Profundizaré sobre las críticas absurdas hacia mi trabajo: escribir en medios, publicar libros, editar libros, hacer eventos, participar en ferias, dar talleres y conferencias. Escribir es complejo. Lo vivo con orgullo, como un reto, disfruto, asumo el riesgo y agradezco los resultados de mi empeño, con todo y erratas.
Cuando comencé a escribir me decían que debía pegarme a un escritor famoso y obedecerlo hasta que ya fuera adulto y ya supiera escribir; alcanzaría los beneficios de la obediencia, con becas y medios, es decir, un camino de corrupción mental y social. Aseguraban que era la fórmula correcta del éxito literario. Alguno lo logró; la mayoría dejó la literatura pronto o se volvió más corrupto.
Me negué al servilismo y fui criticado por hacer las cosas a mi modo. Pensaba que si fracasaba o triunfaba sería solo siguiendo mis ideas e ideales. Me gusta el diálogo y colaborar, pero no las imposiciones ni la miseria intelectual de artistas que saben más cargar mochilas ajenas que libros propios.
Se me criticó también por los temas que trataba: no debía hablar de la calle ni de la violencia, tampoco de erotismo, traición, drogas ni suicidio. Me recomendaban escribir intelectualidades, adular a escritores para que dejaran caer sobre mí sus migajas literarias; o escribir preciosistas mitemas universales abstractos que pocos entendieran y nada trasmitieran, que les gustaran a los aburridos intelectuales de la escena local.
Cuando comencé a publicar revistas, escuché que no duraría nada por neófito e improvisado, pues eso era cosa de gente blanca, rica y sabia, con contactos en gobierno, universidades o empresas, que les pagaran por divertirse haciendo cultura y engañando mentes jóvenes.
No debía escribir ni publicar a otros, sino callar y pedir una butaca, aunque fuera ajena, en la pantomima del arte nacional, esperando mi turno. Vaya escenario. Y yo con apenas veinte años.
Empeoró cuando fundé Ediciones Zetina: las voces serias me recomendaron desistir o vivir del gobierno como ellos, fingiendo libertad y pensamiento crítico. Básicamente, dejar mi utopía y ser realista. De risa loca. A ellos les funcionaba (según) y creían que nada había más allá de su miopía. Editar no era más que para herederos o mantenidos.
Avanzando en mi vida profesional, los comentarios enloquecieron: con bastante petulancia fui amonestado por insistir en el arte y no en otra cosa que dejara más fama y dinero. Criticado fui por hacer libros, en general, y por escribir mis libros, en particular, también por juntarme con escritores que me parecían originales, en vez de con vacas sagradas que podrían beneficiarme con sus guiños y consejos.
Trabajé en gobierno, con ánimo de aprender y entusiasmo: me enfrenté a funcionarios desgastados y sin brillo, que todo apagaban con sus sindicatos y el marxismo barato que aún impera en las instituciones. Lo dejé respetando donde no iba a meterme y sin llevarme las mañas o frustraciones de colegas escritores que optaron por aquello como el camino correcto. En la administración pública debería haber más administradores y técnicos, y menos artistas, pero no me tiraré de cabeza con el tema.
Las críticas a mi labor han sido eclécticas: no debía publicar a cualquiera, debía ser petulante pues era culto, solo vender en librerías de prestigio, para nada ir con mis libros a la calle o las plazas públicas, juntarme con ricos para parecer uno de ellos, no invertir mi dinero en publicar libros ajenos pero tampoco cobrarles a los autores por editarlos, debía depender del gobierno.
O bien… debía ser bohemio, holgazán e ingenuo, debido a mi condición, dar lástima o presumir lo poco hecho, porque eso esperaba la sociedad o los colegas de mí, la lástima. O bien dedicarme a escuchar a las musas mientras fumaba marihuana. Un asco. Aquí lo dejo. Solo comparto para evidenciar la basura de las críticas ajenas.
Siempre escuché criticones al rededor, gente aburrida, sin iniciativa, privilegiada o parasitaria, inculta y sin sentido del humor. Escuché tonterías, sin saber por qué, y las dejé pasar; quizás me ayudaron a ser más resiliente, pero vaya si es molesto escuchar tanta maledicencia.
Bueno, y yo, claramente, he hecho lo que se me ha dado la gana. Y deseo que tú también.
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