La escuela es el lugar de enseñanza para niños y adultos por excelencia. Los institutos son el perfecto laboratorio social y urbano que pueda existir. En esta multiplicidad de usos la escuela también se usa en términos para referirse a las doctrinas de autor, al conjunto de sus seguidores que los adhieren o incluso a elementos comunes de conocimiento como puede ser una obra artística que comparte momentos históricos, culturales o hasta de territorio geográfico.
Desde el origen de la palabra “escuela” se han pensado diferentes significados a partir del tiempo y uso que se destinaba en aquellas sociedades, por ejemplo, lo siguiente:
Aristóteles (384-322 a. C.), que diferenciaba el tiempo de descanso (anapausis), tiempo de trabajo (ascholía) y tiempo de ocio (scholé), este último dedicado al engrandecimiento del espíritu.
Hoy los recintos educativos, ya sean privados o públicos, son espacios aislados y descontextualizados de la ciudad. A pesar de que la escuela es el gran laboratorio social, difícilmente esta se integra a la vida cotidiana. Es de mi interés repensar la forma en como construimos las escuelas. Si los recintos estuvieran integrados a la ciudad como un espacio público capaz de incentivar el conocimiento y la enseñanza de manera informal, seguramente la morfología y la dinámica poblacional sería distinta.
En muchos casos, las escuelas de educación básica tienen un horario corto de uso, por lo regular todas las actividades acaban a las cuatro de la tarde, dejando el resto del día abandonado. Es en este cuestionamiento que nos debemos preguntar qué sucedería si en algún momento las escuelas sean espacios públicos de enseñanza un “gigantesco” laboratorio social y urbano. Estoy casi seguro que muchos problemas que aquejan a nuestra sociedad se resolverían de la manera más productiva y cultural que se pueda pensar.
Espero que estas cortas palabras hagan reflexionar a unos cuantos y seguir en nuestra lucha por mejorar nuestra vida, nuestra sociedad y nuestra ciudad.