Guadalupe Harumi Espíndola Cortez
Universidad Autónoma del Estado de Morelos
Al norte de Morelos, justo donde las montañas comienzan a rozar el cielo, se encuentra mi hogar: Tlalnepantla, un municipio que lleva con orgullo su nombre náhuatl: “En medio de las tierras”. Es un lugar donde la naturaleza y la gente conviven en armonía, y donde el nopal no solo crece en los campos, sino también en el corazón de la comunidad.
A más de 2,000 metros sobre el nivel del mar, Tlalnepantla es uno de los municipios más altos del estado. Se conforma por la cabecera municipal y sus anexos: Felipe Neri, El Vigía y El Pedregal. Su clima templado subhúmedo, con una temperatura promedio de 17 °C, hace que el bosque conformado por pinos, oyameles y encinos cubra las montañas como un manto verde. Entre ellos, los tejocotes y los ocotillos añaden color al paisaje. La fauna es igual de variada: venados cola blanca, coyotes, gatos monteses, ardillas y conejos forman parte de este ecosistema que la comunidad cuida con respeto. La caza está prohibida, porque aquí la fauna se protege.
Cada integrante de la comunidad ha sido partícipe en la producción de nopal en nuestra región. También se cultivan aguacate, durazno, tomate y algunas verduras más. La gente de Tlalnepantla es conocida por su hospitalidad y su amor por la tierra, y es precisamente esta conexión con la naturaleza lo que ha permitido que nuestra región se convierta en uno de los principales productores de nopal del país.
Su cultivo no es solo una actividad económica. Nuestros abuelos y bisabuelos cultivaban esta planta milenaria con amor y dedicación, y su legado ha sido transmitido de generación en generación. Más que un trabajo, es una tradición que une a las familias y fortalece la identidad del pueblo.
El clima y el suelo de Tlalnepantla son perfectos para producir nopal, así como frutas y verduras. El nopal que aquí se produce es famoso por su textura suave y su exquisito sabor, algo que no se logra por casualidad. Los productores dedican tiempo y esfuerzo para seleccionar las mejores plantas, cultivarlas y cosecharlas en el momento exacto. Cada penca es el resultado de años de experiencia y trabajo duro.
Desde temprano, los campos cobran vida. En Tlalnepantla, la producción de nopal es una actividad que involucra a toda la comunidad. Desde los niños que ayudan a sus padres en el campo, hasta los ancianos que comparten sus conocimientos y experiencias, todos juegan un papel importante en la producción del producto. Esta actividad ha permitido que nuestra comunidad se mantenga unida y fuerte, y ha creado una sensación de orgullo y pertenencia entre nuestros habitantes.
El aumento en la producción de nopal ha hecho que el municipio sea el mayor productor y distribuidor a nivel nacional y regional. La calidad y cantidad del producto atraen a compradores de distintos lugares. La producción de nopal es la principal fuente de ingreso para este municipio.
Los más jóvenes siguen aprendiendo de los mayores. Es una cadena que no se rompe, porque todos saben que el nopal es más que una planta: es parte de nuestra identidad. Se recuerdan con cariño las historias de nuestros abuelos y padres, quienes cultivaban el nopal bajo el sol ardiente, con las manos cubiertas de espinas, pero con el corazón lleno de orgullo, pues la tierra les dio la vida y ellos le entregaron su sudor.
La Feria del Nopal, celebrada cada año, es el momento en que la comunidad se viste de gala para mostrar al mundo la riqueza de su tierra. Hay variedad de platillos, exposiciones de productos derivados del nopal y danzas tradicionales que llenan la plaza de vida y color, donde se observa con orgullo cómo la tradición sigue viva.
Tlalnepantla no es solo un punto geográfico, es una tierra que vive a través de sus costumbres, sus familias y sus nopales. Es un ejemplo de cómo una comunidad puede mantenerse firme, conservando sus raíces mientras mira hacia el futuro.
Aquí, entre las montañas y los campos verdes, la vida sigue floreciendo, igual que el nopal que da identidad y sustento a este bello municipio.
Cada penca de nopal es una historia contada al calor de una fogata. Tlalnepantla deja claro que es mucho más que sus paisajes: es su gente, su esfuerzo y su amor por la tierra lo que realmente hace especial a este lugar. Y mientras los nopales sigan creciendo bajo el cielo morelense, la tradición de Tlalnepantla seguirá más viva que nunca.
Tlalnepantla, Morelos, es un ejemplo de cómo la dedicación y el amor por la tierra pueden crear algo verdaderamente especial, y es un recordatorio de la importancia de preservar nuestra herencia cultural y natural.
“Soy campesina, hija de la tierra, heredera de una tradición que se remonta a generaciones. Mi orgullo es mi tierra; el trabajo hecho aquí es mi vida”.