Parece un insulto, pero es más bien un halago. La mente de los artistas en general no funciona como la de personas que ejercen oficios más tradicionales, sino de formas particulares, casi nunca iguales, pero sí bastante distinto a lo que podría llamarse común.
Las neurociencias podrían explicarnos cómo ocurren los procesos mentales en una persona que se dedica a escribir como principal oficio, un creador, pues. Pero más allá de investigaciones científicas objetivas, me centraré aquí en la digresión personal del tema.
Primero diré que mi mente como lector se parece a una bodega llena de ficheros, donde se acumulan, ordenados cronológicamente (aunque de forma arbitraria para aumentar la metáfora y la paradoja), donde se acumulan lecturas, referencias, autores, ediciones y un largo etcétera. Mucho orden y estructura.
Mi mente como autor es otra cosa. Se parece a lo que tú podrías definir como un caos. Mientras mi vivienda (real) es un sitio ordenado, limpio, iluminado y agradable, una sección importante de mi mente es más como el cuarto desordenado de una adolescente; como la celda sucia, desprolija y maloliente de un esquizofrénico.
Te confieso un secreto: muchas de mis obras no provienen del pensamiento racional que domina la mayoría de mis acciones, sino de emociones y recuerdo que fluyen, al inicio, sin ton ni son y que brotan más como una fuga de agua en un callejón oscuro, que de un fresco y puro manantial.
Mi mente creadora es caótica en su estado más puro. Podría decir que el impulso creativo de mi literatura proviene de un cuarto de trebejos sucios y aventados a lo loco. Es como —insisto en la comparación en busca de alguna claridad— el basurero de un acumulador compulsivo, que todo guarda, porque le ha de servir mañana para un nuevo proyecto.
Un acumulador no discrimina al guardar recuerdos, datos, notas, líneas, palabras, frases, emociones, rencores. Mi miente de escritor es un Reino de la Anarquía, donde vive un ermitaño pútrido, sórdido, aunque feliz y animado.
Mi mente, además de dicho almacén de todo y nada, tiene una línea de producción, donde se separan elementos útiles para trabajar. Lo que queda después del filtro —que aún es bastante— pasa al taller de creación, donde, con muchas herramientas, paciencia, música y experimentación, hago las obras que luego publico.
Mi mente es retorcida porque, como el camino de Ciudad Cuauhtémoc a Guatemala, tiene miles de curvas peraltadas, subidas escabrosas, descensos vertiginosos, escarpadas cañadas y ciertos peligros latentes.
Mi mente es salvaje, retorcida, garigoleada, laberíntica, intrincada, enmarañada, por momentos confusa y yo no soy el dios que todo lo controla ahí, sino que me esfuerzo por dar orden y algún rasgo de belleza mediante lo que escribo.
Retorcida la mente del creador, sí, pero, ¿quién desea una mente clara pero infértil? ¿Quién prefiere dormir tranquilo sin la maravillosa aventura de crear algo que trascienda su vida, su tiempo y su mente? Seguramente exagero, pero lo hago como una descarga, de algo guardado por mucho tiempo.
¿Te gustaría conocer más y mejor la mente de los escritores? Entonces te doy un tip: fíjate, al leer sus libros en los pequeños detalles, en las más marcadas manías, en las relucientes extravagancias, ahí se refleja, en lo original de su obra lo excéntrico de su cerebro.
Es una mente extraña la creadora de arte, que no siempre me deja dormir tranquilo, pero también es bella, porque en el caos hay una experiencia estética inigualable, incomparable.
No podría yo vivir como esa bodega caótica de donde extraigo la materia prima de mi artesanía de palabras, no sería del todo yo si me entregara de lleno a dicha fantasía. Por eso debo equilibrar lo mejor que pueda lo retorcido y lo parejo, lo estrambótico y lo común, lo estético y lo práctico.
Esta columna es un poco como es mi mente; es también mi sinceridad escrita. La mente retorcida —que no es mala— resulta indispensable para crear, pero lo mismo es importante luego escribir bien y volver al mundo real para limpiar mi casa.
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