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Es una hipótesis mía: en México existe una marcada polarización en el gremio editorial. Llamo gremio al espectro total de editores, aunque no estén agremiados. Son editores quienes hacen un sello (lo compran, lo heredan) y con él hacen libros, que promueven y venden, con lo que obtienen utilidades. Personas trabajadoras que dan al país experiencias culturales de calidad. Editores son aquí quienes buscan la novedad en sus procesos y productos. Editores en el sentido de que crean algo, dirigen su negocio y ganan dinero.
Dejo fuera a los editores institucionales (funcionarios), porque ellos no crean algo, sino que trabajan en dependencias y son contratados para seguir una línea o para editar según sus creencias, lo mejor que puedan, pero su trabajo nunca representará su marca, sino la de la institución. Además, casi nunca buscan ganancias ni experiencias, con sus excepciones.
La polaridad que yo veo es que coexisten, sobre todo, dos tipos de editores: los tradicionales y los alternativos. Los editores tradicionales se basan en un catálogo estable, histórico, contratado, con proyectos a largo plazo; con estrategias de márketing, colocación en librerías; oficinas, empleados, empresa registrada, todo en orden; un margen de ganancia de un 10% quizás. Publican libros random con un enfoque más bien empresarial.
Los editores alternativos suelen ser emprendimientos personales o de grupo con fines culturales (estéticos, literarios, sociales, educativos) o políticos, que ven en la publicación de libros una opción para desfogar sus impulsos e ideas, además de autoemplearse e ir aprendiendo en el camino; pocos hacen empresa, no contratan gente de fijo, aunque sí construyen un ecosistema laboral eficiente. Hacen libros propositivos, creativos, de buena calidad en contenidos, aunque con una producción y ventas inestables.
¿Por qué sería relevante marcar esta diferencia? Porque es lo que hay, además de que la polarización (irremediable aún) aleja a los editores, cuyos propósitos, en algún punto se unen (hacer libros, venderlos, contribuir al desarrollo nacional). No parece posible un diálogo entre dos puntos de vista, si bien no contrarios, sí bastante alejados uno del otro.
No es que yo piense que deba haber una unidad en todos quienes a esto se dedican, pero sí podría haber un acercamiento, que permita aprender y colaborar. Y digo que no hay una solución, porque, para comenzar, no parece haber un problema, sino una situación dada. Digamos, por ejemplo, que en vez de Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana existiera la Cámara de Editores de México, o bien, con otro enfoque, la Cámara Mexicana del Libro. Quitando la palabra industria, que no existe en otros países.
Por ejemplo, tenemos la Cámara Argentina del Libro, la Cámara Chilena del Libro y la Cámara Colombiana del Libro. No se presentan como industrias. A pesar del título, está claro que habrá empresas e industrias, pero el enfoque es en el libro, no en la producción.
Me parece posible y hasta necesaria, por útil y amable, la convivencia entre los dos tipos de editores mexicanos, aunque no se dé bajo nuestra actualidad. Vuelvo a la convergencia: si el propósito es hacer libros, ¿no convendría hacer un equipo mayor?
No existe la Cámara Nacional de la Industria Editorial Alternativa Mexicana, ni la habrá. Tampoco hay otra cámara relacionada con los libros, que podría haber, según sé nada lo prohíbe, pero no hay. El libro podría estar en la industria de la transformación, también —de alguna forma— en los servicios, o ya de plano hacer un área nueva en cuanto a la clasificación por su producción, comercio y utilidad, quizás no industria sino una economía del libro o de la cultura del libro, que seguramente abarcaría todos los sectores productivos que implica.
Pareciera que editores alternativos nada necesitan de los tradicionales (ni agremiarse a la Caniem), porque son autosuficientes, obtienen ganancias y dan al país grandes experiencias; y parece que los empresarios del libro poco podrían aprender de una alteridad alternativa que es muchas veces la vanguardia; parece que no, pero yo creo que sí, se ganaría bastante.
Algunos puntos en común son: ocasionalmente trabajan con los mismos autores, concurren a los mismos puntos de venta, generan lectores y fomentan el pensamiento crítico, además de que viven en el mismo país. Este diálogo es posible, necesario, aunque utópico. ¿Tú qué opinas?
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