Así como Juan Gabriel era el único gay que podía ser tocado en las cantinas cuando existía la prohibición de acceso a las mujeres, niños y uniformados, Paquita la del Barrio era la única que nos podía decir inútiles.
Francisca Viveros Barradas nació en Alto Lucero, Veracruz, el 2 de abril de 1947, y murió este 17 de febrero de 2025, en Veracruz.
Como muchos de sus admiradores, yo fui a oírla cantar y a ver en vivo en el local de la calle Zarco 202, de la colonia Guerrero, en la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México.
Se llamaba Casa Paquita, y no era un restaurante, sino un bar con borrachos y toda la cosa.
Se edificó por ahí de los ochenta, y de inicio sí fue un lugar familiar. Paquita contó en entrevista que con su hermano compraron el terreno y empezaron a construir. Su hermano hizo la primera parte y ahí empezaron a vender barbacoa. Luego puso el restaurante con comida y bebida, ella misma iba a comprar al mercado lo que entre ella y una cocinera daría a los comensales.
Con el tiempo aquello se volvió un bar.
En aquella época varios amigos asistíamos al taller de poesía de Óscar Oliva, en la Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles, de Coyoacán. Éramos lectores voraces y acudíamos a las presentaciones de libros, exposiciones y fiestas principalmente de artistas.
Uno de esos días de borrachera que nos habíamos quedado bebiendo en casa de un compañero, se nos ocurrió ir a escuchar a la maestra Paquita. Íbamos Rafael Rincón y María Antonieta Furlong Ponzanelli, en el Tsuru verde de esta poeta que era el coche oficial y ella la conductora experta.
Llegamos al bar, animados por el alcohol y por algunas canciones de arrabal que habíamos estado escuchando.
Nos dieron una mesita muy cerca de la pista donde -después de media hora y en una oscuridad total-, se escucharon las primeras notas de un saxofón que identificamos como el inicio de “Cheque en blanco”, de Emma Elena Valdelamar.
Enseguida, una luz cubrió a Paquita, con su pelo corto, rubia, su lunar, enfundada en un traje dorado.
El filo del reflejo perforaba nuestra pupila alcohólica.
Paquita comenzó a cantar y las demás luces se encendieron para sacar de las sombras a sus músicos.
En uno de los momentos más barrocos del bolero se escuchó:
“Ay, me decepcionaste tanto, que ai te dejo un cheque en blanco a tu nombre y para ti. Ten, pon la cantidad que quieras. En donde dice desprecio, ese debe ser tu precio y ¡va firmado por mí!”
En el puente musical, la mujer levantó su mano rechoncha homenajeada con pulseras y anillos de piedras preciosas, y se limpió tamaño lagrimón que le escurrió por la mejilla, sin pena a que viéramos que hay heridas de amor que nunca cicatrizan.
-¡Ay, qué bonito llora esa canción esta mujer!- se escuchó el grito de una dama al lado de nuestra mesa.
La cantante finalizó la canción y nosotros sentimos que acababa de arrojar una enorme cruz de sufrimiento. Le aplaudimos con rabia, agradeciendo que nos permitiera entrar a los recuerdos que la despedazaban como tiburones mientras cantaba.
Ni bien acabó, siguió con “Rata de dos patas”, de Manuel Eduardo Toscano. Con ésta, la cantante veracruzana se siguió desquitando.
En varias mesas se oían gritos de dolor, pero no de cualquiera, sino de esos que arden, de esos que parten el alma y no se pueden ahogar con tragos, de esos para los que no alcanzan todas las lágrimas del mundo.
Mis amigos y yo seguimos escuchando a Paquita en aquella catarsis de acordes y letras de filo y punta.
Yo no recuerdo en qué terminó aquella visita, me quedan algunos fragmentos de luz, pedazos de canciones como vidrios en la memoria, llantos, aullidos, un diluvio de tristezas, amarguras que sólo los borrachos entendemos.
No hay ni habrá nadie que insulte tan sentidamente una infidelidad, ni quien llore con tanta amargura una traición que esta cantante veracruzana.
Salud; que no se nos haga vicio, y si se nos hace, que haya dinero para mantenerlo.
Descansa en paz, Francisca Viveros Barradas o Paquita la del Barrio, de parte de este admirador inútil, que siempre te escuchó y que tuvo el gusto de ver tu grandeza en vivo, en un escenario.