco Lázaro Cárdenas, trabajé varios años por allá…

-Pues mucho gusto señor. Que tenga buen provecho.

-Igualmente, señor.

 

Instrucciones para ordenar

Dar una orden se puede volver algo tan complicado como agarrar a una gallina en un corral o despejar alguna incógnita de altas matemáticas.

Para que tu voz salga clara y con fuerza debes estar correctamente sentado al ordenar. Debes iniciar diciendo, por favor. Pronunciar las letras y las palabras de manera clara y de forma correcta. Tu voz debe estar dirigida hacia la persona que está recibiendo la orden. Es necesario hablar de manera pausada y precisa, haciendo las pautas en cada oración.

También debes buscar los ojos de tu interlocutor; no debes parpadear, es señal de debilidad. Si tu interlocutor te quiere evadir, tú síguelo con la mirada como a una presa herida hasta que de nuevo mantengas contacto visual con él.

Como apoyo, usa las expresiones de tu rostro para hacer énfasis en los términos clave.

Es sumamente importante usar las manos para reforzar lo que tus palabras y tus gestos comunican.

Hay particularidades que necesitan mayor atención al ordenar. Por ejemplo, si quieres el caldo caliente o hirviendo o término medio o frío.

Yo siempre pido hirviendo o muy caliente. En la mente del mesero cuando se le da esa orden la ignora o la olvida, por eso es que es sumamente importante hablar en tono imperativo, enfático, con gesto y con refuerzo de gestos de extremidades superiores, no se debe cometer el error de sonreír cuando se ordena porque el mesero o mesera va creer que se le está hablando en broma.

No existe término más impreciso que “caliente”. En los tres niveles: frío, tibio y caliente, éste se encuentra en la parte más alta y debería imaginarse en rojo, sin embargo, muchos meseros y cocineros consideran que “caliente” es tibio. Como recurso propongo usar la palabra muy caliente o, ya de plano, si uno observa duda en quien apunta la orden decirle: “hirviendo”.

Una de las preferencias que encoleriza a los cocineros es el término de la carne. De acuerdo con los que saben, al tomar la temperatura del centro de la carne con un termómetro, esta debe encontrarse a 55 grados Celsius. Se caracteriza porque la carne queda muy jugosa, y se supone que con ello se puede complacer a los cinco sentidos.

Pero en gustos se rompen géneros, y se puede pedir la carne muy cocida. En la escala de la carne está el término medio o jugosa y muy cocida, Para acabar pronto, es posible pedir un corte “dorado”, y el mesero está obligado a ponerla en tu mesa así como la pediste, porque no se trata de complacer al cocinero sino al que paga, es decir, al cliente, o sea a ti. Cuando se ordene un corte así es importante seguir los mismos consejos usados para los caldos.

Es muy probable que después de cinco o seis veces que regreses a la misma fonda las meseras y meseros te reconozca y digan: con arroz dentro del caldo, ¿verdad? O ¿bien caliente, ¿verdad? O ¿sin pata?

Cuando estés a cuatro o cinco metros de la mesa con la clara intención de sentarte, van a susurrar: mira ahí viene el señor (o ese cabrón) que pide la comida hirviendo.

Hay que dejar una propina decorosa. Con 10 por ciento del consumo es suficiente.

La tripa y la panza son dos platillos muy especiales que solo los iniciados sabemos disfrutar.

Bendita sea la cocinera que hace una buena panza y una buena tripa.

A la panza hay que llegar a una hora determinada, para que cuando te sirvan (muy caliente y sin pata,), la carne no esté blanda, chiclosa.

Una pancera experimentada me contó un secreto que jamás he revelado pero que ahora cuento. Cuando terminamos de cocerla la sacamos y la ponemos en otra olla, con algo del caldo, a un fuego mínimo o de plano, sin fuego; esto permite que, aunque el caldo esté en la lumbre, la carne no se ablande. Cuando nos piden el plato, extraemos el caldo y la carne la sacamos de la otra olla, caliente o tibia.

La tripa tiene la misma lógica, yo prefiero la “dorada”, la “Golden” (término sibarita visceral); así la pido y algunos taqueros ya me entienden.

Advertencia. Te vas a encontrar muchísimas veces con meseros y meseras que, a pesar de que fuiste muy preciso en el pedido y ellos anotaron en la comanda, te sirvan lo que ellos quieran y como ellos quieran. No des propina y jamás regreses a ese lugar.

 

Ese dinero no es tuyo

“Todas las cosas que hay en la calle tienen dueño. Hay de aquel cabrón que me traiga algo que no sea suyo, porque le doy una chinga. En esta casa no hay ladrones”, amenazaba mi padre para convencernos de respetar el derecho ajeno. Pero no todos tuvieron un padre como el mío.

El camión recolector de basura pasa los martes y los viernes en la Unidad. Sacamos poca basura y tratamos de separar o al menos de ponerlas en bolsas apretada. Normalmente es muy poca.

Pasan a las ocho de la mañana, pero desde las 6:30 mi mujer la deja en la esquina. A un lado ponemos cinco pesos para los recolectores.

Esos días, desde las 6:30 también pasan mujeres y hombres en triciclos o carritos de bebés esculcando para ver si hay algo reciclable en los botes. Nuestra basura es famélica para ellos, pero hay una mujer que siempre pasa a ver qué le puede servir.

Cuando regreso a la casa, después de haber dejado al Alacrancito en la guardería, he descubierto que el dinero no está. La basura sigue intacta y el camión aun no pasa.

Hay dos posibles sospechosos, los he visto, separadamente, hurgar e irse cuando ven que los observo; dejan las monedas.

Tengo estas propuestas de advertencia, que se han ido reblandeciendo por la intervención de mi familia en la formulación del texto:

“Te voy a cortar las manos por andar agarrando lo que no es tuyo”.

“¿Quién te enseñó a llevarte lo que no es tuyo?”

“Por favor. No te lleves ese dinero; no es tuyo, es para los recolectores del camión de la basura”.

 “No te lleves este dinero; no es tuyo, es para los recolectores del camión de la basura”

“Este dinero es para los recolectores del camión de la basura”.

 

El guardia de seguridad

Los altos índices delincuenciales en la región han obligado a los dueños de los negocios a invertir en seguridad. Los guardias privados inhiben conductas ilícitas y pueden, incluso, evitar robos con violencia. Aquí en el sur, esta estrategia es muy particular.

El muchacho, parado en la única puerta del negocio, apenas debe haber cumplido los 18 años. Tiene los brazos hacia atrás, mide no más de 1.60, piel blanca, ojos oscuros, es muy, pero muy delgado.

Su esquelética imagen es acentuada por un uniforme que debe ser dos tallas más grandes, lo salva la gorra azul ajustada, pero lo condenan unas botas industriales con las puntas levantadas como un batracio a punto de pegar un salto.

Los clientes que pasan salen del negocio lo ven con rareza, es imposible evitar que la mirada se detenga varios segundos para constatar que lo que uno está observando es verdad.

Cuando el asombro se prolonga demasiado, el chico pasa sus brazos hacia adelante como si se tratara de un insecto flaco y muestra en la mano derecha una macana negra o tolete o bastón, con correa enredada en su muñeca.

Cuando este gesto no es suficiente para que los curiosos eviten mirarlo durante más tiempo, el guardia coge el arma, la levanta y se golpea repetidamente la palma de la mano izquierda.

¿Alguien lo habrá imaginado combatiendo con algún ladrón o sometiendo a algún sospechoso?

Un hombre joven y su mujer, con un bebé de brazos, pasan frente al vigilante, lo vienen viendo desde dos o tres metros antes de la entrada y frente a él la mujer lo escanea de arriba abajo sin detenerse.

-Ese pobre muchacho en vez de dar miedo da lástima. Le daría chichi, pero le voy a dejar un sándwich ahorita que yo regrese.

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Máximo Cerdio

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